POR: VICENTE ANTONIO ZEBALLOS SALINAS
La imprevisibilidad de nuestra política, absorbe en demasía la agenda pública nacional, la vacancia presidencial, la disolución del congreso o el que se vayan todos, son temas tan comunes en el debate público, en el comentario mediático o la opinión personal, que pasamos por alto la profundidad de los conceptos, estamos hablando de institucionalidad democrática, de circunstancias que si bien están previstas normativamente, deben utilizarse in extremis y, sin embargo, son parte de nuestro día a día, sin percibir sus consecuencias.
No fue difundido, como quisiéramos, el informe de especial trascendencia, aún más en el contexto político en que estamos inmersos: “Cultura política de la democracia en Perú y en las Américas 2021: Tomándole el pulso a la democracia”, bajo el marco del Barómetro de las Américas, y que recoge el parecer ciudadano sobre valores democráticos y comportamiento democrático en casi todo el continente americano; obviamente, nos interesa de sobremanera las referencias de nuestro país. Es evidente el marcado y fuerte desencanto político en el Perú, que podría ser mayor hoy, dado que la base de datos fue recogida antes de las elecciones generales del año pasado y si bien es persistente con informes anteriores, lo cierto es que la tendencia es a empeorar, veamos:
-50% apoya a la democracia como forma de gobierno: el Perú ocupa el antepenúltimo lugar de apoyo en la región, luego de Honduras y Haití, y estamos 12% por debajo del promedio regional, lo que no se contrapone con la muestra que indica tolerancia ciudadana a golpes de Estado. Grave síntoma de que nuestra democracia no está respondiendo a las sanas expectativas ciudadanas, cuando la responsabilidad es más de la clase política y en esa confusión a la que se alimenta cotidianamente, se profundiza la crisis y gira la mirada hacia alternativas oscuras, autoritarias, que menoscaban los propios derechos ciudadanos.
-33% de confianza ciudadana en las elecciones, que muestra una persistente caída y, sin embargo, vamos a votar, pero claro siendo obligatorio en nuestro sistema electoral, más se lee como una conminación que como compromiso democrático y, que las acciones y decisiones de sus autoridades lectivas, profundizan la brecha del descontento.
-21% muestra su satisfacción con el funcionamiento democrático, nos encontramos en el penúltimo lugar en la región, luego de Haití, que es considerado un estado fallido, sin descalificarlo, ubicarnos cuasi en esa misma percepción ciudadana, no es más que la evidencia, de un Estado que no ha sabido llegar a sus ciudadanos, a instancia de la cobertura de servicios básicos; aquí nos encontramos con la capacidad de respuesta del Estado durante la pandemia: un Estado débil, incapaz e insuficiente para paliar las demandas urgentes, lo que permite objetarlo en su esencia, el servicio público.
-50% percibe corrupción entre los políticos, siendo el Perú quien tiene el porcentaje más alto en la región y aún bastante condescendientes, si consideramos que sólo sus más altos funcionarios, cual es el ejercicio de la presidencia de la República, se encuentran sometidos a condena penal o a procesos en curso, sin pasar por alto que uno de los candidatos que participó de la segunda vuelta, tenía tras de sí graves acusaciones de orden penal, recabando un importante caudal electoral, bastante paradójico.
-76% prefieren la democracia directa o un 57% un gobierno de expertos antes que un gobierno de representantes electos; es decir, la mayoría de los ciudadanos expresaron su inclinación por una alternativa a la democracia representativa, lo que ratifica la desafectación sobre la democracia y las elecciones, y el ejercicio de la función por parte de autoridades lectivas, que fuerzan a revisar los criterios de representación. Las democracias sólidas generan mayores espacios de apertura ciudadana, aquí los limitamos bajo temores sesgados que debilitan el principio democrático. No es ajena ni distante la composición de la Convención Constituyente chilena que permitió la participación de independientes -ajena a los partidos políticos-, y algo de ello se recogió en la propuesta de reforma constitucional, que acaba de ser archivada por la Comisión de Constitución.
Nuestro actual presidente en la primera vuelta electoral obtuvo el 18.92% de los votos válidos, sería menor si se contabiliza del total de electores hábiles y en la disyuntiva de no existir segunda vuelta, era más que evidente la limitada legitimidad de su autoridad e imaginable el escenario político en que nos encontraríamos.
En nuestra vida republicana evolucionamos con altas y bajas democráticas-más de esta última-; desde comienzos del presente siglo, compartimos una inusual continuidad democrática, mostrándonos como una institucionalidad solvente, con carencias y fallos, pero apuntalándose en un irreversible procesos de consolidación; pues así como la pandemia del Covid-19, nos desnudó un Estado que lo encontramos ausente, carente e inoficioso, la realidad política, nos muestra una clase dirigencial irresponsable, inmadura y pretenciosa en sus particulares intereses. Estos últimos años, a partir del no reconocimiento del triunfo en el 2016 de Pedro Pablo Kuczynski, y los 73 congresistas que obtuvo fuerza popular, aconteció una sistemática actitud de manosear, estropear los soportes elementales de un estado democrático; ni que decir, respecto al hecho de desconocer los resultados de las últimas elecciones generales del 2021, con cargos y acusaciones de toda índole, sin fundamentación valida, siendo rechazada por todas las instancias electorales, judiciales e internacionales; y aún hoy no han cesado, es evidente que nunca se asume posición institucionalista por el país sino por el lucro político, de la ventaja y el revanchismo, sin importar quebrantar nuestras instituciones, sembrar desconcierto en la ciudadanía y desapego democrático.
No es nada reconfortante compartir de este informe, a los demócratas nos despierta inquietud y preocupación, tenemos una democracia debilitada, languideciente y aún en su soporte esencial que son sus ciudadanos, distantes de ellas. Difícil el panorama, lo que no debemos motivarnos al desgano y complacencia con las circunstancias, tenemos que recolocar la democracia y sus principios rectores en el centro del pensamiento, del sentir, de la discusión ciudadana, porque sólo en ella esta nuestra expectativa de crecimiento, desarrollo, bienestar, sostenida en los valores fundamentales de igual y justicia, es momento de acudir prestos a la defensa de nuestros principios democráticos y nuestro estado constitucional.
Tengo fresca en mi memoria aquella marcha improvisada pero contundente de la ciudadanía, especialmente los jóvenes, para forzar a que el Congreso de marcha atrás en la llamada “repartija” respecto a la elección de los magistrados del Tribunal Constitucional, o la movilización que -una vez más- logró que el congreso se retracte sobre la llamada “ley pulpin”, y no hace mucho, cuando las calles de nuestro país, al unisonó forzaron la renuncia de Manuel Merino como presidente y todas estas gestas fueron en democracia, para fortalecerla y acentuarla, los ciudadanos lo hicieron; hoy corresponde no permitir que las huestes del mercantilismo político se adueñen de esta democracia que es de todos los peruanos. Ningún hartazgo ciudadano, ninguna apatía democrática, nos ayudan, facilitan retroceder al escenario que un sector, el de siempre, lo espera.