POR: RONY ANDRÉS FLOR COAYLA
Fue una tarde de febrero de 1973 y mirando para el lado de la serranía de Moquegua, por donde está el Cerro Baúl, mis hermanos gritaban “¡mira, que hermoso arcoíris!”. Era la primera vez que veía ese fenómeno natural, a la vez se sintieron los truenos y comenzó la lluvia que en instantes se convirtió en aguacero. No he visto algo parecido hasta nuestros días. La ciudad inclinada y con sus calles de bajada, éstas parecían ríos de agua que, si me atrevía a cruzar, seguro que me llevaba. El torrente bajaba desde la Cruz del Siglo rumbo a la plaza y seguía hasta el Cuartel Mariscal Nieto, el Naranjal, el Pisanay y se empozó a unos metros del río Tambapalla (Moquegua); el huerto de mis abuelos Josefa y Andrés, que daba desde el jirón Sauzal (ahora Ilo) hasta Cusco, ocupando gran parte de toda esa cuadra, se inundó de tal forma que el agua desembocaba por la cocina, el comedor, los dormitorios, la sala y terminaba saliendo por la puerta de la calle de abajo.
Las casitas de mojinete, con paredes de un metro de grosor, techo cruzado con maderos y caña encima, aguantaban la torrencial lluvia, pero si llovía dos días había que subir a poner plásticos, como cuando lo hacíamos para mover la antena del televisor Zenit y ver más nítido los partidos de la selección peruana del “Cholo” Sotil, Casareto, el “Nene” Cubillas, Obligas, entre otros, que después nos dieron el título de la Copa América 1975. Al día siguiente en la parte baja de la ciudad, todo parecía una laguna, con gallos y perros muertos; el ingreso de las aguas muy pocas veces visto en la historia de la república en la ciudad de Moquegua, dejaba damnificados en mayor y menor grado.
En esa zona desde el mercado Central, construido en el primer gobierno del arquitecto Fernando Belaúnde Terry, siempre fue húmedo, había puquios a la altura del Colegio 980, también al pie de un molle frente a la panadería del cuartel brotaba el agua cristalina, a un costado estaba el galpón construido para guardar los tanques rusos de la 3ra División Blindada.
Allí, donde hoy queda Plaza Vea, los migrantes iban a lavar ropa y la chiquillada se bañaba en unas pozas con agua concha; ahí jugaban por las tardes las viejas glorias del fútbol moqueguano. Más allá y en medio de los cañaverales, pasaba el río arrastrando piedras en señal que estaba lloviendo en las alturas de la cuenca de Moquegua, por donde hoy queda el nuevo proyecto minero Quellaveco. Era entre diciembre, enero y febrero, cuyas aguas servían para llenar la piscina de la Gran Unidad Escolar Simón Bolívar. Y esas mismas aguas servían para regar la cancha El Gramadal, donde jugaron Fernando “Gato Cuellar”, los Maldonado, Cossio, Vásquez y otros que después militaban en clubes como Independiente, Huracán, Rojinegro, Hospital y la Escuela Normal.
Fueron los tiempos que el valle de Moquegua olía a tierra mojada y comenzaba la cosecha de duraznos y uva en grandes cantidades, que se llevaban a otras regiones, especialmente el asiento minero de Toquepala. Pero vino una época de sequía que hasta ahora la recuerdan los viejos agricultores, quienes se vieron obligados hacer pozos para extraer el agua del sub suelo. Valencia, Ortiz, Romero, Ponce, Barrera, Madueño, Chipana, Valdivia, Ocampo, Biondi, entre otros agrarios, hicieron huecos para extraer el elemento de vida, pero, aun así, hubo puntos críticos, áreas amarillas sin poder cultivar porque hasta allí no llegaban las mangueras y ni existía alguna forma de riego tecnificado.
