Vamos, que es Navidad

Una navidad mi padre compró un pavo, que lo teníamos merodeando en la azotea de la casa, disponiendo que le diéramos final a su fulgurante presencia, para hornearlo; lo primero era darle “cinzano” y lo hicimos, luego descabezarlo y aun así saltaba por todo el patio regando con su sangre todas las paredes...a la hora de la cena, el pavo horneado sabia a licor, nos habíamos excedido.

POR: VICENTE ANTONIO ZEBALLOS SALINAS   

Algo personal. La dinámica diaria sigue a su ritmo, los contrastes políticos, los anuncios preocupantes, la deslegitimidad a rebosar, una democracia que se cae a pedazos, la prensa sigue con sus acostumbradas y direccionadas prioridades, algunos se aventuran a vaticinar el 2024 y sin embargo, la calle se encuentra despreocupada y alegre, un mundo diferente, más vehículos que nunca, las aceras ocupadas, el ir y venir de vecinos, el chillido de niños y jóvenes, las propias luces, brillos y colores nos dices a gritos, canticos y cohetones, que es Navidad.

Tengo tres momentos, en mí ya larga vida, que por estas fechas se expresan como pulsaciones en mi mente, reclamando su espacio. Acabamos la cena navideña, ya era medianoche, muy solemne -casi mudos-, todos cabizbajos, había una silla vacía, la principal, que aun así nos proponía reverencia, nostalgia y coraje; mi madre fue a la cocina y no regresaba, fue mi hermana a su alcance y luego uno y otro hermano, y nos unimos en un abrazo con ella, que estaba mirando por la ventana, el vacío de la calle intentando encontrar respuestas a su aflicción e impugnando la injusticia, sus lágrimas eran tan puras y limpias, que traslucían su profunda tristeza, mi padre había fallecido ese año.

Fueron muy trabajadores mis padres, y aun siendo muy jóvenes se ganaron a pulso las mayores consideraciones, y recuerdo que cuando se dirigían a ellos, siempre se anteponía la expresión “don”, reflejo del respeto; no faltó en casa la cena navideña y los regalos, pero más importante que ello, a pesar de convivir todos en casa, era la oportunidad de renovar nuestra fe cristiana y nuestro propio afecto familiar. Una Navidad mi padre compró un pavo, que lo teníamos merodeando en la azotea de la casa, disponiendo que le diéramos final a su fulgurante presencia, para hornearlo; lo primero era darle “cinzano” y lo hicimos, luego descabezarlo y aun así saltaba por todo el patio regando con su sangre todas las paredes…a la hora de la cena, el pavo horneado sabia a licor, nos habíamos excedido.

Luego del frustrado primer intento de vacancia a Pedro Pablo Kuczynski, me disponía a viajar a Moquegua el 24 por la tarde y de forma intempestiva, recibo una llamada del despacho presidencial, se me indicaba que alrededor de las 5 de la tarde, ministros y congresistas de la bancada parlamentaria, tendríamos una reunión con el presidente, en la incertidumbre y la ingenuidad de las circunstancias, pensaba que era una reunión de agradecimiento y camaradería por las navidades, tremendo error, sentados en la sala del Consejo de Ministros, el presidente nos dio cortas y contundentes palabras, advirtiéndonos que no aceptaría ninguna opinión, porque la decisión era de él: había dispuesto el indulto humanitario de Albero Fujimori. Tuve que renunciar a la vocería de la Bancada parlamentaria, a la misma bancada y a cualquier expectativa política futura con el gobierno; y si bien esta historia del indulto se inicia con esta decisión, teniendo enormes costos políticos en su evolución, lo cierto es que aún no concluye.

Somos una sociedad desigual, no ingresaré en el terreno de las evidencias, estas fluyen por doquier, y estas fiestas navideñas, cuasi universales, nos hacen ver que la alegría y la sonrisa es innata a todos, unos con menos y otros con más, nos proponen la sonroja de su rostro, de forma expresiva se lee satisfacción, otros no recibirán nada, y sin la envidia, tan humana, aún sonreirán; las entidades, sean públicas o privadas, derrochan desprendimiento, sensibilidad y también oportunismo, sin darnos cuenta hemos mercantilizado nuestra fe.

Pasarán las navidades, y volveremos a lo cotidiano, a lo de siempre; ¿nos dimos la oportunidad de una oración, hubo el tiempo necesario para compartir en familia nuestra fe y la razón de estas navidades?

Si bien, conmemoramos el nacimiento de Jesucristo, una de las fechas especiales de la iglesia católica, es también circunstancia para fortalecer la unidad familiar, de interiorizar, departir, ir al encuentro de lo que es nuestra familia, rescatando y difundiendo los valores cristianos de la solidaridad, la paz, el amor a nuestros prójimos, liberarnos de esa sobrecarga que es el rencor, la animadversión que no nos deja caminar con libertad y confianza; pues estamos inmersos en una sociedad ganada por lo intrascendente y trivial, empoderando dioses ficticios, relegando la verdad y la justicia por la inmundicia de la mentira, perdiendo toda sensibilidad humana y poniéndonos lentes oscuros para evitar la crudeza de nuestra realidad, cayendo en la complacencia con nuestro silencio.

Vamos, que es Navidad. Hagamos que ésta sea diferente, que nos permita colocar los cimientos para una sociedad justa, igualitaria y solidaria; si él, Jesucristo, entregó su vida, precisamente por estos principios, ahora que celebramos su natalicio, tenemos el deber de enrumbar nuestros destinos por un sendero de fe y esperanza bajo los cánones cristianos.

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