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Érase una vez la política (I)

La izquierda por aquella época era la reserva moral del país e imposible de encontrar algún pillo o algún grupo de galifardos dentro de sus filas. Ahora hay acosadores, “come sueldos” y hasta coimeados.

POR: JULIO FAILOC RIVAS

Si la actual clase política, concertadamente, se hubiera propuesto convertir la “política” en el oficio más vil del mundo, estoy seguro que no la habrían podido hacer mucho mejor. Alienaron a la mala todos los astros e hicieron el mal muy bien, y el bien muy mal.

Para ser justos aquí nadie se salva, unos por error y otros por omisión, desde las izquierdas, pasando por los dos lados del centro político, hasta las derechas, habiendo logrado lo imposible, superando lo insuperable. Demostraron que, al fondo, no solo hay sitio, sino que, también, no hay fondo. Para muestra un botón: todos creímos que no era posible un congreso peor que el disuelto, pero nos equivocamos. Fue mucho peor, tal vez no hay la misma cantidad de pillos y galifardos, pero mediocres, de lejos.

¡Esos los de mi tiempo de añoranza! Había gente más preparada que bribones, y no solo los de izquierda, sino también los de derecha, no había centro, ni de izquierdas, ni de derechas, pero había ultras y fachos, pero al interior de éstas facciones. El partido de la estrella, por estrategia, se hacía llamar de “izquierda democrática” y con este cliché se disputaba con la izquierda la hegemonía en las universidades y en las organizaciones populares. Con el tiempo al Apra se le acabó el discurso y su acción política develó el partido que siempre fue.

Para no ser mezquinos, reconocemos que había cuadros políticos de calidad en todos los partidos, en sus diferentes niveles, y se hacía política de la buena, la discusión de fondo era ideológica y programática, y respondían a las preocupaciones y a los grandes problemas que tenía el país desde la perspectiva de cada uno de ellos. El congreso (la cámara de diputados y de senadores), era una escuela de formación política abierta, donde se discutían las grandes reformas del estado y leyes que jamás contravenían con la constitución.

Los militantes de izquierda se trasladaban a otras ciudades por mandato de sus organizaciones políticas para construir el partido, ese gran partido único que los llevara a la justicia social y a la conquista de los corazones de los pobres, y de esta manera, acceder al poder, para ponerlo al servicio de las mayorías.  La izquierda por aquella época era la reserva moral del país e imposible de encontrar algún pillo o algún grupo de galifardos dentro de sus filas.  Ahora hay acosadores, “come sueldos” y hasta coimeados.

Cuando se cayó el muro de Berlín, no solo las izquierdas se quedaron sin brújula, sino también, todos los partidos. Se acabó el debate, las escuelas políticas, los cuadros políticos, la ideología y el programa, y junto con ello, surgió con el tiempo, la nueva clase política, llena de gente improvisada con un hambre voraz de poder para ponerlo al servicio de sus intereses particulares.

En síntesis, ahora los “políticos” han convertido el poder en un botín a la cual solo es posible acceder creando una franquicia partidaria y, en lugar de militantes, contratar una legión de troles a sueldo para destruir al adversario, y donde la política se reduce a comprar y vender. En las regiones ha ocurrido exactamente lo mismo, dónde empresarios y tiburones, salvo raras excepciones, han formado sus movimientos regionales, para asaltar el poder.

La gran pregunta es: ¿Se podrá recuperar la política y ponerla al servicio del bien común y de la mayoría de los ciudadanos?  La respuesta la intentaremos responder en el próximo artículo.

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