La fundación española de Moquegua

POR: GUSTAVO VALCÁRCEL SALAS

  1. Una ocasión propicia

No obstante que la fundación española de la ciudad de Moquegua fue en 1625, se le festeja como si hubiera ocurrido el 25 de noviembre de 1541. La confusión se debe a que como hasta la fecha no se ha encontrado el acta fundacional, que hubiera despejado cualquier duda, se ha malinterpretado lo que escribió en 1840 nuestro primer historiador Montenegro y Ubaldi en su difundida Noticia donde nos indica el año. Información que ha sido sustentada con una tenaz y ejemplar investigación que desarrolló durante tres décadas en los repositorios locales, lo que le permitió conocerlos casi a la perfección. Este manuscrito recién se publicó en 1906 en la Revista Histórica, que reprodujéramos en 1992 para ser donado a las bibliotecas escolares y públicas del departamento. Además, la fecha la hemos constatado con el atento análisis de la documentación existente en el archivo local, así como en los de Arequipa y Lima. Ello nos ha permitido confirmar el año 1625, establecer que Moquegua tuvo la categoría de pueblo hasta el 27 de abril y el de villa a partir del 5 de mayo. El estudio lo expusimos en el “I Encuentro de historiadores” organizado por el Archivo Regional de Tacna en marzo del 2000. Pero también, en diversas intervenciones en nuestra ciudad, llamamos la atención sobre la discrepancia de esta fecha tan importante de la efeméride local, desde que editamos y divulgamos la obra de Montenegro hace ya tres lustros.

El festejo de la fundación española de Moquegua, la festividad más importante de nuestro calendario cívico, se hace sólo a partir de 1941. En años anteriores no había sido motivo de celebración alguna, tampoco se le identificó con la que desde tiempo inmemorial siempre se ha tributado el 25 de noviembre a Santa Catalina de Alejandría, cuando se sacaba la imagen de la Virgen en procesión, acompañada del estandarte del Cabildo, especial distinción por tratarse de la primera y principal patrona de la ciudad.

Como también lo han sido San Bernabé, Nuestra Señora de Loreto, la Virgen de Torata, que por su condición de patrones -ya olvidados en beneficio de Santa Fortunata- recibían igual veneración en la fecha que les dedica el santoral, porque protegían de los terremotos, sequías, inundaciones, o bien aumentaban las cosechas –en cada caso, según su especialidad-, en aquella lejana y pequeña villa que llegó a contar con cuatro templos, numerosas capillas y oratorios tanto en la ciudad como en el valle, tan ubicuos que hasta la fecha no se pueden precisar cuántos fueron, algunas órdenes religiosas, muchos frailes y una mayor cantidad de curas, que los pecadores y pecadoras nunca consideraron suficiente para conducir a la práctica virtuosa de los misterios divinos a una población tan propensa a las tentaciones terrenas. Conmemorar la fundación española no estaba entre las principales preocupaciones de los fieles y devotos vecinos.

Y esta fecha equivocada se plantea en 1940, cuando Arequipa festeja el cuarto centenario de su fundación (la que no hacía mucho tiempo recién se había precisado oficialmente), motivo por el que recibió como regalo por parte del gobierno central una importante suma de dinero para su desarrollo. Entonces nuestra ciudad pasaba por la mayor crisis económica de su historia; acumulaba las desgracias del terremoto de 1868, las consecuencias de la funesta guerra del 79, la desaparición de los viñedos por la filoxera importada desde Francia, la falta de mercados para sus disminuidos vinos y piscos, las devastadoras inundaciones seguidas de sequías igualmente implacables, y todo tipo de calamidades que llevó a buena parte de su sociedad a emigrar, llevando consigo sus escasos pero imprescindibles capitales. Moquegua vivía su desgracia olvidada por los distintos gobiernos y “entristecida en la orfandad”. La generosa atención a la ciudad vecina no pasó desapercibida, y se vio que era una ocasión para solicitar una participación en las rentas presupuestales, para atender las necesidades largamente postergadas como reclamadas por su población.

