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Efectos perversos

“¿Cómo podía uno protegerse de las buenas intenciones?” – Herman Hesse

POR: CÉSAR A. CARO JIMÉNEZ   

Después de enterarme del contenido de un último informe de Control Interno presentado por el Órgano de Control Institucional de la Universidad Nacional de Moquegua (UNAM) sobre la aprobación de una subvención económica por responsabilidad directiva y productiva otorgada a docentes universitarios y administrativos en el periodo 2017-2018 y el descargo respectivo de las autoridades universitarias, no puedo dejar de tener presente el viejo adagio popular que a letra señala que “se sabe que el camino del infierno está empedrado —o, si se prefiere, asfaltado o encementado — con buenas intenciones”, por lo cual muchas veces nos aconsejan que desconfiemos de éstas más que de las malas, porque las primeras tienen consecuencias que usualmente no son previsibles o logran efectos perversos.

En el presente caso, quiero pensar que la oficina de Control Interno de la UNAM ha obrado con buenas intenciones y no por propósitos subalternos. Y al escribir esto último me refiero a dos aristas: ¡lucha interna por el poder institucional y/o juegos políticos arribistas! Ambos cantos de sirena que nacen de lo que Carlos Delgado denominaba en el campo sociológico, la Teoría del bien limitado, señalando que en el Perú el “sistema” social sigue caracterizándose por una marcada rigidez que en gran medida dificulta e impide formas fluidas de movilidad social.

La rígida estrechez del “sistema” en cuanto red de desplazamientos sociales, determina que el éxito social sólo puede alcanzar a grupos relativamente pequeños de individuos y que como tales bienes se juzgan inalcanzables y la competencia es muy acentuada, y como las posibilidades de éxito se consideran mínimas, la lucha por el triunfo social alcanza a veces niveles de verdadera ferocidad.

En tales circunstancias no hay armas vedadas: todo medio es lícito para conseguir la finalidad perseguida. Como todos quieren “subir” y hay pocas posibilidades de lograrlo, el “ascenso” de un individuo entraña el “descenso” de otro: sólo se puede “subir” cuando otro “baja”. Y para lograrlo todo método les parece válido: el arribismo se nutre y refleja al mismo tiempo en significaciones de muy clara elocuencia, tales como “serruchar el piso”, “trepar” “abrirse paso”, “traer abajo”, “tirarse” o “madrugarse” (a alguien) y otras que sirven para destacar la naturaleza sórdida de la lucha competitiva en nuestra sociedad. En efecto, parece ser que el arribista no reconoce armas vedadas en el combate social; en su lucha todo instrumento es permisible, todo medio es lícito.

Y me temo, que mucho de lo anterior se refleja en el citado informe de la oficina de Control Interno. Creo que lo que se trata es de “echarse” abajo la imagen del actual Presidente de la Comisión Organizadora de la UNAM, tanto para el presente como para el futuro, porque cabe decir –al margen de los vínculos amigables que mantengo desde hace muchos años—con  Washington Zeballos Gámez, tanto en su faceta actual, como en la de congresista y/u otros puestos resaltantes donde ha actuado con criterio, honestidad y humildad, virtudes difíciles de encontrar en nuestro tiempo, tanto a nivel local, regional y nacional, a tal punto que miro arriba, abajo y a los cuatro puntos cardinales y no encuentro, sobre todo a nivel de nuestro departamento, una personalidad similar.

Triste señal de los tiempos que vivimos, en el cual no tenemos casi ni instituciones ni guías y lo que es peor, elogiamos la mediocridad aparte de refugiarnos en el pasado, al cual maquillamos sin hacernos ningún tipo de autocriticas ni propuestas racionales, por lo cual, a pesar de sus carencias en muchos aspectos la UNAM brilla con luz tenue pero propia y esperanzadora.

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