POR: ENRIQUE LAZO FLORES
Después de las últimas elecciones que vivió el país, donde Pedro Castillo fue elegido presidente, han surgido una serie de sucesos que han ido cambiando el escenario histórico, político, social y cultural en el Perú, especialmente en ese Perú profundo donde el Estado solo estuvo presente en momentos de campaña electoral y donde siempre fueron excluidos e ignorados.
El Perú andino, el mismo que ahora se rebela contra este gobierno, mantiene el mismo modelo de república de los años 1823, cuando se fundó y refundó la misma república, sin tomar en cuenta a las comunidades andinas que no hablaban el castellano, pero que esencialmente son los peruanos que soportaron la invasión española, usurpando sus costumbres y tradiciones. Hoy parecen haber despertado de esa pesadilla que nos impusieron durante más de 200 años de opresión y de ausencia de nuestra propia identidad, a lo que Flores Galindo llamaría la Utopía Andina.
Todo inicio debió ser difícil, formar una república en una cultura como la nuestra donde los indios y mestizos no eran insertados en la sociedad y no hablaban castellano. Los mantuvieron al margen, a pesar de que los andinos en el Perú son parte esencial de la identidad que ahora parece sacudirse, como se ha mostrado en las revueltas ocurridas después del 7 de diciembre pasado, y está avanzando a la par de la opresión de este gobierno, que, pese a los intentos de apagar el fuego mediante represiones y asesinatos, ha enardecido más a la parte sur del Perú.
Es precisamente en este sector donde se encuentran los pueblos andinos, quienes se mantienen como opositores a este gobierno que les ha demostrado ser racista y discriminatorio, precisamente porque las reglas de este gobierno no están delineadas en función de la idiosincrasia del pueblo y su cultura. Por estas razones, surgirán formas y maneras de protestar, al extremo de ver lo que hoy vemos: la división del país.
El escenario de las festividades de la Virgen de la Candelaria, que tiene una historia que se remonta a 1578 según los historiadores, se ha convertido en una oportunidad adecuada para mostrar las intenciones de los pueblos rechazados, especialmente del altiplano, ignorados por Dina Boluarte. Durante el pleno conflicto, donde perdieron la vida casi medio centenar de ciudadanos, ella señaló que «Puno No es el Perú», sin reconocer los casos de las muertes en Puno, Cusco, Ayacucho, entre otros.
Esta muestra de desprecio hacia este sector de la población, precisamente en el sector andino, ha generado el rechazo a este gobierno, tal como lo propone el vocero del Movimiento Independiente del Sur, Felipe Domínguez. Él tiene la intención de dividir no solo a Puno, sino a la mitad del país. Ya se están organizando reuniones donde estarían conformando colectivos para constituir una segunda república, con Puno, Tacna, Moquegua, Cusco, Arequipa, y están sumando a Madre de Dios e Ica. Pretenden seguir avanzando invitando a otros departamentos a sus reuniones.
Las implicancias de esta propuesta parecen no ser tomadas en cuenta por el gobierno y cada día son más palpables. Si antes solo se discutía en pequeñas reuniones, hoy utilizan todos los medios de comunicación alternativos. Sin embargo, hay sectores que aún no han tomado conciencia. Mientras tanto, en Puno, el rechazo a este gobierno es cada vez más fuerte. Al punto de no aceptar la presencia en la fiesta patronal, considerada una de las más grandes del país, la Virgen de la Candelaria, de ningún representante del ejecutivo, ni siquiera de sus propios congresistas, a quienes pasearon en burros por las calles de Puno llamándolos traidores.
Este es el escenario que se vive en estas fiestas de la Virgen de la Candelaria, una festividad patronal arraigada en la tradición. Inicialmente, Dina Boluarte había expresado su interés en asistir, pero los eventos en Ayacucho la hicieron reconsiderar. Además, enfrentó el rechazo público de las autoridades, quienes le pidieron que no provocara al pueblo, ya que sería como bailar sobre sus muertos. Esta situación evidencia la dificultad para lograr la reconciliación con el pueblo de Puno, Ayacucho y otras regiones que la rechazan. No se trata solo de la postura política de Dina Boluarte, sino de su falta de empatía, comprensión, tolerancia y responsabilidad hacia las víctimas, lo que la aleja aún más de sus raíces como mujer andina.
En este punto, es evidente que los familiares de las víctimas de la masacre del pasado diciembre han perdido el respeto por la presidenta Dina Boluarte. Este sentimiento se extiende a las mujeres andinas del país, quienes también se sienten irrespetadas al ver que no se hace nada para remediar los errores que mancharon las manos del gobierno con sangre. El pueblo no olvida el dolor causado.
Las protestas no están dirigidas a si la presidenta permanece o no en el gobierno, sino que apuntan a lo que se percibe como una farsa llamada «inclusión social», donde se espera que el gobierno se acerque al pueblo para resolver sus problemas. Sin embargo, en lugar de ofrecer soluciones reales, el gobierno parece estar ofreciendo gestos superficiales, como regalar caramelos, como si esto pudiera limpiar la sangre derramada por los ciudadanos en la revuelta pasada. El pueblo necesita atención a sus necesidades reales, y ya no desea nada de Dina Boluarte. Los pueblos del sur están despertando en busca de una verdadera democracia social, distanciándose cada vez más de este gobierno políticamente corrupto y traidor.