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Instante perpetuo

POR: JULIO FAILOC RIVAS     

Acabo de terminar de editar mi primer libro de relatos: “Instante Perpetuo”. El primero de ellos, fue escrito hace veintisiete años. Su aspiración era modesta, jamás tuvieron la intención de convertirse en un libro, máxime quería que sean leídos por mis amigos, porque, valgan verdades, la mayoría de las veces las escribía pensando en ellos.

“Instante perpetuo” son dos palabras contrapuestas si van separadas, pero que he tenido que juntarlas para darle sentido a los relatos que lo contienen. Son una suerte de momentos mágicos que solo un sentimiento tan poderoso como el amor es capaz de unir y volver eternos. Ciertamente son mis momentos hermosos y duros, bien sentidos, que han resistido al tiempo negándose a ser olvidados y que, por ello, han merecido ser escritos para dejar de ser solo recuerdos y convertirse en un instante perpetuo.

Creo que escribir es más transpiración que inspiración. He llegado al convencimiento de que si para escribir solo necesitáramos una musa que nos inspire ¿dónde quedarían nuestras vivencias y miserias, lo mundano que somos, el musgo que te deja la vida luego de haberla vivido y cuyos recuerdos se resisten a morir con el tiempo?

Debo confesar que fue Rose quien influyó en mí esta manera de pensar. En una entrevista con César Hildebrandt, Juan Gonzalo confesaba —… porque desde hace cuatro años yo padezco de depresión. Esta depresión me conduce a encerrarme en mi cuarto, y pasan semanas y semanas y yo no converso con nadie. De tal modo que, faltándome la experiencia, no hay material para la creación. Toda creación se nutre de vivencias…—.

Cuando siento no escribo, espero que el dolor se aquiete para empezar a embarcarme en un interminable viaje que no sé a dónde me llevará. Mentiría si digo que hago notas, tampoco tengo una bitácora personal y menos un protocolo de cómo empezar a escribir.

En resumen, no solo soy un escritor improvisado, sino también marginal, que solo escribe para sus amigos y para que lo quieran.

Una vez me preguntaron ¿cómo empezar a escribir? En mi ingenuidad de escritor aprendiz respondí—deja que tus recuerdos se fermenten y aquellos que se resistan al tiempo intenta convertirlos en una buena historia, entonces tendrás el material suficiente para empezar a escribir—. Si bien no tengo seguridad de las motivaciones reales que tiene un escritor para escribir, hasta ahora es mi respuesta más cercana frente a la idea de la “musa de la inspiración”.

Más que escritor —con el respeto que merecen los escritores—me considero un buen lector que atesora la simplicidad, ironía y profundidad de las palabras. Me gusta la poesía simple y los cuentos con prosa limpia y de fácil lectura. De allí me viene la pasión por la poesía de Juan Gonzalo Rose y de Manuel Scorza y los cuentos de Julio Ramón Ribeyro y de Gabriel García Márquez. Tal vez por ello los relatos en “Instante perpetuo” no solo tengan cierta influencia, sino que son también mis fuentes de referencia, sobre todo Rose a quien cito varias veces e incluso algunos relatos llevan sus versos.

La idea de publicar “Instante Perpetuo” tiene poco tiempo, más o menos la edad de la pandemia del coronavirus, sin embargo, la necesidad de publicarla tuvo más de una motivación, la principal el miedo a no despedirme como se debe de mis amigos y también, por cierto, de que ellos no se despidan como yo quisiera…he aprendido que uno tiene más miedo a morirse que a la muerte misma. En fin, son cosas de la vida.

Pero debo de reconocer que la idea de publicar el libro es de mi gran amigo Fredy Gambetta, el mejor cronista vivo que conozco, quien un día cuando nos cruzamos en la calle me dijo —amigo tiene usted una buena pluma, yo sigo sus publicaciones en el diario. Junte sus relatos en un libro y publíquelos—. Realmente me sorprendió, me sentí entre halagado y avergonzado, y solo atiné a contestarle —Si usted me escribe el prólogo, encantado de hacerlo—.

Gambetta me evocó a Juan Gonzalo Rose. Aunque, confieso, sin vergüenza alguna que Rose me dio alguna vez el título de poeta cuando le hice una pregunta media kafkiana y sin piedad alguna luego de unos días me lo quitó tan pronto leyó lo que escribí.

Recuerdo que luego de haberme creído lo de poeta, aunque hasta ese momento no había producido ni un solo verso empecé a escribir como loco. Tras una docena de poemas escogí uno, según yo el mejor y se lo di para que lo revise. Demoró como una hora, antes de emitir su veredicto. —¿Cantas? — me interrogó. Conociendo su fama de compositor, pensé que había encontrado el nicho para mi talento. Le dije que sí, y me contestó —¡mejor dedícate a cantar! —.

Cuando creí haber superado la idea descabellada de la publicación me volví a encontrar con Fredy Gambetta en la cafetería Venezia de Tacna, estaba acompañado de Michel Azcueta y aproveché para presentarlos. Fue idea de don Fredy que sea Michel quien escribiera el prólogo y que él se encargaría del epílogo. Me encantó la idea no solo porque quiero mucho a Michel, sino que le tengo una admiración personal por todo lo que ha significado y sigue significando para el país.

Pero me faltaba lo más importante, los contenidos de “Instante perpetuo”. Había que seleccionar lo escrito y definir qué, a mi parecer, era lo más sensato publicar.

La cuarentena en medio del paseo siniestro de la muerte y la necesidad de compartir mis relatos con mis amigos me llevaron a trabajar intensamente, afinando, construyendo y rehaciendo los relatos, cartas y testimonios hasta que logré una estructura que parecía adecuada.

Convoqué a uno de mis amigos, al más salvaje de todos, quien estaba seguro diría si valía la pena o no publicar mis escritos. No me equivoqué con Denis Rojas, no solo mató algunos malos relatos, sino que salvó de morir a varios de ellos. Mi eterno agradecimiento por su dedicación en la edición, limpieza del texto del libro.

Estoy consciente de que en mis relatos hay dos momentos bien marcados, el de mi vida personal e íntima y el de la calle, donde surge el palomilla eterno que tengo.

Agradecer a Rogger Baylón, director de este medio, quien tuvo la generosidad de publicar varios de mis relatos sin reparar que alguno de ellos no lo merecían, y que menos mal que no aparecen en la publicación.

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