En 1940, personalidades como el médico Daniel Becerra Ocampo, el farmacéutico Jesús H. Cosío, el profesor Luis E. Pinto, el profesor Amaro Alayza, el comerciante Norberto Villegas, entre otros dirigentes emprendedores que mantenían una permanente y comprometida preocupación por el desarrollo de la ciudad, supieron trasmitir sus inquietudes a nuestras principales instituciones, las mismas que ellos presidían, hasta convertirlas en verdaderas promotoras del desarrollo regional. Tuvieron el tino de plantear la reivindicación departamental -no sólo local- y en el momento oportuno. Es así como el Municipio, la Sociedad de Artesanos, el Club Social Moquegua, la Sociedad de Beneficencia, el Rotary Club, el Colegio Nacional de La Libertad, la Inspección de Educación, el Comité Departamental de Deportes, la Sociedad Agropecuaria, el Touring Automóvil Club, la Cámara de Comercio e inclusive la Parroquia, de consuno elevaron un memorial al Supremo Gobierno, en el que se sustentaba la compensación histórica que precisaba Moquegua y que era impostergable, dado el inmerecido abandono al que se había sometido a la ciudad, que por sus propios méritos y sacrificios había sido declarada Benemérita a la Patria.

Se argumentaba que la ocasión era propicia, porque el 25 de noviembre de 1941 se conmemoraba la celebración del cuarto centenario de la fundación española. Se acompañaba un listado de obras consideradas imprescindibles, que debían hacerse tanto en Moquegua como en los otros distritos del departamento. El fundamento histórico de la fecha estuvo a cargo de Attilio Minuto, que era en ese entonces una de las personalidades más respetadas y vinculadas a estos quehaceres. En Lima se conformó una comisión que debía entrevistarse con el presidente de la República, integrada por el afamado abogado penalista Manuel G. Abastos, Enrique Pastor Manchego, Arturo Zapata Vélez, J. Augusto Barrios, entre otros distinguidos paisanos residentes en la capital.

Estábamos en medio de una aguda crisis y sin embargo ¡qué instituciones tan comprometidas, qué presidentes las dirigían, qué profesores enseñaban, qué párrocos tan acreditados… qué dirigentes! Todos los moqueguanos y sus instituciones unidas por un objetivo común. ¡Qué calendas aquellas!

El esfuerzo conjunto logró su cometido. Junto a un listado de obras, la ciudad recibió un emotivo y unánime homenaje en el Congreso el 25 de noviembre de 1941, seguido de una ley que refrendaba este tributo a lo que se consideraba era el cuarto centenario de su fundación española.

La fecha quedó oficializada y desde entonces se festeja anualmente.

  1. el sustento histórico

Cuando en 1940 el doctor Daniel Becerra Ocampo, como presidente del Rotary Club, se dirigió al alcalde para que conformase los comités que deberían llevar adelante la conmemoración del cuarto centenario de la fundación española de la ciudad de Moquegua, le señalaba que el aniversario “se cumple, según autorizadas opiniones, el 25 de noviembre de 1941”. Una vez convocadas, las instituciones conformaron un Comité Central presidido por el alcalde Jesús H. Cosío. En el memorial que elevaron al Supremo Gobierno indicaban que la ciudad “recibió el bautismo colonial de su fundación española el día de Santa Catalina de Alejandría el 25 de abril de 1541”. Y así se lo comunicaron al senador Raúl Pinto Manchego quien, atendiendo el pedido que le hicieron llegar sus paisanos, el 25 de noviembre leyó en el Congreso un aplaudido discurso donde pasaba revista a los principales sucesos históricos de nuestra ciudad, haciendo hincapié en que este era el día de la fundación española. Disertación que desarrolló gracias a la sustanciosa información que le proporcionara el doctor Jesús Rivero Vélez que por ese entonces trabajaba en el Senado. De esta manera se recogía y oficializaba la conjetura planteada por el bachiller Attilio R. Minuto, distinguido profesor y director del Colegio de La Libertad.

