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Los dogmas, apóstoles y profetas de la política

“El caudillismo, ha sido y es el verdadero sistema de gobierno latinoamericano...” - Octavio Paz.

POR: CÉSAR A. CARO JIMÉNEZ   

Comparto en su totalidad la frase del Nobel mexicano que da inicio al presente artículo dado que, en toda nuestra historia política, jamás hemos visto gobernar en función de un programa de gobierno como de un equipo o partido orgánico. Siempre ha prevalecido el “pensar” o el decidir del “caudillo”, lo que nos lleva a compartir casi en su totalidad la afirmación marxista que señala “que a una economía subdesarrollada corresponde una superestructura igual”.

Sin embargo, dicha afirmación ha sido criticada por algunos economistas y sociólogos que argumentan que la relación entre la economía y la superestructura es más compleja y que otros factores también influyen en el desarrollo social y cultural de un país, como por ejemplo el peso que tienen en el pensar de las elites tanto de derecha como de izquierda, aparte de la sociedad civil, cuyos principales protagonistas se han educado en el caso de América Latina en centros educativos religiosos, en los cuales generalmente, priman los   dogmas que se consideran verdaderos e indiscutibles, no admitiendo ningún cuestionamiento ni crítica, llegando en muchos casos por su intolerancia a rechazar o perseguir a quienes piensan, creen o actúan de forma diferente a la oficial. Ambos conceptos están relacionados, ya que el dogma suele ser la base de la intolerancia, y la intolerancia suele ser la consecuencia del dogma.

Es algo que podemos observar en la vida política en el mundo actual, en el que tanto la derecha como la izquierda pueden ser víctimas o victimarios del dogma y la intolerancia. La derecha puede caer en el dogma cuando defiende a ultranza el mercado, el individualismo, el conservadurismo y el orden, sin reconocer los límites, los defectos, las injusticias y las contradicciones de estos principios. La derecha puede ser intolerante cuando rechaza, reprime o persigue a quienes piensan diferente, a quienes cuestionan su autoridad, a quienes reclaman sus derechos o a quienes pertenecen a minorías o grupos vulnerables.

La izquierda puede caer en el dogma cuando defiende a ultranza el Estado, el colectivismo, el progresismo y el cambio, sin reconocer los riesgos, los errores, los abusos y las fallas de estos principios. La izquierda puede ser intolerante cuando descalifica, ataca o elimina a quienes se oponen a su proyecto, a quienes denuncian su corrupción, a quienes disienten de su ideología o a quienes aspiran a una alternativa.

Para evitar el poder del dogma y la intolerancia, tanto de la derecha como de la izquierda, es necesario fomentar una cultura de diálogo, tolerancia y pluralismo, que reconozca y respete la diversidad de ideas, creencias y prácticas que existen en una sociedad. Esto implica promover una educación crítica y reflexiva, que desarrolle el pensamiento propio y el espíritu científico. Implica también garantizar una información veraz y transparente, que ofrezca diferentes puntos de vista y fuentes contrastadas. Implica además fortalecer una participación ciudadana activa e inclusiva, que facilite el encuentro y el consenso entre los distintos actores sociales. Y implica finalmente defender una democracia deliberativa y representativa, que asegure el cumplimiento de los derechos humanos y el control de los poderes públicos.

La mediocridad es otro factor que contribuye al dogma y a la intolerancia. Cuando los gobernantes y los políticos carecen de capacidad, de preparación, de visión y de criterio para enfrentar los problemas y los desafíos del país, recurren a discursos simplistas, demagógicos y polarizadores, que apelan a las emociones y a los prejuicios de la gente, en lugar de a la razón y al análisis. La mediocridad impide el progreso, la innovación y el desarrollo del país, y fomenta el conformismo, el cinismo, el sectarismo y lo que más peligroso: la corrupción que es un mal que socava la confianza en las instituciones, la transparencia y la rendición de cuentas. Cuando los gobernantes y los políticos se aprovechan de su poder para enriquecerse ilícitamente, para favorecer a sus amigos o familiares, o para manipular la información y la opinión pública, están traicionando el mandato popular y el interés general. La corrupción genera desigualdad, pobreza y frustración en la ciudadanía, que ve cómo sus derechos y sus necesidades son ignorados o vulnerados, tanto por los “apóstoles” de derecha como de izquierda, que en su afán de ser considerados los “profetas” principales, recurren a diversas artimañas, las cuales los conducen generalmente a ser no los profetas mayores, pero si “Judas” que dejan de lado los principios por algo más o algo menos de 30 monedas.

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