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Enemigos públicos

POR: EIFFEL RAMÍREZ AVILÉS

MG. EN FILOSOFÍA POR LA UNMSM

La idea de subversión no está mal. Los escritos subversivos son un bien. No es necesario pedir permiso al establishment para escribir algo incendiario, ni debemos tener remordimiento por quebrantar una pax burguesa. Y es que mi subversión consiste en lo siguiente: los muertos no se negocian, ni queremos paz con los que ya han negociado sobre cadáveres. Y si el actual Gobierno peruano pide tranquilidad, orden y no más protestas es porque camufla una palabra vergonzosa: olvido.

Sin embargo, no olvidamos los muertos. Y no olvidamos porque creemos en la civilización y no en la barbarie. Hubo un tiempo en que los pueblos condenaban a sus enemigos a los peores castigos, como a la insepultura y, precisamente, al olvido. Eran los castigos mayores y contra los que luchó Antígona en su momento en un discurso memorable. Es que la insepultura y el olvido significaban una cosa: que los muertos no importaban, y como no importaban, no debían recibir los ritos funerarios, ni ser honrados, ni ser recordados. 

Los bárbaros han vuelto a la escena contemporánea. Esos bárbaros son, sobre todo, nuestra presidenta y nuestro primer ministro. Dos personajes shakesperianos que se asientan en Palacio de Gobierno con el único fin de escamotear las graves acusaciones que los señalan: haber permitido violaciones de derechos humanos contra sus gobernados por parte de los militares. Aquellos dos claman que la fiscalía investigue, pero a puertas cerradas desean el infame olvido. A viva voz dicen respetar todas las opiniones, pero internamente cortan las cabezas de sus subordinados que se resisten.

Ninguna política puede alzarse como paladín del progreso y el orden, sin un soporte ético. Ningún Estado debe admirarse de boyante, si es que ha pisoteado derechos. Ninguna nación debe considerarse triunfante sobre un suelo de cadáveres propios. No se trata de que le vaya bien o mal a un gobierno; se trata de que, si este Gobierno ha permitido el asesinato de decenas de hombres y mujeres, no puede seguir más gobernando. No hablamos aquí de estadística, ni de economía, ni de patriotismo, sino de decencia, de respeto por el dolor ajeno, de legitimidad moral.  

¿Enemigos? Cuando el mal quiere perpetuarse en su impunidad; cuando, sinvergüenzamente, persevera en no mostrar ningún remordimiento ni aceptación de error; cuando premia las armas y los mazos, y desdeña el dolor de muchas familias; cuando usa el poder como escudo abyecto y como oportunidad de represión; entonces sí, podemos hablar de aquel binomio (presidenta y ministro) como enemigos públicos, y contra los que cualquier voz –voz ahíta de justicia– se debe levantar.   

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