Pero esta no fue siempre la opinión de este nuestro distinguido intelectual y bachiller en Ciencias. En su “Rápido bosquejo monográfico de la provincia litoral de Moquegua”, escrito en 1930 y hasta la fecha inédito, dice que “se ignora el año de la fundación española de Moquegua y también el de su fundador. Hay quien asegura, sin embargo, que lo fue en 1540, y que los 13 que la conquistaron fueron los mismos que la fundaron”. Aunque no lo nombra es clara su alusión a Montenegro y Ubaldi, principal fuente de sus afirmaciones, quien además señaló que la mencionada fecha se trataba del descubrimiento, conquista y fundación española de la ciudad. Años después, en los primeros meses de 1938, Minuto ya mejor informado y motivado con los aportes que historiadores y genealogistas dieron a conocer por esos años, como el de los canónigos y hermanos gemelos Santiago y Gregorio Martínez, y los de ese persistente investigador de nuestro archivo que fue José Rivero Vélez, desliza su opinión que “el 1° de mayo de 1625 es la fecha que debe considerarse como la de la fundación de la ciudad”, agregaba que era también cuando se le otorgó el título de villa, sin profundizar mayormente en el tema. Esta vez Minuto nuevamente repetía lo que dijo Montenegro, cuya “Noticia” conocía bastante bien por haber reproducido en 1925 las primeras páginas en la revista “El Farol” que él dirigía, donde se trata particularmente sobre este asunto. Estuvo muy cerca de la verdad, pero…

Meses más adelante, atendiendo a una invitación que le formulara el Rotary Club de nuestra ciudad, el periodista e historiador Manuel Vegas Castillo desde Lima, donde dirigía en una emisora radial un sintonizado programa cultural, difunde su versión sobre la fundación española de Moquegua. Carente de datos y sin más información que la siempre utilizada “Noticia” de Montenegro, hace una sucesión de deducciones tomando como referente la fundación de Arequipa. Supuso que San Sebastián de Escapagua fue fundada en fecha cercana a la de esa ciudad. Es así como establece el 20 de enero de 1541 por ser ese el día de aquél santo, y que la fundación de Moquegua por estar a poca distancia de Escapagua fue a continuación y casi simultánea. Con la misma lógica para precisar fechas recurre al santoral y presume que fue el 30 de abril de dicho año, día dedicado a Santa Catalina de Siena, descartando a Santa Catalina de Alejandría porque especulaba que el 25 de noviembre era un mes muy lejano. Esta información se difundió en nuestra ciudad y tuvo una aceptación inmediata y momentánea.

En respuesta a este novedoso planteamiento, Attilio Minuto dijo que había redactado un artículo en el que compartía estas deducciones y el día, pero por no estar totalmente convencido tuvo la precaución de no publicar. Entonces sugirió que como “se ignora el año de la fundación española de la ciudad” se fije una fecha en la que Moquegua pudiera conmemorar la efemérides; pero “principalmente, [para] gozar de los beneficios que esas celebraciones traen consigo”, tal como lo había conseguido Arequipa, y de esta manera se pudiera atender las urgentes necesidades departamentales cuya satisfacción se postergaba más de medio siglo.

La conveniencia de fijar una fecha conmemorativa ya estaba planteada; era el momento oportuno y ahora faltaba precisarla. Attilio Minuto luego de haber leído en el Diccionario Biográfico de Mendiburu (que como prefecto del departamento de Moquegua desde 1839 había frecuentado la ciudad y su archivo, ocasión en la que también consultó los manuscritos que le facilitó su amigo el cura vicario Montenegro y Ubaldi) que la patrona moqueguana era Santa Catalina de Alejandría, decide replantear su hipótesis. Siguiendo el mismo razonamiento de Vegas Castillo, descarta el 30 de abril y se inclina por el 25 de noviembre, pero mantiene el año de 1541, previniendo esclarecedoramente que “si no la fecha exacta de su fundación, algo que es más importante todavía: sus cuatro siglos indiscutibles de vida”. Y se retracta de su propuesta del 1° de mayo de 1625 al señalar que “no constituye un real acontecimiento histórico que pretendió imponerse…no es un secreto que dicha fecha fue escogida arbitrariamente…”; pero recalcando que desde el “10 de mayo de 1625 aparece y consta que comienza por la primera vez a nominarse esta población la villa de Santa Catalina de Guadalcázar”, tomando reiteradamente una y otra fecha de Montenegro sin citarlo con la misma persistencia, que fue quien dio esta fecha, viéndose Minuto envuelto en el error paleográfico cometido por la Revista Histórica que publica en una página como día de la fundación el 1° y en otra el 10, siendo este último el dato correcto dado por el mismo Montenegro, tal como consta en sus manuscritos y en los documentos de nuestro Archivo Notarial que usa como indiscutible fuente.

