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De monumentos y cultos religiosos y/o políticos

“Nadie puede impedir que un perro callejero se orine en el monumento más glorioso” – Stefan Zweig.

POR: CESAR CARO JIMENES 

Dicen que “en cuestión de gustos y colores no han escrito los autores”. Expresión o refrán que toma actualidad al observar el ¿busto, pedestal, cabezal, monumento o qué se yo?, que ha reemplazado en el ovalo de la avenida Balta, en medio de discursos, ofrendas y bocadillos, al que existía antes también dedicado a la memoria de José Carlos Mariátegui.

¿Y saben, ninguno de los dos me gusta, pero como no soy un entendido en la materia, poco o nada le debe importar mi opinión a nuestro buen gobernador regional y su entorno ideológico?

En cambio, a mí sí me preocupa algo: que ese mismo día en una reunión informal, pude conocer a unos simpáticos funcionarios públicos mayormente moqueguanos, a los cuales les pregunté qué obra de Mariátegui habían leído o revisado, recibiendo como respuesta de cuatro de ellos que ninguna, en tanto que uno expreso que el ensayo sobre el problema del indio en razón a un trabajo universitario. Y si ello ocurrió con la obra del Amauta, ya pueden imaginarse las respuestas en torno a Mercedes Cabello de Carbonera, Mariano Lino Urquieta, Luis E Valcárcel, Ismael Pinto V., Luis Kuon C., etcétera.

Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿Qué importa más? ¿El culto a personas y eventos del pasado a través de monumentos, designación con sus nombres de ciertas calles o placas en las casas donde vivieron, o el estudio o análisis crítico de las obras de estos? ¡Conocer su obra a planitud es el mejor homenaje que se les puede hacer!

Estas preguntas son fundamentales al momento de analizar el por qué nuestra historia y personajes se están difuminando perdiéndose en el tiempo y con ellos la identidad moqueguana ante la desidia de sus autoridades y no solo ahora, sino desde hace varios años. Por ello no me canso, ni me cansaré de proponer que se cree un curso de historia, literatura y folklore que refuerce la identidad moqueguana en nuestros centros educativos desde los niveles iniciales hasta los universitarios.

Y aquí sería conveniente que tanto el gobernador regional, como su plana mayor e incluso los consejeros regionales se pregunten ¿qué hacer con la cultura desde el gobierno departamental? Dicha interrogante, aparentemente ingenua, tiene tres respuestas posibles. Ellas son: dejarla en paz, dominarla o apoyarla. Ninguna de estas respuestas es ingenua.

Cada una de ellas se inspira en una ideología. Los liberales a ultranza dirán que no hay que meterse con la cultura: que hay que dejar que el libre mercado la levante o la hunda, propiciando de esa manera que las técnicas más avanzadas de lo que Vargas Llosa denomina la civilización del espectáculo impongan la estupidez y el mal gusto.

Y ambos: totalitarios liberales extremos y dogmáticos, son enemigos acérrimos de los intelectuales y del apoyo estatal a la cultura cuando ésta última tiene calidad al margen de los gustos e intereses del poder de turno, pudiendo compartir en cierto modo la filosofía y el decir del jerarca nazi Joseph Goebbels, que encierra la frase “Cuando oigo la palabra ‘cultura’, echo mano a mi revólver”.

En el caso de nuestras autoridades, tanto aquellas de origen totalitario, como liberal no necesitan un arma para acabar con la cultura y la identidad. ¡Les basta y sobra con la indiferencia, el no proporcionar recursos para actividades culturales y limitarse de vez en cuando a develar placas, bustos, dar discursos y participar de viajes y cocteles!

E imponer sus caprichos y actitudes profundamente antidemocráticas como ha ocurrido en el caso del reemplazo del anterior monumento de Mariátegui: ¿fue a pedido de algún sector institucional, de la sociedad civil o siquiera, de algún grupo o por último fue ocurrencia de algún ángel o demonio que se lo sugirió al oído?

Y hablando de ángeles y demonios, tenga el lector la plena seguridad que si Mariátegui hubiese vivido más años hubiese sido motivo de escarnio o satanización por gran parte de gran parte de la autodenominada izquierda, cuyos líderes en su mayor parte han estudiado en colegios católicos donde forjaron su estructura mental, que hace que al alejarse de sus creencias primigenias, en gran medida reemplacen el dogma católico por los dogmas marxistas, la liturgia católica por la liturgia cuasi marxista y los santos católicos por los santos marxistas y lo que es peor, al no haber un profeta escogido o milagroso que los lleve al paraíso, muchos de ellos se sienten los llamados a serlo, a tal punto que vemos usualmente que las diferencias, incomunicación  y odios entre dos “izquierdistas” generalmente son más álgidos que los que puedan tener con “derechistas” o nazistas como Hitler que en uno de sus discursos dijo algo muy parecido a lo que ciertos grupos dicen en el Perú de nuestros días:  “Por eso, cuando a los individuos capaces e inteligentes -que constituyen siempre una minoría- se les mide con el mismo rasero que a los demás, es natural que el genio, la capacidad, el valor de la personalidad se vean lentamente sometidos a la mayoría.

Y a este proceso se le denomina, falsamente, gobierno del pueblo. Porque no es ése el gobierno del pueblo, sino el gobierno de la estupidez, de la mediocridad, de la cobardía, de la debilidad, de la ineptitud. El gobierno del pueblo significa, por el contrario, que un pueblo debe dejarse gobernar y dirigir por sus individuos más capaces; por los nacidos para cumplir tal misión; significa que la dirección no se confía a una mayoría cualquiera inepta -por fuerza- para llevar adelante dicho cometido”. Es triste decirlo, pero me temo que la intolerancia, la ineptitud y los odios nos está llevando a extremos. ¡Cuánta falta nos hacen un González Prada, un J.C. Mariátegui, un Jorge Basadre, un Domingo Nieto…!

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