De caviares y radicales

Por su lado, los extremistas de derecha y de izquierda tiene algunos rasgos relevantes que los distinguen, como la gran capacidad que tienen para generalizar y caracterizar a los que no piensan como ellos.

POR: JULIO FAILOC RIVAS   

La política en el Perú suele ser como un círculo, quien se va muy a la izquierda termina en la derecha. Los cerronistas de Perú Libre no han sido la excepción. Han terminado de coincidir en dos cosas con la derecha extrema: 1) llamar “caviar” al gabinete Vásquez y 2) votar conjuntamente con el fujimorismo en sus tres versiones (Fuerza Popular, Avanza país y Renovación Popular) en contra de la confianza de la investidura del Gabinete.

Tal vez las narrativas de estos dos extremos sean hasta opuestas, pero en la práctica han terminado juntos en un mismo propósito, sin embargo, para suerte de todos los peruanos, con la confianza al Gabinete de Mirtha Vásquez, estas posiciones radicales han terminado derrotadas.

Por los años ochenta, cuando estudiaba en San Marco, les llamaban “caviares” a la gente de izquierda acomodada. Es gente que tenía su billete, pero comprometida con las causas justas de los pobres. Con esta idea crecí hasta la adultez y al borde de mis canas, cuando me empezó a caer la tarde, el concepto caviar fue refundado por los extremistas de izquierda y de derecha dándole una acepción peyorativa y negativa. En el concepto refundacional, “caviar” son todos aquellos políticos de izquierda moderada que viven de la teta del Estado o de las ONGDs, y que infiltraron en el estado desde la época de Juan Velazco Alvarado.

Por su lado, los extremistas de derecha y de izquierda tiene algunos rasgos relevantes que los distinguen, como la gran capacidad que tienen para generalizar y caracterizar a los que no piensan como ellos. La Derecha extrema tiende a llamar “terrucos” y caviares a todos los que no son de su especie, mientras que la Izquierda radical tienden a llamar neoliberales y de ultraderecha a cuanto político no esté alineado o no comulgue con sus ideas. Es fácil de reconocerlos por su discurso fácil y deslenguado: “mermelero”, “vendido”, “traidor a la patria” “corruptos”, entre otros.

Ambos extremos son muy activos en la política y tienden a construir fanatismos con sus discursos radicales y narrativas basadas en sus creencias previas, que responden a necesidades sentidas o a sus miedos y –en el mejor de los casos– a las expectativas que tienen sus seguidores. Las narrativas que construyen, tanto la izquierda como la derecha Bruta, no tienen que ver con los niveles educativos ni con la capacidad lectora que tienen los seguidores. No se trata de ignorancia porque el andamiaje construido se basa –como se señalamos líneas arriba– en creencias, necesidades y/o miedos.

La reciente agresión en la librería de San Isidro por parte de dos señoras aparente cultivadas y adineradas, el boicot a la presentación del libro del expresidente Sagasti por parte del grupo fascista llamado la “resistencia”, hasta las agresiones de Avelino Guillén y varios periodistas, a quienes le llaman “caviares”, son una muestra de lo que estamos hablando.

La coincidencia que tienen para atacar agresiva y ferozmente a lo que ellos denominan “caviar” tiene un fundamento básico que los une: detestan lo tibio y no entienden de moderación ni de formas, justamente por el carácter extremista y la visión de sociedad que quieren imponer y que, en ambos extremos, se contrapone con la democracia.

Es un imperativo de los demócratas enfrentar política e ideológicamente a estas dos visiones extremas y autoritarias. El país necesita de una izquierda democrática (no me gusta la palabra moderada porque suena a no querer cambiar nada), un centro progresista y/o una derecha liberal en lo político y en lo económico, que adecente la política y la ponga al servicio del bien común, exenta de brutalidad y achoradez, y también, porque no decirlo, alejado de todo lo facho y de las malas costumbres.   Hagamos algo ahora que mañana podría ser demasiado tarde.

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