Este mismo error lo arrastra el padre Rubén Vargas Ugarte al tomar como referencia la mencionada Revista Histórica, -es decir, a Montenegro- cuando cita que el “1 de mayo de 1625 [el virrey] libró una provisión por la cual ordenaba el traslado de la población de Escapagua, cuya denominación habría de ser en adelante Santa Catalina de Guadalcázar.”(Historia  General del Perú. Virreinato, t. III, 2da. Ed. 1971, p. 165).

Reiteramos en señalar que la Revista transcribe erróneamente 1°, cuando Montenegro en sus manuscritos escribe 10.

Minuto tiene el mérito de haber señalado que 1541 es el año aproximado de los cuatrocientos años de vida española, el que luego fue consagrado como el de la “fundación”; y precisar que fue el 25 de noviembre, que es el día de la patrona de la ciudad, Santa Catalina de Alejandría. La que quedó sancionada con el aval de su respetada autoridad como la fecha más importante del calendario cívico local, y reiterada cada año con el espontáneo fervor popular que con justicia se le tributa a la ciudad.

III.         los que investigaron

Antes que se determinara el año 1941 como el del “cuarto centenario de la fundación española” de nuestra ciudad, la historia moqueguana que se conocía era básicamente la que nos había dejado Montenegro y Ubaldi en la docena de sus tomos manuscritos. En ellos volcó su investigación realizada en los archivos locales desde 1826 hasta 1854. A pesar de no haber quedado su tesonera y copiosa obra en el archivo parroquial, desacatando censurablemente lo ordenado por él mismo en su testamento, estando en poder de sus ocasionales poseedores fueron consultados por diversos historiadores en distintas épocas. Estos documentos han sido la principal fuente y la más confiable sobre nuestro pasado. Particular interés tiene para nosotros la “Noticia” por ser su única obra editada; en ella desarrolla con amplitud lo concerniente a la fundación de Moquegua. Fue publicada en 1906 en la Revista Histórica, de la cual varios ejemplares circularon en nuestra ciudad. Minuto reprodujo en 1925 las primeras páginas en la revista “El Farol” que él dirigía. La importancia de este documento, que mal interpretado es el punto de partida de los errores y equívocos sobre nuestra fundación, merece un análisis detenido y posterior.

Pero Montenegro no fue el único en investigar. También lo hizo Mendiburu cuando fue prefecto del departamento y visitaba nuestra ciudad y su archivo. Entre los muchos aspectos que trata sobre nuestra historia en su enciclopédico Diccionario (aparecido entre 1874 y 1880 y la segunda edición entre 1931 y 1937), precisa que Santa Catalina de Alejandría es la patrona moqueguana, dato que fue posteriormente usado por Minuto. Sin embargo, esta información figura en los manuscritos de Montenegro y en las apostillas marginales que de su puño y letra hacía a las escrituras del archivo. Esto vendría a demostrar que nuestros paisanos no leyeron cuidadosamente a Montenegro, ni investigaron en los protocolos notariales sobre la fundación de nuestra ciudad.

