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31 enero, 2025 2:13 pm

Para recordar siempre

Los años pasaron y todo terminó, y en el hecho de ese recuerdo sumerjo mis más profundas emociones de alegría y nostalgia de volver a verlos, aunque muchos ya están en el cielo.

POR: CÉLIDA BRIYITH COAYLA PUMA (PROMOCIÓN 2008, 5TO D)    

Era una época en donde la adolescencia no la sentía, convivía con mis compañeros y era divertido, sentía que sería así siempre. Que el tiempo no pasaría. ¡Que el colegio duraría toda la vida y en mi pensamiento todo era diversión!

Comer la “rika” papita rebosada de 0.30 céntimos o la hamburguesa repleta de cremas, ver cómo jugaban fútbol, vóley y básquet, y de vez en cuando recibir un pelotazo en la cara mientras caminaba.

Desfilar un 28 de julio era fascinante para mí, uno de mis días favoritos.

Danzar por el Día de Moquegua, significado de mejorar nuestras notas. Nuestros profesores, los primeros padres; salir al baño, pero decirlo en inglés, o más fácil, aguantarte para no hacer el ridículo.

Nuestros auxiliares y tutores, de diferentes personalidades, eran como nuestros segundos padres, quienes nos controlaban con una vara.

Nuestros profesores de Física eran como nuestros tíos, ya que siempre nos socapaban de los revuelos que hacíamos.

La directora era como la abuela, renegona y mandona.

Esos eran nuestros ojos, así los mirábamos.

Nosotros, rebeldes, malcriados sin causa, eran pocos quienes estudiaban por amor al conocimiento.

E incluso, Cupido ya andaba revoloteando muchos pasillos. Nuestras aventuras más fervientes fueron aquellas caminatas en los ríos de Tumilaca, haciendo célebre el de la primavera. Era una tradición en esos tiempos, cada uno con su táper, el más típico: pollito, papas fritas y arroz.

Y así fueron escritas.

Cantidades de anécdotas de muchos estudiantes a lo largo del inmenso colegio que teníamos. Nuestro Simón Bolívar que, por seguro, si existe algún recuerdo que nos una, sería ese árbol con unos 15 metros o más de altura, enorme y robusto, que ponía un límite entre la cancha y nuestro auditorio.

¿Cuántos habremos disfrutado de su sombra?

¿A cuántas lágrimas y sonrisas habrá sido testigo ese roble?

¿Cuántas hojas fueron llevadas por el viento?

Los años pasaron y todo terminó, y en el hecho de ese recuerdo sumerjo mis más profundas emociones de alegría y nostalgia de volver a verlos, aunque muchos ya están en el cielo.

Ahora me toca llevar la batuta y guiar a un niño que, por consiguiente, será un nuevo adolescente.

Aunque ellos difícilmente lo entiendan, que la vida es tan corta como para vivir siempre en aventuras. La realidad es que el tiempo asoma a ventanas como la infancia, niñez y adultez, no perdurables, sino cambiantes. Es válido correr, saltar, ganar, perder, reír, llorar y amar.

Es sano equivocarse.

Pero hay algo más importante: amarte a ti mismo para que tengas más hojas y puedas escribir más aventuras.

Tu alimentación debe ser sana y en horarios correctos; más una actividad física para el resto de tu vida harán que puedas empuñar un lápiz y dejar una huella en esta sociedad.

No permitas que una lápida lleve tu nombre para recordarte, escribe tu nombre en las memorias de los nuevos vivientes. ¡Para vivir siempre!

Análisis & Opinión