POR: MAURICIO AGUIRRE CORVALÁN
El caso de la frustrada compra de vacunas para la Covid-19 es un verdadero escándalo. Todos han buscado sacar el cuerpo en vez de dar explicaciones francas que nos permitan saber porque, a diferencia de varios países de esta parte del continente que ya tienen vacunas aseguradas, el Perú todavía navega en la incertidumbre respecto de la compra, llegada y aplicación de las vacunas.
El expresidente Martín Vizcarra le echa la culpa al Congreso, el Congreso culpa a Vizcarra, el comando vacuna dice que no sabe nada y que nunca le informaron de las negociaciones, y el nuevo gobierno presidido por Francisco Sagasti parece que todavía no tiene claro por dónde ir. En suma, un desastre en el que nadie asume su verdadera responsabilidad.
Por lo urgente y vital, el caso de las vacunas ha tenido gran repercusión en los medios de comunicación y entre la gente que espera con ansias poder recuperar la normalidad perdida. Es quizá la muestra más clara y reciente de la ineptitud de un aparato estatal que hace muchos años camina a paso de tortuga y de espalda a la gente. Pero no es el único caso del que hemos sido testigos este año y que haya merecido importante atención en medio de una de las mayores crisis económica, sanitaria y política que hayamos enfrentado, y que todavía no tiene visos de ver la luz al final del túnel.
El Congreso es una lágrima. Dedicado a aprobar leyes populistas que luego han sido declaradas inconstitucionales por el Tribunal Constitucional, no ha sabido ni ha querido enfocarse en siquiera empezar a resolver los verdaderos problemas del país. Hace sólo unos días aprobaron la obligación de destinar el 6 por ciento del PBI al presupuesto de educación, como si esa fuera la solución a las grandes carencias de ese sector. Todo para que César Acuña y Alianza para el Progreso lo pueden utilizar como slogan de su campaña electoral.
Además el último fin de semana hemos sido testigos de cómo han sido incapaces de ponerse de acuerdo para aprobar una nueva ley agraria. De un texto sustitutorio pasaban a otro sólo en minutos y era claro que ni los propios congresistas sabían finalmente por lo que iban a votar. Por eso la mayoría votó en abstención para lavarse las manos y curarse en salud. Resultado, otra vez tenemos las carreteras bloqueadas.
Estos son sólo algunos ejemplos que ponen evidencia que estamos ante un Estado fallido. Un Poder Ejecutivo, no importa el presidente porque ha habido tantos últimamente, incapaz de enfrentar con éxito el más grande reto de salud pública, un Congreso que ni siquiera sabe lo que pretende aprobar, y si lo sabe, es más por intereses propios y no necesariamente pensando en el bien común.
Más allá de los grandes males que aquejan a nuestro país, por eso el reto mayor que tenemos es como pasamos de un Estado fallido a un verdadero Estado eficiente.
No se trata de buenas intenciones escritas en una norma legal, se trata de personas. Y aquí es donde empezamos a mirar a los candidatos a la presidencia. Inicia una campaña electoral y tenemos el derecho, y el deber, de preguntarnos si están verdaderamente preparados para asumir lo que debe ser el principal reto para el próximo presidente. Empezar a construir un Estado eficiente, y decimos empezar porque cinco años no serán suficientes, pero si no se empieza ahora después será demasiado tarde.
El tema es crucial, porque un Estado eficiente es la base fundamental para empezar a resolver todos los demás problemas que nos agobian. Informalidad, inseguridad, acceso a una buena atención de salud, una educación eficiente, entre otros males que son nuestro pan de cada día.
Lo triste es que los candidatos parecen estar en otra. Más preocupados en pescar a río revuelto en los problemas de coyuntura, en ganar seguidores en tik tok, o en buscar simpatías fugaces desnudando las miserias de sus contrincantes.
El reto mayor espera. Candidatos, ojalá alguno chape esa flor.