Además, debe destacarse que, por los primeros años del siglo XX, diversos investigadores regionales empezaban a publicar sus trabajos. Entre ellos el canónigo arequipeño Santiago Martínez, que junto a su hermano Gregorio -fue párroco de nuestra ciudad- fueron infatigables genealogistas e investigadores en los repositorios públicos y conventuales de Moquegua, de Arequipa y Lima. Ellos hicieron un sólido trabajo genealógico donde difundieron las vinculaciones sociales de las principales familias moqueguanas (árbol genealógico que donaron al Municipio local y que hoy se resguarda en el Archivo Regional). El cura Santiago ubicó y publicó el acta de fundación de San Francisco de Esquilache; aquí se precisa que fue fundada el 6 de junio de 1618. Rómulo Cúneo (1869 – 1931), distinguido historiador ariqueño que escribió capitales obras sobre la historia regional, la incluye en una de sus obras que dejó inédita y recién fue publicada en 1977. Al parecer esta acta no se conoció en nuestro medio, nadie hizo referencia a ella. Afortunadamente hemos ubicado los valiosos manuscritos originales que usó el cura Martínez e información adicional sobre esta fundación y su acta, de todo lo cual tenemos copia que publicaremos próximamente. La copiosa producción del padre Barriga fue posterior a 1940, como parte de ella publicó la obra de Echeverría e infaltables documentos para nuestra historia colonial ubicados en el archivo de Sevilla.

Es de resaltar el laborioso y poco conocido trabajo de José Rivero Vélez y su notable artículo sobre diversos aspectos coloniales y republicanos de Moquegua publicado en el diario El Comercio en 1937. Allí reitera conceptos expresados anteriormente por Montenegro sobre la pérdida de documentos notariales, y que “el título de elevación a la categoría de villa de Santa Catalina de Guadalcázar… se quedó en rehenes en esta capital…documento que jamás ha sido visto en Moquegua por historiador alguno”. Rivero se refiere a la confirmación de la fundación y no a la fundación misma. Rivero es el más grande investigador de nuestro archivo durante el siglo XX. El suyo fue un trabajo formidable; en él puso todo el empeño de los que tienen la genuina vocación por investigar la historia local. Con ese desinterés que inspira el amor al terruño resumió antes de 1940, con una persistencia ejemplar, los testamentos y otras escrituras afines que se encuentran en los protocolos del archivo desde 1587 hasta 1914, los que entonces estaban en la notaría de su padre Orestes Rivero. La información fue mecanografiada por el Instituto de Investigaciones Genealógicas en dos tomos acompañados de un valiosísimo índice que facilita la consulta, promoviendo de este modo la curiosidad y dedicación por conocer nuestro pasado. Hasta hoy siguen inéditos, pero se manejan, copian y difunden como material imprescindible en los medios genealógicos del país sin que se sepa quién es su esmerado autor. Cuando radicó en Lima se dedicó a investigar en otros archivos y bibliotecas; como producto de este trabajo reunió libros sobre nuestra historia, copió documentos entonces inaccesibles y desconocidos que daba a conocer con prodigalidad, mientras que a él se le pagó, y se le sigue pagando, con la ingrata moneda del olvido.

Aurelio Miró Quesada, que tan generosas y amenas páginas le ha dedicado a nuestra historia durante varios lustros, en su libro “Costa Sierra y Montaña”, impreso en 1940, recogió la versión de Minuto, pero “aunque solo dentro del terreno amable pero peligroso de las conjeturas”.

De igual modo, Guillermo Kuon Cabello con mucho acierto incursionó en diversos aspectos de la realidad local, escribió lúcidas páginas sobre nuestra historia. En 1941 comentaba lo escrito por Montenegro sobre la elevación de Moquegua a villa en 1625, señalando, pero no es esta fecha la de fundación española de la ciudad, que data desde tiempo atrás y que el cuatricentenario se refiere a la fundación o descubrimiento por los españoles de nuestra ciudad, y no a su elevación a la categoría de villa; se apoyaba en el artículo de José Rivero y en los de Minuto. Igual fue la opinión de su hermano Luis Kuon, que desde 1932 ya publicaba notas culturales, pero en el 40 recién se iniciaba como historiador.

