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A 144 años del saqueo y destrucción de Mollendo

Por: Hernando Carpio Montoya     

Durante la Guerra del Pacífico, en marzo de 1880, el alto mando chileno ordenó destruir los puertos del sur peruano para impedir el envío de refuerzos al ejército aliado peruano boliviano; así, el día 9, llegaron a Mollendo el blindado Blanco Encalada, la corbeta O’Higgins y los transportes Amazonas y La Mar.

El batallón de Navales y los Regimientos 2.º y 3.º de línea, al mando de los coroneles Orozimbo Barboza y Baldomero Dublé Almeida desembarcaron al norte de Mollendo, desde donde avanzaron y ocuparon la ciudad pacíficamente. Fueron inútiles los telegramas pidiendo ayuda, mientras se pudo, al prefecto de Arequipa, pero no hubo respuesta.

Tropas chilenas tomaron pacíficamente las instalaciones del puerto, los almacenes de la aduana y la estación del Ferrocarril del Sur.  Ese mismo día por la noche, la soldadesca sureña irrumpió en los almacenes de la aduana, donde encontraron mercaderías y licores.

Las botellas corrieron entonces de mano en mano nublando la conciencia y la razón de la tropa. Embriagados, oficiales y soldados se dedicaron entonces al pillaje, atacando brutalmente a la población y abusando de las mujeres que encontraban a su paso. Los reclamos de los indignados cónsules extranjeros detuvieron en parte los excesos; sin embargo, la noche del 10 de marzo, las tropas atacaron nuevamente a la población. El saqueo continuó el día 11, seguido de incendios, que rápidamente se propagaron entre las construcciones de madera, no pudiendo ser controlados porque la ciudad no tenía bomberos.

No se salvó ni la Iglesia, que fue saqueada sin ningún respeto. Cuentan los maestros y ancianos mollendinos que, en medio de la barbarie, la embriagada tropa encontró allí la imagen de la Virgen del Carmen, patrona del Ejército de Chile, a quien declararon traidora por estar en el país del enemigo, y la fusilaron. El incendio fue tal, que las campanas cayeron y se derritieron.

Para la mañana del 12 de marzo, las tropas chilenas se retiraron sin ser molestadas, dejando atrás cenizas al viento; previo a eso, la estación del ferrocarril fue desmontada y llevada como trofeo, dinamitándose luego las instalaciones.

La historia es injusta con Mollendo pues no se conoce mucho esta página oscura de la guerra, no hay actos oficiales ni ceremonias; inclusive hasta la fecha nadie ha exigido la devolución de la estación de ferrocarril.

Mi madre, mollendina, lloraba contándomela esta historia cuando yo era niño, hablaba de no olvidar nuestra identidad y aprender del pasado; inclusive me profetizó que llegaría el día en que la barbarie se olvidaría y a nadie le interesaría recordarla. Cada palabra suya está presente, como letras imperecederas grabadas en mi alma; por eso aquí me tienen luchando para no olvidar nuestra historia y recordar por qué nos llaman el Puerto Bravo.

Análisis & Opinión

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