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28 abril, 2025 3:06 pm

La diplomacia científica: clave para el desarrollo basado en evidencia

La ciencia debe hablar, y la política debe escuchar.

POR: PHD. ING. AVID ROMÁN – GONZÁLEZ     

La diplomacia científica se posiciona hoy como una herramienta esencial para abordar los desafíos globales y regionales, promoviendo un puente entre ciencia, política y sociedad.

Aunque su formalización conceptual ocurrió en 2010, la diplomacia científica tiene raíces profundas en la historia de la humanidad. Hoy, más que nunca, su aplicación resulta vital en un contexto mundial marcado por la crisis climática, las desigualdades sociales, los desafíos sanitarios y la necesidad de un desarrollo más justo y sostenible.

La diplomacia científica se expresa en tres dimensiones fundamentales:

Ciencia en la diplomacia: cuando el conocimiento científico asesora procesos de toma de decisiones en política.

Diplomacia para la ciencia: al facilitar la cooperación científica entre países e instituciones.

Ciencia para la diplomacia: cuando la ciencia se convierte en un canal para fortalecer relaciones internacionales.

Estas dimensiones reflejan un principio esencial: la política pública debe construirse sobre evidencia científica. Para ello, se requiere fortalecer la colaboración entre la comunidad científica y los tomadores de decisiones.

Algunos países ya lo han comprendido, estableciendo oficinas de asesoramiento científico dentro de sus gobiernos para garantizar decisiones informadas y estratégicas.

En América Latina, región marcada por profundas desigualdades y retos comunes, la diplomacia científica representa una oportunidad para consolidar alianzas que permitan enfrentar problemas compartidos: desde la seguridad alimentaria hasta la transición energética, pasando por el acceso a la salud, la educación y la tecnología.

En el caso del Perú y otros países de la región, es urgente impulsar mecanismos que integren ciencia y política para promover un desarrollo ético, equitativo y sustentado en la evidencia. Esto implica fomentar la cooperación internacional, construir capacidades mediante la investigación y la educación, y garantizar la participación activa de actores locales.

La diplomacia científica no solo conecta disciplinas y fronteras, sino que también representa una vía concreta para resolver problemas reales con soluciones sostenibles.

Es hora de que gobiernos, universidades, centros de investigación, sector privado y sociedad civil trabajen juntos para hacer de la diplomacia científica una prioridad en las agendas nacionales y regionales. Integrar el conocimiento científico en los procesos de toma de decisiones no es una opción, es una necesidad para construir un futuro más justo, resiliente y sostenible.

La ciencia debe hablar, y la política debe escuchar.

Análisis & Opinión