La fuente común de todos ellos han sido los documentos del archivo o los manuscritos de Montenegro. Sin embargo, no llegaron a precisar la fundación española de Moquegua.

  1. dos pueblos en litigio

La referencia más temprana de la presencia española en Moquegua que hemos consultado es la encomienda de los Carumas firmada por Pizarro en 1535 a favor de Lucas Martínez Vegazo, quien tomó posesión de ella el 27 de agosto del mismo año. La cercanía de Carumas nos induce a pensar que toda la región fue explorada y visitada por esa época.

Una vez establecidos en nuestro valle por esos años, los españoles formaron los pueblos de Escapagua, Moquegua y Samegua, junto a los antiguos asientos indígenas del mismo nombre; y, un poco más alejados, el pueblo viejo de Callo y el de Tumilaca, sin que ninguna de estas primeras ocupaciones deba entenderse como fundación.

La tradición señala que Escapagua, ubicado en la parte alta, fue el primero en ser poblado bajo la advocación de San Sebastián, y era administrado por un corregidor nombrado desde Lima. Se le denominaba “lado Cuchuna provincia de Colesuyo” por estar en el mismo lado del río en el que se ubica el pueblo de Torata, a cuya vera se encontraba el pueblo Cuchuna; “Colesuyo”, porque se recogía la denominación incaica de la región que abarcaba desde Arequipa hasta el sur de Arica, pero que en la colonia se restringió al norte del río Moquegua.

Mientras tanto, el pueblo de Moquegua se formó en la parte baja, donde hoy está ubicada la ciudad, y fue encomendado a Santa Catalina de Alejandría. La autoridad era el teniente de gobernador designado por Chucuito.

Ambas localidades estaban separadas por un pequeño río (hoy llamado Tambapalla) que era el límite entre las audiencias de Lima y Charcas.

Dentro de sus linderos comprendían los asentamientos indígenas de los carumas, toratas, capangos y los llegados del altiplano, cada vez venidos a menos por un continuo despoblamiento; sin embargo, poseían las mejores tierras sin darse abasto para sembrarlas, las cuales eran muy apetecidas por los españoles que afanosamente buscaban la manera de apropiarse de ellas, bien fuese para construir sus viviendas o dedicarlas a los modernos cultivos. El desplazamiento de los nativos fue constante y progresivo a favor de las nuevas poblaciones españolas.

A fines del s. XVI y dada su cercanía, durante un breve tiempo estuvieron unificados los pueblos de Escapagua y Moquegua bajo la capitanía de este último; pero volvieron a separarse sin perder la concordia. Los pobladores se dedicaron al cultivo de la vid y a la elaboración del vino, alcanzando una relativa e igual importancia.

Sin embargo, surgieron algunas posiciones discrepantes acerca de la unificación de los dos pueblos, y la ubicación del de Santa Catalina de Moquegua no estuvo muy segura. Así se desprende de la declaración que hace Diego Fernández Maldonado, vecino del pueblo de Moquegua, cuando otorga su testamento el 9 de enero de 1605, donde hace constar que funda una “capellanía en la iglesia de Santa Catalina de este valle y pueblo de Moquegua, y si se mudare la iglesia o se hiciese pueblo de españoles en otra parte, se muden y pasen mis huesos y la capellanía a la iglesia que así se hiciese”. Declaración semejante hace Pedro de Guevara el 25 de setiembre de 1605, cuando funda una capellanía y patronazgo, para lo que se obliga a construir una capilla en la iglesia de Moquegua, que se va a edificar juntamente con la iglesia por haber caído en el terremoto. Cuando designan al patrón de la citada capellanía hacen la salvedad de que “en el ínter que no se poblase este dicho valle y poblado lo sean la justicia y regidores del”.

