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Datos y curiosidades del cementerio de Mollendo

Por: Enrique Chávez Jara

En estos días cabe evocar algunos aspectos que llaman la atención del cementerio de Mollendo, entre los primeros enterratorios, aunque sus tumbas presentan características modestas, destaca la del fundador de este camposanto, el coronel Julio Olegario Rospigliosi, héroe de la batalla de Arica, fallecido el 30 de abril de 1904. A poca distancia tiene por vecino a un intrigante alemán Otto Weidert que yace bajo tierra, pero protegido por un obelisco egipcio de granito, que solo su familia lo conoció y lo abandonó.

Generalmente los deudos que acuden a la necrópolis, colocan estampitas implorando la misericordia divina o epistolarios avisos solicitando favores casi imposibles de cumplir, y cuando es navidad vemos tarjetas musicales, esquelas felicitando al difunto por cumplir “un año más de vida”. Otros deudos más atrevidos lo festejan en vivo y directo al son de Las Mañanitas o canciones folclóricas con bebidas espirituosas incluidas, y por el día de la madre, algunos más osados todavía, entonan la conmovedora: “Cementerio, cementerio, devuélveme a mi…” Pero también aparecen las clásicas ofrendas florales que por tradición se realiza, como honra de despedida, las hay también de papel o sintéticas para que duren más, sobre la misma vida.

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Hay criptas subterráneas, donde el acceso es en la parte posterior del mausoleo y cuya puerta de ingreso es metálica, afectadas por el paso inexorable del tiempo.

Nos sorprende encontrar un nicho conteniendo los despojos mortales de la Sra. Juana Vílchez vda. de García, ella nació el 8 de junio de 1830 y falleció el 19 de mayo de 1934, está registrada con el Nº 24 del cuartel San Juan. Vivió 103 años, 11 meses y 11 días, es probablemente la más longeva de este camposanto.

El mausoleo del padre Alfonso Castro está ubicado en la plazoleta de los responsos cerca al mausoleo colectivo de la Sociedad Fraternal de Artesanos (inaugurado el 23 de julio de 1922). Sirve de altar para la última misa de despedida del recién llegado y obligado a ocupar un lugar en este camposanto.

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Los columbarios fúnebres colectivos más antiguos son los cuarteles Mollendo e Islay, tienen los nichos de puerta de horno de pan, varios de ellos tenían lápidas de mármol de Carrara con adornos metálicos como arganeos de bronce, lamentablemente fueron robados por inescrupulosos vivos. Hoy los nichos son de forma cuadrangular.

Otra sepultura que nos llama la atención es que en la lápida además de los nombres dice: Isidoro Cutinbo. Murió el 1 de julio de 1936, a la edad de 28 años “Empleado del Hospital” – cuartel San Juan, nicho Nº 91. Debemos suponer que falleció de una enfermedad infectocontagiosa – hay varios de ellos.

“In ever loving, memory of Leslie Axford Leonard – Born March 8th 1904- Died March 9th 1937- Peace perfect peace ‘And Jesus said I am the resurrection and the life’”. Así reza el epitafio en el nicho de esta joven inglesa muerta a los 33 años y un día. Su sepulcro es el Nº 101 del cuartel San Juan.

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Tal vez por esas ironías de la vida, encontramos el nicho del Primer Héroe Civil del Bomberismo Nacional, perteneciente a don Samuel Málaga Benavente de 47 años, quien participó en el dantesco incendio del 8 de abril de 1913. Luego de 15 días de agonía, falleció el 23 de abril del mismo año, víctima de una neumonía traumática. Sus restos se encuentran en el cuartel Islay, con el Nº 144… 85 años después se funda la segunda Compañía de Bomberos en Mollendo, el 27 de diciembre de 1998, ubicado en el P.J. Alto Inclán, lleva el nombre de este mártir, Samuel Málaga Nº 144 (número designado por orden de fundación a nivel nacional). Los números son los mismos, ¿coincidencia o simple casualidad de la historia?

En el cuartel Islay están depositados los despojos del mariner japonés Toramatsu Nakayama, nacido en el puerto de Yokohama, Japón, de la dotación del buque metalero Arima Maru, de la marina imperial japonesa, nave que encalló frente a la costa mollendina (cerca al aeródromo) el 6 de junio de 1941 cuando estalló la II Guerra Mundial un año antes. Fue velado en los ambientes del hospital El Carmen. Nakayama, no era católico, sino sintoísta, un gesto por demás agradable y piadoso por parte de sor Angelina de las religiosas vicentinas.

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Casi al fondo del camposanto se encuentra el mausoleo modesto del que en vida fue Rospicio Rodríguez, un inmigrante de origen peruano llegado de la provincia en cautiverio de Tarapacá, expulsado por el gobierno chileno junto a centenares de compatriotas, que arribaron a varias ciudades costeras del Perú, una de ellas fue Mollendo. Rospicio con cierta comodidad económica se dedicó a la bohemia. Lamentablemente fue asesinado por unos “amigos de ocasión” y abandonado frente al camposanto, allá por la década del 20, conocido como “El Degolladito”.

En el transcurrir de los años, la población mollendina acude constantemente a visitarlo para dejarle ofrendas florales, fotos, velas encendidas, cartas solicitando favores económicos, trabajo, salud y estatuas de santos decapitados a su morada, aquí existe la fusión de varias creencias religiosas ya tradicionales en nuestros tiempos. Su tumba es la más visitada en todo el año por su condición de milagroso, sobre todo en el día de los Santos difuntos.

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El 13 de julio de 1902 se origina una huelga general en Mollendo, en contra de los atropellos de la empresa inglesa Peruvian Corporation Limited, fallecen víctimas de la fuerza pública, el ferroviario Mariano Adriazola, el lanchero italiano Francesco Fiascunaro uno de los fundadores del puerto, y la humilde madre doña Toribia B. de Bossio, ellos fueron inmediatamente sepultados en una fosa común, hasta ahora no ubicados. Ellos son los primeros Mártires del proletariado mollendino y del Perú. Increíblemente son extraños a la clase dirigente y trabajadora actual,  tal vez por falta de identidad e ignorancia.

Al inicio del siglo XX en Mollendo ya existía la primera agencia funeraria conocida como el negocio de Pompas Fúnebres, ubicado en la calle de Mercaderes Nº 56 (hoy Comercio) cuyo propietario era don Mariano Postigo de oficio ebanista, a quienes lo conocían mejor como “perigallo” mote que nunca faltó en los vocablos porteños.

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