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12 abril, 2025 12:44 pm

La vid y el vino en Moquegua (Parte II)

Con una tradición vitivinícola que se remonta al siglo XVII, Moquegua forjó su grandeza entre haciendas, bodegas y legados de nobleza. A pesar de guerras, catástrofes y epidemias, su historia de vinos y piscos resurge hoy con la misma fuerza que le valió gloria internacional en el siglo XIX.

POR: GUSTAVO VALCÁRCEL SALAS     

Como un verdadero don de la vid Moquegua vivía en su mayor apogeo. La nobleza moqueguana hizo que la riqueza de la tierra se reflejara en la bondad del espíritu, cuando José Hurtado de Ichagoyen en 1709 donó su hacienda viña y bodega donde elaboraba vinos y aguardientes, para la creación del colegio jesuita San José, el que fundado en 1711 sigue formando a la juventud con el nombre de Simón Bolívar.

O cuando Antonio Isidro Fernández Maldonado lega su hacienda y bodega en 1726 para la fundación de un convento hospitalario que funcionó hasta la segunda mitad del s. XX en el barrio de Belén.

Trabajos arqueológicos realizados en la década de 1980 han ubicado 130 bodegas en el valle, todas ellas construidas en cuatro siglos de historia y tradición vitivinícola. Aún podemos admirar sus construcciones que datan desde el siglo XVII. Como la de Yaravico, que fue de Alonso de Estrada poeta alabado por el genio de Cervantes; la de Calaluna, de los condes de Alastaya, allí en el siglo XIX estuvo detenido el mariscal Andrés de Santa Cruz; o la de Omo, donde a pocos metros de las coloniales y modernas bodegas se han hallado restos de ciudadelas Tiahuanaco con más de mil años de antigüedad; o el viñedo que los antiguos moqueguanos tuvieron en las faldas del cerro Cochuna más conocido como Cerro Baúl, en cuya cima los wari construyeron una ciudadela hace más mil trescientos años; o aquellas bodegas a lo largo del valle, construidas sobre asientos precolombinos como en Carapampa, Escapagua, Ecapalaque, Corpanto, Cupina, etc.

Por todo ello, en ese artístico y pagano acto litúrgico que es la cata, nuestro vino, sea tino o blanco, seco o abocado; nuestro pisco, puro o aromático; además de aroma, cuerpo y sabor, tiene una venerable historia.

El declive de la economía regional se inicia con las guerras por la independencia, que tuvieron nuestro suelo como fatal escenario y sus pobladores las víctimas de levas compulsivas; los propietarios, de fuertes cupos; los productores, la continua requisa de sus recuas y todos, sin distinción de sexo ni edad, por su innegable patriotismo, padecieron la desdicha del saqueo.

A pesar de todo ello, el punto culminante de la calidad de nuestros vinos, se da en los años de 1862 cuando el vino moqueguano ganó una medalla de honor en la Exposición de Inglaterra. Un lustro después, en 1867 en la gran Exposición Universal de París, obtienen medalla de oro para eterno orgullo de esta ciudad. Entonces los moqueguanos celebraron largamente su bien ganada fama de hacer los mejores vinos del orbe. Razón por la cual, en un acto de alarde y orgullo, cuando en 1877 se inauguraba la pila de la plaza de Armas, en vez de agua se llenó con vino.

La crisis se inicia con el cataclismo de 1868 que arruinó la ciudad, y las calamidades que siguieron después, como la guerra y la consecuente pérdida de los mercados, la filoxera importada desde Francia, las inundaciones de 1900. Concurso de desgracias que llevaron hasta la casi total desaparición de la vid en el valle.

Hoy nuevamente Moquegua está encaminada a tener la gloria viñatera que durante tantos siglos ostentó. No en vano los serios estudios técnicos de Ricote, realizados a principios de siglo pasado, concluyen indicando que “de todos los valles de la costa del Perú es el de Moquegua el que presenta las mejores condiciones de suelo y clima para su cultivo […] lo que debemos notar de modo principal son las condiciones de temperatura en que se encuentra el valle y que, más que en otro lugar de la costa, favorece la obtención sobre la viña de productos excepcionales”. Los continuos premios nacionales y sobre todo los internacionales, que hoy tienen nuestros productos así lo confirman.

(Foto: MD San Antonio)

Análisis & Opinión