En 1611 los vecinos convinieron que por el nivel de desarrollo del pueblo había llegado el momento de fundar una villa. Fundación que los haría acreedores además de la autonomía a ciertos provechos, mercedes, exenciones y privilegios que sólo gozaban los pueblos fundados. De manera conjunta y armoniosa treinta y cinco vecinos de ambas localidades, en nombre de los demás heredados, solicitaron al virrey que ésta se debería hacer y fundar en el pueblo de Moquegua. Su fundamento era el que además de estar allí la iglesia de Santa Catalina, donde se enterraban a los difuntos del valle, había algunas capellanías y las tres cofradías. Se hicieron amigables y recíprocas concesiones: la capitalidad la tendría Moquegua, pero dejarían la jurisdicción de Chucuito por la de Colesuyo, que dependía de Lima.

Pasó un año, otro y otro más tratando diversas veces de llegar a un acuerdo final, sin conseguirlo. En vez de ponerle remedio se recrecieron algunas diferencias y disensiones. Fue así como en 1614 revocaron su anterior escrito. Dos años después, durante los cuales los de Escapagua fatigados por las intransigencias habían intentado unilateralmente que en su pueblo se hiciera la anhelada fundación, los de Santa Catalina indignados desaprobaron la pretensión por escrito, alegando que dicho lugar estaba lleno de sepulturas antiguas de indios y que allí la carencia de agua era más aguda que en la parte baja.

En la medida que el favoritismo se inclinaba por la fundación en el lado Cuchuna, los memoriales de la otra banda se hacían más insistentes, incidiendo y exagerando los muchos inconvenientes que ha descubierto el tiempo para que no se haga allí. De esta manera, por medio de informes, peticiones, requerimientos y protestos, que acumulados en autos engrosaban los expedientes en este proceso donde las injurias iban y venían en una causa que no tenía cuándo acabar, para felicidad de los abogados, procuradores, escribanos y amanuenses de Arequipa y Lima a donde tercamente se elevaban las apelaciones, se fueron alimentando las discrepancias. Es así como se desarrollaron las pugnas y avivaron los enconos entre los vecinos de estos dos pueblos hermanos que perdieron la paz y la fraternidad por varios años.

Finalmente, el virrey don Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esquilache, a pedido de los vecinos del distrito de Colesuyo para que se fundase un pueblo de españoles, resolvió el 27 de marzo de 1618 y ordenó al capitán don Francisco de Salazar que fundéis en el dicho sitio de  Escapagua el dicho pueblo que intitularéis y nombraréis villa de San Francisco de Esquilache, donde se han de recoger, vivir y habitar todos los que hasta ahora han estado derramados por este valle, de donde se sacan más de veinte y cuatro mil arrobas de vino.

Acatando esta orden virreinal, el dicho capitán y corregidor de la provincia de Colesuyo procedió a la fundación de la villa el 6 de junio de 1618. Luego de asistir a misa, donde el estandarte real recibió la bendición de Dios, pasó a la plaza agitando este bendito pendón; gritó las vivas al rey por tres veces, a cuyo nombre tomaba posesión de la villa y le señaló una legua de jurisdicción. Con la solemnidad acostumbrada marcó los lugares y sitios para iglesia, casa de Cabildo, cárcel, hospital y tambo; e indicó que todos los años se elegirían dos regidores y un procurador. El acta de fundación la redactó el escribano Pedro Ibáñez.

Es así como se pidió fundación de un pueblo de españoles, se ordenó fundación y se fundó la villa de San Francisco de Esquilache, la primera villa española en el valle de Moquegua.

“Don Diego Fernández de Córdova, marqués de Guadalcázar, virrey lugarteniente del rey nuestro señor, su gobernador y capitán general en estos reynos y provincias del Pirú, tierra firme y Chile. Por quanto de pedimiento de los vecinos y moradores del valle de Moquegua, mandé que en el asiento de Santa Catalina de dicho valle se hiciesse una población y fundación despañoles donde todos viviessen juntos y congregados. Y le di título de villa con juridición civil y criminal, mero misto ymperio horca y cuchillo, con el nombre y apellido de Sancta Catalina de Guadalcázar y para más ylustrarla y conservar la dicha población…”
Transcripción de Gustavo Valcárcel Salas

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