POR: CÉSAR CARO JIMÉNEZ
¡Estamos en crisis en nuestra región y también a nivel mundial! Y no solo por la pandemia del covid-19, que ha puesto al descubierto la fragilidad de la humanidad, sino también por los –llamémoslos así–, “desequilibrios económicos” que permiten que hayan miles de personas que “viven” en la miseria absoluta, en tanto unos pocos tienen fortunas enormes que les permiten, por ejemplo comprar a Elon Musk, el emprendedor de los coches eléctricos (Tesla) y del desarrollo espacial (Space X), en más de 44,000 mil millones de dólares Twitter, la gran plataforma o red social del ciberespacio que atrae en especial a dos sectores muy influyentes: políticos y periodistas.
“Desequilibrio económico”, que en nuestro caso también favorece a los dueños de las concesiones mineras, cuyos contratos podrían tranquilamente considerarse los Contratos Dreyfus de nuestra época, dado que, en ambos casos, ayer con el guano y hoy con el cobre, la explotación de dichos recursos favoreció mayoritariamente a los dueños de las empresas y en menor proporción a parte de la clase política y a cierto número de trabajadores directos que, comprensiblemente, no vacilaran en defender su centro de trabajo como observamos en Cuajone.
Y aquí, recordando aquella frase falsamente atribuida a Raimondi: “El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro”, me permito preguntarte estimado lector: ¿Cómo se valoriza un país? ¿Cuánto vale el Perú? ¿Cuál es el valor del departamento de Moquegua?
En lo que a mi persona respecta hasta la fecha no he encontrado una respuesta satisfactoria. Si recurrimos a Adam Smith, diríamos que la riqueza de un país o una región se define como el conjunto de bienes con que cuenta para satisfacer las necesidades de su población, en otras palabras, el volumen de producción total de una nación. Definición que no es aceptada por el pensamiento mercantilista, que atribuye la riqueza de una nación a su acumulado de oro y plata. Por lo tanto, se argumentaba que se debía importar materias primas y exportar bienes, tal y como lo hacen los países denominados del primer mundo. En nuestro caso, nos limitamos a exportar y lo triste es que, siendo el cuarto o quinto país productor de oro, nuestras reservas en dicho mineral son a la fecha de solo 2,159 toneladas métricas, cifra ínfima si la comparamos con otros países latinoamericanos.
Ahora bien, reiterando las preguntas: ¿Cuánto vale el Perú? ¿Cuál es el valor del departamento de Moquegua?, cabe decir que me adhiero a quienes creen que lo que hace rica a una nación es su propia sociedad, sustentada en la educación. “Porque en la educación se basa el civismo, la resolución de conflictos, la cultura, el uso del lenguaje y las relaciones humanas. Una población más educada e informada de su entorno posee un mejor sentido de pertenencia y mejores modales. Esta perspectiva postula que los problemas nunca se resuelven por la fuerza, que sus costumbres, tradiciones y lenguaje identifican a la sociedad, le dan reconocimiento y conducen al trabajo cooperativo, con esfuerzo y sin egoísmos, que da fruto a largo plazo; y por último, reconoce la importancia del buen convivir mediante el respeto mutuo”. (Bunge).
Y en dicho panorama ante, la crisis de valores; la crisis de pensamientos y/o propuestas; la crisis de liderazgos y de políticos; la crisis de juventudes críticas; la crisis de instituciones; la crisis educativa, etcétera, etcétera, podríamos decir con Ciro Alegría que todo el Perú es “ancho y ajeno”.
Y retornando a nuestras circunstancias, apuesto doble contra sencillo, a que la violencia que ejercieron los comuneros de Tumilaca, Pocata, Coscore y Tala, al bloquear el suministro de agua dulce a Cuajone e impedir el uso del ferrocarril industrial, que ha dado a la conformación de una “mesa de diálogo”, que con el correr de las semanas pasara a ser una anécdota más, gracias al poder de convencimiento que tiene la gran empresa, aparte que en la misma no se tratarán cuestiones de fondo, sustancialmente por la ignorancia real o interesada tanto de las autoridades como de parte de la sociedad civil. Y como decía Lampedusa: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.