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22 noviembre, 2024 11:14 pm

Entre la lealtad y la obsecuencia (II)

“¡La pluma!... ese poderoso instrumento de los hombres sin poder” - Lord Byron

POR: CESAR CARO JIMENEZ

Es harto difícil aceptarlo, pero no deja de tener algo de razón Simón Bolívar cuando en “Carta de Jamaica”, escribe refiriéndose principalmente a los limeños: “El Perú, por el contrario, encierra dos elementos enemigos de todo régimen justo y liberal: oro y esclavos. El primero lo corrompe todo; el segundo está corrompido por sí mismo. El alma de un siervo rara vez alcanza a apreciar la sana libertad; se enfurece en los tumultos, o se humilla en las cadenas”.

Observación que el transcurrir de nuestra historia pareciera confirmar, tanto en lo que respecta a la corrupción, al dejar pasar y dejar hacer, como a la carencia de liderazgos institucionales…y si lo dudan, recuerden a González Prada señalando hace una centuria que “El Perú es un organismo enfermo: donde se pone el dedo, salta el pus”

O a Manuel Prado, copiando a un político chileno, diciendo que” En el Perú hay dos tipos de problemas: los que se resuelven solos y los que no se resuelven nunca “; o a Basadre precisando que, en el Perú, nuestras élites e instituciones siempre han estado ausentes, o carentes de visión y de liderazgo, desde la fundación misma de la patria, en tanto que nuestros caudillos, –jamás líderes y mucho menos gobernantes–, no pudieron construir una idea de nación y concebir un proyecto de desarrollo.

Las carencias de este tipo de liderazgo nos llevaron al desastre durante la guerra del Pacífico, aterrizando posteriormente en la entrega al imperialismo inglés, luego al norteamericano y hoy a las grandes empresas trasnacionales.

Y en todo ese devenir, hemos visto desfilar una serie de personajes, casi todos mitad caudillos, mitad actores más cerca de lo cómico que de lo serio…y todos con discurso cuasi parecido en el cual no hay lugar para la ética, porque usualmente al caudillo político no le importa el ascenso de la mentira sino su propio ascenso, no vacilando en recurrir a los espejismos, conocedor como decía Goebbels, que una mentira dicha mil veces se convierte en una verdad: “se va a luchar contra la corrupción, van a haber obras fabulosas que van a generar miles de puestos de trabajo, no hay inflación, la crisis no llegará, no habrá despidos, etcétera…”  Y así han desfilado en las últimas décadas, entre iniciales aplausos y posterior desencanto, Belaunde, Velazco Alvarado, Morales Bermúdez, Belaunde, García Pérez, Fujimori, Paniagua, Toledo, Humala, etcétera…

Y  casi todos ellos, en algún momento han  despertado esperanzas y altos índices de aceptación popular: García Pérez, en septiembre de 1985,  contaba con una aprobación del 96,4%, como para darle la razón a Freud cuando  advierte que el ser humano se contagia y pasa a ser hipnotizado por la masa que es impulsiva, voluble, excitable y sectaria cuando no quieren escuchar otras voces… haciendo que uno recuerde aquella frase que indica que no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír…y que un converso es aquel que abandona su partido o religión y se afilia al nuestro y un traidor es aquel que abandona nuestro partido o credo y se afilia a otro. Como también a Saramago, cuando escribe: “Vamos hacia los quinientos canales de TV, y ¿para qué sirven? Para que la gente no cuestione el poder”.

Y dentro de la masa, “destacan” una legión de aplaudidores, genuflexos, que parece que tienen una falta absoluta de sentido crítico que les hace no ver lo que no se puede dejar de ver, impidiéndoles reconocer que la voluntad popular no siempre es la voluntad popular, ya que la experiencia nos dice que fácilmente se la puede manipular, como pasó, por ejemplo, en el juicio contra Jesús.

Y en cuanto a los que manejan como caudillos el poder, cabe recordar que Gabriel García Márquez sostuvo cierta vez, en referencia a Fidel Castro, que él había conocido muchos líderes con características similares.