Ese valle de Moquegua, que en los tiempos de la colonia fue una potencia en la producción de vid, llena de bodegas que producían aguardiente cuyo mercado principal era Potosí, la capital económica de Sudamérica, literalmente se debatía entre la vida y la muerte, el agua era lo que más faltaba. Era entre fines de los 70 e inicios de los 90, que las autoridades de entonces, decían que la única alternativa para la capital departamental, su agro y habitantes, estaba en Pasto Grande. Se trataba de un acuífero ubicado a más de 4,500 metros, en las alturas del departamento, en el otro lado de la cordillera y efectivamente, en la cuenta del Tambo, que nace en el departamento de Moquegua.
Entre las autoridades de entonces, que en paz descansen algunos, se impulsó ese proyecto que arrancó a “todo dar” en el primer gobierno de Alan García Pérez, haciéndose primero la presa que quedó concluida en 1989. Luego vendría el canal de más de 110 kilómetros, cuyo punto álgido fue hacer el túnel Jachacuesta de más de 7 mil metros, que atravesaba la cordillera de un extremo a otro, dando oportunidad de trabajo a mucha gente que cada vez que cobraban en efectivo llenaban las cantinas y hasta se bañaban con cerveza. Me consta.
La trascendental obra no se hizo de la noche a la mañana porque recién en 1995 las aguas de la laguna, con capacidad de 200 millones de metros cúbicos, bajaron para juntarse con el río Tumilaca y seguir su curso a Ilo. Para entonces Alberto Fujimori, siendo presidente, recibió el caudal con ceremonia especial en el campo Ferial Alfonso Gambetta, fue previos tragos de pisco Biondi, y se dio su chapuzón junto a un grupo de pobladores y agricultores. Después de ese proyecto no habido más obras parecidas, Pasto Grande sigue siendo la única despensa de agua para la cuenca de Moquegua, traída del otro lado de la montaña, de la otra cuenca de Moquegua. Hubo intentos de hacer otra represa en Humalso, en las alturas de la provincia Mariscal Nieto, pero los comuneros de la zona se creen dueños del suelo y subsuelo, además piden indemnización diciendo que van a ser afectados con una obra que servirá para todos.
Moquegua, está ubicada en la cabecera del desierto de Atacama, uno de los más secos del mundo y cada vez que llega la época de lluvia, cientos corren al río para ver pasar las aguas producto de las precipitaciones, solo en ese tiempo se cierran las compuertas de Pasto Grande, ubicado en la otra cuenca, para juntar el agua que se usará en la campaña agrícola del año.
Todo es una mescla de alegrías y tristeza, debido a que somos bendecidos por la naturaleza, pero es penoso ver las aguas pasar sin poder detenerlas ya que en la cuenca de Moquegua no se ha construido nunca forma de represamiento y lo que tenemos para el año proviene de la otra cuenca, donde está Pasto Grande.
Lo irónico en la lógica colectiva es que, con una represa como Pasto Grande con una capacidad de 200 millones de metros cúbicos, en toda la región no se ha logrado sobrepasar de las 10 mil hectáreas de cultivo. La gran mayoría de los minifundios de la región, se siguen regando bajo el sistema de inundación y aún no hemos aprendido a optimizar el uso del agua, como alguna vez se hizo, cuando los viejos agricultores tuvieron que hacer hueco en la tierra para encontrar agua.
El río Moquegua, de la cuenca del mismo nombre, apenas cuenta con 500 litros por segundo y solo Pasto Grande, le asegura a la población y el agro, el agua del año. Dicen los reportes de almacenamiento de agua en la laguna que se llegó a los 178 millones de metros cúbicos este 2021 y según los expertos, con un uso inteligente del agua, tendríamos para dos campañas agrícolas consecutivas.
Pasto Grande, entonces, sigue siendo la única despensa de agua que tiene la región Moquegua, pero lástima que no se aprovecha al máximo a través de riego tecnificado; se sigue regando las tierras bajo el sistema de inundación y no ha crecido la frontera agrícola. Lo que sí está creciendo es la población que en el futuro demandará más recurso hídrico, pero aún no existe un proyecto concreto de almacenamiento de aguas. Mientras tanto, cada vez que llueva, seguiremos viendo el agua correr rumbo al mar sin poder detenerla. En conclusión, vivimos el presente y no nos proyectamos al futuro pensando en nuestros hijos y los hijos de sus hijos.