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7 febrero, 2025 12:09 am

Torata y Moquegua: 1823

En medio de esa luctuosa desgracia, hubo gente que se comportó con heroísmo. Tomás Landa nos ofrece una relación de algunos personajes, entre los que destaca algunas damas, que juzga merecen reconocimiento público.

POR: GUSTAVO VALCÁRCEL SALAS    

Hace exactamente doscientos dos años que se libraron las batallas de Torata y Moquegua, el 19 y 21 de enero respectivamente. Fueron las principales batallas en los inicios de las luchas por nuestra independencia. Los resultados no pudieron ser más desastrosos.

San Martín se había marchado del Perú pocos meses antes. Dejó diseñada la campaña. El ejército patriota estaba conformado por huestes bonaerenses, chilenas y peruanas, por tercios. Se debía atacar al poderoso ejército realista, que se había concentrado en la sierra sur, simultáneamente desde tres frentes. Una división lo haría por la sierra central; otra, desde Arica e Ilo; y la tercera, por el Alto Perú. Para lograr el éxito se requería actuar con precisión, rapidez, decisión en medio de una severa disciplina y un jefe capaz de llevar a cabo la empresa. Faltó todo.

Se quería evitar la llegada de Bolívar. Se terminó implorando su venida.

Una vez concentrado el ejército libertador en Arica, la inacción fue desesperante. Al perseguir a la división de Valdés, que retrocedía hacia Moquegua, por falta de decisión se perdieron dos claras oportunidades de batirlo.

Al llegar a Torata, el éxito inicial se convierte en cruenta derrota con la oportuna llegada del jefe realista Canterac que, al caer la tarde, arribó desde Puno. En Moquegua fue la cruel y sangrienta debacle ante un enemigo superior, seguida del saqueo de la cuidad por veinte días, represalia incitada por el heroico apoyo de la población a las fuerzas patriotas.

De cuatro mil efectivos que llegaron al sur, apenas retornaron a Lima cerca de mil.

La destrucción que causaron los realistas no pudo ser mayor. Desde que Valdés ingresó al valle de Moquegua, el 17 de enero, replegándose desde Tacna, Tomás Landa informa que a partir de La Rinconada se veía “el destrozo de las haciendas, rotas sus bodegas y vasijas de vino y aguardiente, saqueadas las casas en tal extremo, que ni las camas de criados y mayordomos dejaron, pero aun las de los dueños, rompiendo cajas y baúles”. Esto era solo empezar.

Después de la derrota, la ciudad padeció el desenfreno acompañado de saqueo, incendio y el dantesco espectáculo de “los hinchados y pestilentes cadáveres en las calles, sin permitirse sepultarlos…”, que inundaban la población después de la derrota del 21 en las puertas de la angustiada ciudad. El hospital y muchas casas se colmaron de heridos, de agonizantes que no tardaban en morir; los templos, en refugio de mujeres, ancianos y niños.

Tomás Dávila en un valioso informe, que con Pedro Peralta publicaremos las próximas semanas, nos cuenta que las casas sufrieron tal saqueo que no dejaban ni los más viles objetos; lo que no podían cargar lo destrozaban o quemaban; con los más finos muebles improvisaban fogatas para cocinar; quien oponía alguna resistencia, era baleado sin piedad…

En medio de esa luctuosa desgracia, hubo gente que se comportó con heroísmo. Tomás Landa nos ofrece una relación de algunos personajes, entre los que destaca algunas damas, que juzga merecen reconocimiento público. Menciona a María Galdos Yáñez, fundadora del patriotismo en Moquegua; Jacinta Dávila Flor, auxiliaba a los heridos y ayudaba con su peculio a los que fugaban; Emilia Casanova, costeaba las medicinas y la alimentación a los heridos; Martina Nieto y Tapia, apoyaba en el hospital y llevaba heridos a su casa. Todas ellas, por su reconocido patriotismo y sacrificio en los momentos más críticos, merecen ser condecorados.

Análisis & Opinión