Todos eran desconfiados, calculadores, astutos, individualistas, salvo en los momentos en el cual adquirían el candor de un niño de cinco años: ¡cuando hablaban bien de ellos! Y no olvidemos que en casi todos los países de América Latina se le atribuye a algún dictador o político populista la anécdota apócrifa de haber preguntado a su ayudante: «¿Qué hora es?»; y haber recibido como respuesta: «La que usted quiera, mi general o señor presidente».

Y es que la política peruana prácticamente nunca ha tenido institucionalidad, dependiendo cada vez más de decisiones y arrebatos personales del caudillo de turno y su camarilla que se distingue por un vicio deplorable: la obsecuencia.

El examen racional de los problemas, la argumentación y el debate no existen. Las decisiones son impuestas por los caudillos que deliberan sólo con ellos mismos. La obediencia ha tomado el lugar del análisis crítico.

Y la misma podría tener una especie de manual, que podría llamarse algo así como “el decálogo del obsecuente” que en verdad se resume en unas pocas frases “si señor es así” “me encanta su idea” “jajaja… que gracioso es usted” “concuerdo con usted”, y otro capítulo dedicado a ciertas recomendaciones “sonríe siempre” “no llores en público” (al menos que sirva para ganarte a los demás) “nunca lleves la contraria” “jamás pelees por el lugar contra alguien” “miente si es necesario, pero agrádales…”

El obsecuente no solo es una persona. Obsecuente en también una empresa, un club, un partido político…es aquel o aquellos que siempre están de acuerdo con el poder y el caudillo que lo ostenta…es aquel que ve caminar al caudillo hacia un precipicio, y no le dice nada, al contrario, es capaz de elogiarle por el camino elegido, pero eso sí: no lo acompaña hasta el final: se queda en el borde. Ya habrá otro a quien ofrecer su obsecuencia. Por ello quizás, en su Infierno, Dante Alighieri reserva a los aduladores un circulo en el que permanecen hundidos hasta las narices en el hedor de las letrinas.

Lamentablemente, tanto el caudillo, como los obsecuentes que lo rodean están condenados al fracaso, porque ambos viven su fantasía. Ambos no creen a ciencia cierta en lo que proponen o siguen a rajatabla.

Y es que el líder, a diferencia del caudillo o demagogo guía o marca la ruta, en tanto que el caudillo o demagogo se nutre de los sentimientos o estado de ánimo de la masa, poniéndose al frente de la ola, que tarde o temprano revienta, con como lo hemos visto ayer, hoy y lo veremos mañana.

Harían bien, tanto los caudillos como sus obsecuentes seguidores, en leer las Memorias de Henry Kissinger, quien observó que los asistentes presidenciales usualmente se para conseguir mayor influencia, complacen en extremo al caudillo, a quien recomienda hacer más caso a aquellos que actúan como permanentes abogados del diablo, formulando preguntas, inquietudes e incluso críticas, antes que a los elogios desmedidos.

Sin embargo, generalmente los obsecuentes, –que son muy distintos a los leales–, confunden la lealtad con la fe ciega en algo, o alguien, sin percatarse que, para desarrollar una lealtad sólida y duradera, lo correcto es ser críticos con aquellos a los que seguimos.

Asimismo, el líder debe ser leal a sus subordinados, dándoles su apoyo cuando estos lo necesiten. La lealtad no es vertical: es horizontal y amical.  Si el líder hace un uso correcto del poder que obtiene de su posición, ejerciendo un liderazgo de servicio, terminará obteniendo la lealtad de sus seguidores, algo que no pueden lograr los caudillos cegados por su egolatría e incapacidad.

Egolatría e incapacidad que hacen que el caudillo piense que la verdad absoluta tan sólo está en aquello que les ha gustado oír, que de todas las ideas la buena es sólo la propia, que no hay más proyecto que el proyecto de uno.

Un leal no lo es por rendir pleitesía, un leal no es un lacayo, ni el habituado a bajar la cerviz. Un leal no es el siempre dispuesto al no, pero tampoco el dispuesto siempre al sí. No es el halagador o el “sobón” …es tan solo aquel que esboza en voz alta y amigable la crítica o el reproche al líder cuando las considera obligatorias y justas.

Y sobre todo tengamos presente, que en tanto el caudillo piensa en las próximas encuestas, el líder piensa en el bienestar de las próximas generaciones.

Nota: cualquier semejanza con la realidad es pura… ¡observación!

Análisis & Opinión