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José Hurtado de Ichagoyen

Cuando en 1825 Bolívar crea el nuevo colegio, luego de suprimir el franciscano y con ello cancelar definitivamente la presencia religiosa en el plantel, se encontraba en el apogeo de su fama y gloria, por lo que en su honor —poniendo en práctica una vieja costumbre laudatoria— al nuevo centro educativo le pusieron San Simón.

POR: GUSTAVO VALCÁRCEL SALAS   

El 8 de setiembre se conmemora el 196 aniversario de la fundación bolivariana del Colegio Simón Bolívar, que fuera creado sobre la base del Colegio de Propaganda Fide, que a su vez es la continuación del Colegio San José de los jesuitas establecido en 1711, gracias a la generosidad de José Hurtado de Ichagoyen, uno de los más preclaros benefactores de Moquegua a lo largo de nuestra historia. Es justo recordar en esta oportunidad a tan ilustre moqueguano.

Era de conocida procedencia noble. Nació en Moquegua en 1654 y falleció el 14 de octubre de 1708 a las pocas semanas de haber dispuesto en su testamento la donación de sus cuantiosos bienes, en los que incluía la vivienda que tenía en la entonces villa, su hacienda de viña y bodega ubicada en Yaravico, a lo que se sumaba dinero en efectivo y otras preseas, para la fundación del Colegio San José. Tuvo lo preocupación que debía estar regido por jesuitas, religiosos que eran los que mejor conducían la educación en el mundo entero.

Sus restos fueron depositados temporalmente en la iglesia parroquial (la Matriz) con el encargo de que se trasladen al templo del Colegio de la Compañía de Jesús en cuanto este se hubiera establecido. Es allí, en el colegio, en su viejo solar, donde reposan en anónima sepultura desde 1711. Luego de trescientos años este plantel sigue funcionando con el nombre de Simón Bolívar; es uno de los más antiguos y de mayor trayectoria en el país.

A poco más de tres siglos de su muerte, en nuestra ciudad no hay nada que lleve su nombre o que denote un reconocimiento oficial. Ni una urbanización, un pequeño colegio, un apartado parque o callejuela que lo recuerde; a pesar de que la ciudad crece constantemente y se siguen creando barrios, colegios, parques y callejuelas. En su casa, esa que donó para que se eduque la juventud, y en donde lo sigue haciendo como hace tres centurias, ni una simple placa que conmemore su ejemplar filantropía, gracias a la cual tuvimos el privilegio de albergar el colegio más importante del sur del país por prolongadas centurias, y que sigue funcionando sin que haya nada en el plantel que lo recuerde. Fue el primer colegio de esta categoría, por su importancia aquí se educaba la juventud de Moquegua, Tacna, Arica y Tarapacá. Hoy es un moqueguano completamente desconocido.

Sólo durante el primer medio siglo de su creación el plantel llevó el nombre de San José como reconocimiento a su fundador. Los jóvenes que entonces estudiaban allí, en sus diarias oraciones lo recordaban y encomendaban fervorosamente a Dios para que lo tuviera en Su Santa Gloria. Era una buena manera de agradecerle por los favores recibidos. Merecida, justa y piadosa retribución que apenas duró hasta 1767.

Ese año los jesuitas fueron expulsados por irrecusable decisión real, entonces el colegio fue temporalmente recesado. Sin embargo, la presencia del colegio en Moquegua y sus considerables beneficios en toda la gran región, ya habían calado profundamente en la conciencia, hasta convertirlo en una institución necesaria e irremplazable. Era inadmisible que la juventud no se siguiera educando, sobre todo cuando se contaba con un local que tenía las suficientes rentas para sostenerse. Por lo que el pueblo a través de su cabildo gestionó inmediatamente su reapertura y el cumplimiento del deseo de su venerable fundador.

Su majestad accedió al pedido. Para el sustento de la nueva licencia, con real sabiduría el rey recurrió al inviolable y siempre vigente mandato testamentario de Hurtado de Ichagoyen. Así, dispuso que en esta ocasión fuera regentado por los frailes franciscanos, quienes lo pusieron bajo la advocación de Nuestra Señora del Mayor Dolor. Si estos nuevos religiosos, durante su permanencia en el plantel, siguieron recordando al capitán José Hurtado de Ichagoyen en sus diarias oraciones, encomendándolo a Dios en gratitud de estar ocupando su casa y disfrutando de las rentas de sus preciados bienes porque él así lo dispuso, no lo sabemos. Pero cometieron el error de cambiar el nombre San José, que perpetuaba la memoria de su desprendido benefactor. Modificación que además de ser injusta fue innecesaria.

Cuando en 1825 Bolívar crea el nuevo colegio, luego de suprimir el franciscano y con ello cancelar definitivamente la presencia religiosa en el plantel, se encontraba en el apogeo de su fama y gloria, por lo que en su honor —poniendo en práctica una vieja costumbre laudatoria— al nuevo centro educativo le pusieron San Simón. En esta nueva época, en la que se rezaba cada vez menos por las ánimas cautivas en el purgatorio, nadie pensó en José Hurtado de Ichagoyen, cuyo recuerdo era ya difuso. Nadie se percató que la institución seguía funcionando en su casa, convertida entonces en un colegio con templo particular incluido, que había sido construido con las rentas que legó para que en ella se educase por siempre la juventud moqueguana, y que se seguía sustentando con los infaltables alquileres de la hacienda de Yaravico, a las que se sumaron las donaciones que el pueblo realizó a lo largo del tiempo. En 1828 se cambia el nombre por el de La Libertad, bien pudo llamarse nuevamente San José. Pero para entonces ya se le tenía sumido en el ingrato olvido, como ocurrió en 1961 al crearse la Gran Unidad Escolar, cambiaron el nombre de La Libertad por el de Simón Bolívar luego de barajar el de Urquieta. La inestabilidad, una de nuestras perjudiciales y antiguas prácticas, se pone de manifiesto en este sucesivo e innecesario cambio de nombres, alimento de la ingratitud.

Quienes nos educamos en la década de 1960 en la entonces Gran Unidad, en la semana bolivariana que dedicábamos por el aniversario del Colegio, cuando repasábamos la historia de nuestro plantel, lo llamamos erróneamente como Hurtado Zapata y Echagoyen. De esta manera se recogía el apellido de su medio hermano y albacea Pedro Hurtado [de Mendoza y] Zapata. Confusión y equívoco que en los últimos años hemos venido corrigiendo.

Ahora, cuando conmemoramos el Bicentenario de la Independencia Nacional, y es necesario rescatar e identificarnos con nuestros valores culturales, la Asociación de Exalumnos del Colegio Simón Bolívar, con personería jurídica desde el 2019, ha propuesto que el auditorio del plantel se llame José Hurtado de Ichagoyen. También es necesario que nuestras autoridades coloquen una placa alusiva en la fachada de los tricentenarios claustros del Colegio que hoy detenta Santa Fortunata en el parque Bolívar, el local se lo debemos a él.

Pero no es solo el edificio. Son 310 años de educación, de continua formación espiritual de la juventud moqueguana y regional. Se lo debemos a José Hurtado de Ichagoyen.

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