La corrupcion y la historia: ¡Las leyes no bastan! (II)

POR: CÉSAR CARO JIMÉNEZ

Es un habito para mí, el colocar en los inicios de mis artículos en Prensa Regional y en otros medios una cita textual relacionada con el tema que voy a tocar, contando para ello en estas líneas con la aquiescencia de su director que jamás me ha censurada frase o idea alguna, siendo de mi entera responsabilidad cualquier cometario que vierta, con una única limitación judicial producto de un reclamo de la señorita Gobernadora Regional.

Haciendo tal deslinde, expreso que a mi entender la corrupción es en una primera instancia el abuso o uso indebido del poder público y de los recursos del Estado en beneficio propio o de terceros, y suele involucrar actos ilegales, deshonestos o poco éticos. Puede manifestarse en diferentes formas, como el soborno, la malversación de fondos públicos, el nepotismo, el tráfico de influencias, entre otros.

Pero la misma no solo se existe en el sector púbico, también se da en el sector privado tanto a nivel personal como empresarial sobre todo cuando implica la manipulación de la información y la distorsión de la realidad para obtener beneficios personales o políticos. Los políticos y líderes que recurren a la corrupción mentirosa a menudo engañan a la población mediante promesas falsas, ocultación de información relevante o propaganda engañosa sobre la posibilidad de hacer realidad o revestir con engañosas “virtudes” a determinadas obras como por ejemplo la “Irrigación de las Lomas de Ilo”, que hoy y ayer si se hubiera hecho no resistiría un análisis severo de costo/beneficio.

Pero la corrupción no es privilegio solo del sector público, también lo es muchas veces del sector privado en el cual muchas de sus acciones pueden considerarse formas de corrupción moral: las mentiras, falta de cumplimiento de leyes y disposiciones judiciales como en el caso de las acciones laborales, el ocultamiento de hechos o datos como que fin y uso tendrán los sulfuros primarios secundarios de Tía María, son acciones que socavan la transparencia, la justicia y el bienestar general, y afectan negativamente a la sociedad en su conjunto, haciendo que la desconfianza social y moral  crezcan, lo que comienza a reflejarse en el aumento de la violencia por una parte y por la otra que muchos comiencen a solicitar políticas autoritarias, problemática que hace recordar cómo la corrupción y la violencia fueron utilizados como herramientas para llegar y consolidar el poder de dictadores como Adolf Hitler en Alemania en su tiempo y circunstancias, como otros tantos en América Latina en que la violencia fue empleada para intimidar y controlar a la población. La violencia física, como los campos de concentración y el genocidio, fueron –recordémoslo– fundamentales en la estrategia de todos los dictadores para consolidar su poder y mantener el control sobre la sociedad, en un contexto en que la La crisis económica y social de la época, combinada con la falta de confianza en el sistema democrático, creó un caldo de cultivo propicio para líderes autoritarios que prometían soluciones rápidas y efectivas, problemática que pareciera comenzar a repetirse en nuestros ideas, por lo que cabe reflexionar sobre la lo que hoy entendemos como democracia, para lo cual recurrimos a Walt Whitman, Borges y Vargas Llosa en esta primera instancia, recordando que el primero de los nombrados decía la democracia era una bella palabra cuya historia aún tiene que ser escrita, recordarnos  que no debemos conformarnos con las imperfecciones y abusos que hemos presenciado a lo largo de la historia. La democracia sigue siendo un ideal por alcanzar y requiere un trabajo constante por parte de todos los ciudadanos para construir una sociedad justa, igualitaria y transparente. Solo así podremos convertir la democracia en una palabra que va más allá de su belleza retórica y se convierte en una realidad para todos. Para ello, es necesario un mayor marco educativo, tolerancia e información que desafíen las afirmaciones negativas sobre la democracia y permitan avanzar hacia un modelo más justo y participativo donde no haya lugar para la corrupción.

O a Borges, que no era un pensador político en sí, pero entendía la democracia como una forma de gobierno que permitía el derecho a elegir, pero también comprendía sus limitaciones y fallas. Para él, la democracia era un sistema que podía ser abusado por las masas y utilizado como una herramienta de manipulación política. Sus palabras reflejan una profunda preocupación por la falta de conocimiento y discernimiento en la toma de decisiones políticas por parte de la mayoría de la sociedad, atreviéndose a recordar el verdadero origen de la democracia se encuentra en la Grecia antigua, donde solo unos pocos tenían el derecho a participar en la vida política, mientras que una gran parte de la población, como los esclavos y las mujeres, quedaban excluidos de esta posibilidad. Esta paradoja nos muestra que la democracia, tal como la concebimos hoy en día, es un ideal al que todavía no hemos logrado acercarnos completamente como lo podemos observar en los últimos procesos electorales, no solo en el Perú sino en el mundo.

Preocupación que comparte Vargas Llosa, cuando en “La civilización del espectáculo», analiza los vicios y virtudes de la democracia en el ámbito de la sociedad contemporánea, caracterizada por la sobreexposición mediática, la corrupción y la cultura del entretenimiento.

En cuanto a las virtudes de la democracia, Vargas Llosa destaca la idea de la participación ciudadana y la posibilidad de elegir a los gobernantes mediante elecciones libres y periódicas. La democracia, en teoría, permite la igualdad de todos los ciudadanos frente a las leyes y brinda la posibilidad de ejercer derechos y libertades fundamentales como la libertad de expresión y el derecho a la protesta. Sin embargo, el autor también señala los vicios que se pueden derivar de una democracia mal entendida. En la sociedad del espectáculo, la democracia puede volverse superficial y frívola, donde los líderes políticos se convierten en celebridades que son elegidos en función de su populismo y capacidad para atraer la atención mediática, en lugar de sus cualidades y aptitudes para gobernar, porque la cultura del entretenimiento y la sobreexposición mediática han llevado a la banalización de la política, donde los debates políticos se reducen a simples espectáculos y la opinión pública se centra más en escándalos o noticias triviales en lugar de temas realmente importantes para la sociedad. Situación que, a mi parecer, solo podrá ser superada por la inteligencia artificial, algo que trataremos en próximos artículos dado que aquellos que carecen de visión del futuro carecen también de esperanza y motivación para alcanzar sus sueños y metas.

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