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¿Qué nos pasa?

Por: Mauricio Aguirre Corvalán    

En una ceremonia que más parecía la penitencia de dos niños malcriados frente al castigo del profe del colegio de curas, el lunes que pasó Pedro Castillo y Keiko Fujimori firmaron la dichosa “Proclama Ciudadana, Juramento por la Democracia”. Un documento por el que “juran” defender la democracia, no modificar la Constitución por fuera de la ley, respetar la libertad de expresión y prensa, dejar el poder el 28 de julio de 2026 sin intentar reelegirse, respetar la independencia de poderes, entre otros “juramentos”.

Muchos han aplaudido la disposición de ambos candidatos para asumir estos compromisos que aunque sea a través de su rúbrica, nos garanticen de alguna manera que su gobierno no será un camino corto y directo al despeñadero. Está bien, todo esfuerzo por conservar la democracia y las libertades es bueno en un país como el nuestro con una historia pasada y reciente marcada por la inestabilidad política y las aventuras dictatoriales.

Aunque en verdad que dos candidatos que pasaron a la segunda vuelta electoral se vean obligados a “jurar” que van a defender la democracia no es para celebrar, sino más bien para preocuparse, y mucho.

Cómo puede ser posible que en un país democrático, con todas sus falencias y desigualdades por corregir, estemos ante la disyuntiva de tener que decidir entre dos alternativas con muy pocas credenciales democráticas. El lapicito se apresura en borrar con una mano todo lo que escribió con la otra en la primera vuelta, mientras que la naranja se esfuerza por sacarse el jugo para distanciarse del fujimorismo autoritario de los 90 y del que ella misma avaló en los últimos 5 años.

Estamos ante dos proyectos políticos que hoy por hoy no garantizan respeto a la democracia, a la libertad de expresión, y a la no reelección presidencial. Podrá haber muchos compromisos y juramentos, pero son los hechos de aquí al 6 junio los que pondrán sobre la mesa que tan real es el “juramento” que acaban de hacer.

Pero no se trata de mirar sólo a los candidatos. Tan o más importante es mirarnos nosotros, los electores. En la primera vuelta 4’655,514 peruanos votaron por Castillo y Fujimori, y 1’692,279 por Rafael López Aliaga que quedó tercero utilizando un discurso que tampoco era muy amigo de la democracia. En total 6’347,793, el 36% del total de votantes que sufragaron en la primera vuelta. Y aquí no se trata de riqueza ni de pobreza. Se trata de no haber entendido lo que significa vivir en democracia.

Y esa es una tarea tan pendiente como trabajar por un país con menos desigualdad, más inclusivo y más justo para todos. Necesitamos aprender a vivir en democracia, no sólo firmar un compromiso cada cinco años. Queremos poder arreglar nuestros problemas con tolerancia, queremos tener libertad para decidir y forjarnos el futuro con nuestro propio esfuerzo, queremos respeto para nuestra individualidad y que se respete el colectivo. Queremos estar mejor donde todos puedan estar mejor.

La democracia no surge por generación espontánea y tampoco es a sola firma. La democracia se aprende y se practica todos los días. Y esas clases, por estas tierras, todavía están como curso opcional en las currículas.

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