POR: JULIO FAILOC RIVAS
El suicidio de García no tuvo uno, sino varios propósitos. Como le dije a una antigua militante aprista, no me anima el odio, ni la venganza, sino el derecho que tenemos todos los ciudadanos a saber la verdad. Lamentablemente, la autoeliminación multipropósito del expresidente, que pudo ser ejemplar para los políticos de ahora, de siempre y de los que vendrán (como el próximo ciudadano Federico Dalton García), se nos ha sido negada una vez más. Este, y no otro, es el telón de fondo de la muerte anunciada de Alan García.
El primer propósito de García era bloquear las investigaciones en su contra cosa que no logró, ni lo hubiera logrado en vida. Ahora nunca se sabrá con certeza la verdad, porque las investigaciones contra él se suspenden. La reciente confesión de Barata de los aportes a la campaña presidencial de Alan García ya no le alcanza. Los tres testigos protegidos que iban a declarar en contra de él, ya no lo podrán hacer.
Un segundo propósito que perseguía Alan García era proteger a su familia, no solo de la vergüenza, sino también de la ruina económica. Con su muerte se suspenden las investigaciones y hace más difícil el embargo de sus bienes y propiedades. Con ello su familia está asegurada y libre de ser investigados.
Un tercer propósito, y no por ello el menos importante, ha sido el móvil político. El suicidio de García ha generado una movilización social de los apristas comparada solo con la que se realizó el día de la muerte de Víctor Haya de la Torre. Los apristas se han encargado de tipificarla como un acto de honor y de inmolación al partido. Esto me lleva a pensar que, si en algún momento el pueblo aprista llegó a la firme convicción de que, si Alan García en vida mató al Apra como partido, sólo con su vida será posible resucitarla.
La muerte de García Pérez es el punto de inflexión y la nueva razón de unidad de los apristas, y también la gran oportunidad de renovarse. Sin embargo, esta renovación en el Apra no solo pasa por el recambio dirigencial y el surgimiento de nuevos cuadros políticos, sino también por derrotar a ese cogollo mafioso que vivió a costillas del partido, cuya alianza con el fujimorismo busca bloquear las reformas judiciales y la nueva ley de partidos políticos que el país tanto necesita.
Si el partido es nuevamente cooptado por la cúpula de los Mulders, los Del Castillos, los Quesquén y/u otros galifardos allegados a éstos, no pasaran de ser más que una reencarnación, y será como que el Apra se aplique un tiro en la sien, pero esta vez en el lado izquierdo, como para que no quede ningún resquicio del partido.