Notas o interrogantes sobre la recesión (II)

“Es una recesión cuando tu vecino pierde su trabajo; una depresión cuando tú pierdes el tuyo.” Harry S. Truman

POR: CÉSAR A. CARO JIMÉNEZ    

Según una gran mayoría de economistas la recesión y la depresión son dos conceptos económicos que se refieren a la disminución de la actividad productiva y el nivel de vida de una sociedad. Se dice que hay recesión cuando el crecimiento económico es negativo durante dos trimestres consecutivos, mientras que la depresión es una recesión prolongada y profunda que afecta a la mayoría de los sectores económicos. Ambas situaciones tienen consecuencias negativas para el empleo, el consumo, la inversión, el comercio y la confianza de los agentes económicos.

Las recetas que recomiendan los economistas ortodoxos para superar la recesión y una posible depresión se basan en la idea de que el mercado es capaz de autorregularse y alcanzar el equilibrio si se eliminan las distorsiones que lo afectan la marcha económica por lo que es de esperar que aparte de solicitar créditos suplementarios para inyectar recursos monetarios al mercado interno mediante el aumento del  gasto público y el déficit fiscal intenten flexibilizar el mercado laboral para facilitar la contratación y el despido, así como reducir los costes salariales y las cargas sociales de todas las empresas que se desenvuelven en el mercado interno, pero eso sí, no se alterara en lo más mínimo las actuales normas que rigen las actividades mineras, cuyas abundantes ganancias merecerían como mínimo otro Alan García que les pase el sombrero, o proceder como Chile que aplica un impuesto a las sobre ganancias mineras, también conocido como royalty minero, que varía según el precio del cobre. (Según un informe del Centro de Estudios Públicos de Chile, la tasa efectiva de este impuesto varía entre el 5% y el 14%.).

En el caso peruano, desde hace años se ha sugerido la implementación de un impuesto a las sobre ganancias mineras. Sin embargo, el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) de informó en agosto de 2022 que no estaba en los planes de su sector elevar tasas de impuestos ni tasas a impuesto a las sobre ganancias mineras. (Por otro lado, en Chile, aparte de existir un impuesto a las sobre ganancias desde mediados de la última década, desde algún tiempo está en discusión el establecimiento de otro impuesto, esta vez sobre las ventas brutas de los minerales extraídos en Chile equivalente al 3% de las ventas para exportaciones superiores a las 12.000 toneladas de cobre fino o 50.000 toneladas de litio).

Sin embargo, particularmente considero que en tanto no tengamos objetivos y planes de desarrollo de calidad, aparte de funcionarios públicos capaces y honestos, me temo que más ingresos provenientes de la minería tan solo conducirían a más corrupción, a tal punto que como señala cínicamente un amigo, la misma se ha convertido en una forma de distribuir la riqueza. Es por ello que preferiría el esquema de obras por impuestos, a pesar de todos sus defectos.

Y volviendo a la recesión, recordemos que para el economista John Kenneth Galbraith, la misma es una fase normal del ciclo económico, en la que se produce una corrección de los excesos y desequilibrios acumulados durante la expansión. La depresión, en cambio, es una situación anormal y prolongada de estancamiento o caída de la producción, el empleo y los ingresos, que genera una crisis social y política. Galbraith sostiene que las depresiones se deben a fallas estructurales del sistema, como la concentración del poder económico, la rigidez de los precios y salarios, o la insuficiencia de la demanda efectiva. Para evitar o superar las depresiones, propone una mayor intervención del Estado en la regulación, el estímulo y la redistribución de la renta, idea que comparto, pero con pinzas en razón a la habitualmente pésima calidad profesional y ética de los políticos y funcionarios públicos, aparte del inmenso poder que tienen las empresas privadas en el Perú.

Y aquí cabría preguntarse una vez más: realmente nuestro país y nuestro departamento han desarrollado o progresado en las últimas décadas, o tan solo se han beneficiado marginalmente, –por un corto tiempo de las inversiones empresariales sobre todo en minería–, la que brindó innumerables puestos de trabajo momentáneos, aparte de la posibilidad de construir hoteles y otros negocios que hoy languidecen o recurren para sobrevivir a actividades no muy santas que digamos.

Y todo ello en un universo económico e histórico actual que es mucho mayor que al de los años 50, en los cuales los gobiernos de turno construyeron los grandes hospitales como los hoy denominados Rebagliati y Alzamora, aparte de otros tantos, además de las grandes unidades escolares y otras obras de infraestructura, con menos recursos financieros y tecnología, pero de propiedad pública.

Y aquí cabe hacerse una pregunta: ¿en que hemos “crecido” estas últimas décadas? …a nivel país, podríamos citar quizás el gasoducto de Camisea que permite transportar gas natural desde la selva del Cusco hasta la capital, Lima… El túnel trasandino de Olmos para irrigar 38 mil hectáreas en la región de Lambayeque. Asimismo, a la denominada carretera interoceánica del Sur cuyo monto de inversión y corrupción es totalmente repudiable. Corrupción que pareciera asomar en otras tantas obras como la línea 2 del metro de Lima y la ampliación del aeropuerto internacional Jorge Chávez, aparte del de Chinchero, sin olvidarnos de aquella otra falacia denominada reconstrucción del norte.

¿Y en el caso de Moquegua? Allí están los claros oscuros de la construcción del Hospital del Minsa y la Irrigación de las Lomas de Ilo, entre otros casos tanto en el Gobierno Regional como en casi todas las entidades públicas, a tal punto que un economista amigo socarronamente me dice que la corrupción se ha convertido en una forma de distribuir la riqueza.

Riqueza que mayormente es generada por la actividad privada que ha sabido maniobrar hábilmente para lograr una radical separación entre su actividad económica y la vida política y social de los departamentos donde hay actividad minera, pudiendo decirse que la burbuja económica inmobiliaria y las actividades mineras son dos fenómenos parecidos que han tenido un gran impacto en el desarrollo económico y social de muchos países y regiones. Ambos se caracterizan por una fuerte inversión y especulación en sectores que generan una alta rentabilidad, pero también un alto riesgo. La burbuja inmobiliaria se produce cuando el precio de los bienes raíces aumenta de forma desproporcionada respecto a su valor real, creando una ilusión de riqueza y una demanda artificial que alimenta el ciclo. Las actividades mineras, por su parte, se basan en la explotación de recursos naturales no renovables, que pueden generar grandes beneficios a corto plazo, pero también graves consecuencias ambientales y sociales a largo plazo. Ambas situaciones pueden provocar una crisis económica y social cuando se revierte el ciclo de crecimiento y finaliza la construcción y se evidencia la insostenibilidad del modelo como sucede en la actualidad. Es decir, la imposibilidad de continuar teniendo niveles de trabajo similares a la que producen en la etapa de construcción, no obstante que la rentabilidad de la minería al estar dirigida al mercado externo es muy superior a la del mercado peruano o moqueguano. A ellas, –las empresas mineras–, más les preocupa lo que pueda ocurrir en los mercados de Londres o Nueva York, aparte claro está, de seguir expandiendo sus actividades productivas, total nunca pierden, gracias a los alcances de la denominada depreciación acelerada y a la ceguera interesada de políticos y funcionarios públicos que tratan con manos de seda a las empresas mineras, todo lo contrario –en cuanto racionalidad–, con lo que ocurre en el país sureño.

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