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8 julio, 2025 9:32 am

«Huaraca»: crónica de una patria en curva

La pluma de Palomino aquí se vuelve feroz: corta con precisión quirúrgica y remata con un giro final tan absurdo que uno no sabe si reír o llorar. Pero detrás del humor está la verdad incómoda: que en esta ciudad el deseo a veces es lo único que nos recuerda que estamos vivos, aunque sea por un rato.

POR: GUSTAVO PINO

Salimos de Moquegua rumbo a Arequipa con el tiempo justo y el clima en contra. Yo iba al volante; Raffaella, en el asiento del copiloto, revisaba el trayecto en el celular mientras la sierra se vestía de neblina. La lluvia empezó suave, pero pronto convirtió la carretera en una pista de jabón. Fue pasando el fiscal donde la camioneta derrapó. El eje trasero se fue primero, como si intentara tomar otro camino. Raffa soltó un «¡cuidado!» que quedó flotando en el aire. Maniobré como pude hasta recuperar el rumbo. Silencio. Solo el motor y la lluvia. Seguimos, con los hombros tensos y los pensamientos en cualquier parte, menos en la SBS Internacional, donde en unas horas se presentaría Huaraca, el libro de cuentos de Luis Francisco Palomino.

A Luis lo conocí en 2018, cuando él preparaba un reportaje sobre escritores del sur para El Peruano. Un año después, en el 2019, nos encontramos en Arequipa, en el cóctel de clausura del Hay Festival. La noche terminó en algún bar del centro. En 2020 lo volví a ver en Lima, en una cafetería de Miraflores. Fue la última conversación antes del encierro: la pandemia me confinó en un cuarto de 4×4 para luego retornarme a Moquegua y a él lo empujó a Madrid, como si el virus también tuviera un mapa literario para repartir destinos.

La sala de la SBS estaba llena. Jóvenes, colegas, curiosos, lectores antiguos y recientes. Palomino habló con la voz de siempre: templada, irónica, lúcida. No leyó: conversó, que es más difícil. Escuchar a un escritor hablar de su obra sin solemnidad es raro. Mientras lo oía, pensé en la frase con la que abre Huaraca:

«Tristes reliquias de un hermoso país que jamás conocimos», de Juan Gonzalo Rose.

Huaraca de Luis Francisco Palomino es un libro que se sostiene sobre una ausencia: la de un país ideal que nunca existió, pero que aún se sueña. Desde esa herida, el autor arma relatos que funcionan como espejos rotos de una identidad fragmentada. Historias como Entrada y La liga de campeones retratan espacios cotidianos —la escuela, la cancha de barrio— como escenarios de lucha simbólica, donde la violencia, el afecto y la pertenencia se entrecruzan para construir una identidad a partir del agravio.

En los cuentos más introspectivos, como Pista 9, Serpentinas y Gusanos, el conflicto se desplaza hacia el interior: el tránsito a la adultez, la rutina laboral, la necesidad de romper con las ficciones del éxito. La música, la nostalgia y los gestos de ruptura se convierten en refugio o salvación. Palomino escribe desde el desencanto, pero también desde la posibilidad de recomenzar, dejando claro que entre el deseo y la herida aún hay espacio para una forma de resistencia.

Y luego viene Subte, un cuento que, en su aparente ligereza, es una bomba de profundidad. Palomino dinamita el cliché del taxista marginal y nos entrega a una conductora de emociones, una madre-underground que se mueve entre el ruido del tráfico y los silencios de su propia historia. No hay crimen, hay conducción afectiva en un taxi que avanza como un confesionario sobre ruedas. Esta mujer, que no roba a clientes sino canciones, se debate entre la rebeldía postadolescente y una ternura que le estalla a medias, justo cuando suenan —sí, en serio— los Jonas Brothers. La escena es brutalmente insólita y por eso conmovedora: es el Taxi Driver que nos tocó, sin Robert De Niro ni pistolas ni Fernando Ampuero, pero con un volante entre las manos y la necesidad urgente de no volverse invisible ante su hija. Porque ser madre en Lima —en una Lima líquida y voraz— es un acto punk.

Finalmente, y digo finalmente porque los cuentos que vienen después dejan de existir en la mente del lector, al menos así me ocurrió a mí, cando aparece en escena Cero papeletas es ese tipo de cuento que uno termina con una media sonrisa y el estómago apretado. Es comedia negra, pero también mapa emocional de una ciudad donde la libido y el tránsito se cruzan en esquinas imposibles. La relación entre la señora bien, la pituca limeña —de Miraflores, claro— y el custodio motorizado tiene algo de lo improbable y mucho de lo inevitable. En medio de multas, órdenes y miradas prohibidas, se va tejiendo una complicidad erótica que no se toma en serio ni a sí misma. La pluma de Palomino aquí se vuelve feroz: corta con precisión quirúrgica y remata con un giro final tan absurdo que uno no sabe si reír o llorar. Pero detrás del humor está la verdad incómoda: que en esta ciudad el deseo a veces es lo único que nos recuerda que estamos vivos, aunque sea por un rato.

Luis Francisco Palomino junto a Gustavo Pino, autor de la reseña, sosteniendo el libro «Huaraca», espejo fragmentado de un país soñado que nunca fue.

Análisis & Opinión