POR: VICENTE ANTONIO ZEBALLOS SALINAS
Fuimos incautos, inmersos en la pandemia, sus graves efectos sobre la vida y salud de millones de personas, olas tras olas, la atención de sobremanera focalizada en la recuperación económica y de pronto el mundo se convierte en un campo de batalla. Si bien se venía advirtiendo de los movimientos militares en las fronteras y sus amenazas, parecía inviable pudiera concretizarse la invasión rusa ocurrida esta última semana sin importar poner en peligro la vida de los ciudadanos, destrozar las economías, y sembrar el caos y anarquía en las relaciones internacionales.
En la Alemania de entreguerras, el impacto y fascinación de los discursos de Hitler mostraban una catarsis del colectivo germano, por la derrota de 1918 y la humillación del Tratado de Versalles; el “iluminado” Vladimir Putin, no está ajeno a un similar contexto, la pretensión Rusa de recuperar sus antiguas áreas de influencia de la época zarista y comunista, dispone la invasión de Ucrania, como en el 2014, justificándose en un etnonacionalismo, el proyecto de recuperación imperial rusa, que suena a utópico, no esconde su interés por evitar el mal ejemplo de la consolidación democrática de otros estados, ante una comunidad sometida a un estado autoritario, reformular un orden mundial que le permite un moderado espacio ante la arremetida China y el protagonismo de EEUU.
Una circunstancia no menos importante es el interés ucraniano de adherirse a la OTAN y la Unión Europea que afectaría estratégicamente la posición rusa, colocando a Estados Unidos a las puertas de su frontera occidental, permitiendo alegar un tema de seguridad y donde occidente tiene una cuota de responsabilidad, por no saber construir una estrategia de contención ante una permanente amenaza rusa. Ucrania es para Rusia, romanticismo histórico, mal ejemplo de autonomía y un complemento para su sostenibilidad económica, pues gran parte de su red de gasoductos sobrepasan su territorio en dirección a Europa.
Esta nueva crisis evidencia la carencia de una gobernanza mundial y la necesidad de reformular la otrora esperanzadora Naciones Unidas; su más alto órgano principal el Consejo de Seguridad no pudo aprobar un proyecto de resolución que rechaza las acciones dispuestas por Rusia -irónicamente en presidencia de dicho Consejo-, por la abstención de China, India y Emiratos Árabes Unidos y el ejercicio del derecho de veto ruso.
No obstante, y de acuerdo a los mecanismos procedimentales de Naciones Unidas, se está apelando a la convocatoria de una sesión especial de emergencia de la Asamblea General, no es muy usual, y pueda votarse una resolución no vinculante, pero que tiene un trascendente peso político.
Es manifiesta la violación del orden jurídico internacional, ignorar la opinión pública mundial y la prepotencia rusa; el presidente ucraniano Volodimir Zelenski le reclama a la comunidad mundial ya no mensajes solidarios sino apoyos concretos, y las respuestas se dan ponderando decisiones para evitar provocar un conflicto mayor, de inimaginables consecuencias; si bien Ucrania no es parte de la OTAN, una intervención colocaría a esta en la misma posición de ilegalidad rusa, una situación límite. Las advertidas sanciones, que no evitaron la guerra, son más de carácter económico, cuyo impacto no es inmediato, y aun así deben estar removiendo los cimientos de la anacrónica estructura política rusa.
La indecisa Alemania, finalmente asumió posición, ha anunciado la suspensión de la autorización del mayor proyecto gasífero ruso que conectaría Rusia con Alemania, el gasoducto Nord Stream 2; el arma de mayor contundencia en estos modernos conflictos será desconectar el sistema SWIFT, la plataforma que facilita los servicios financieros internacionales y dañará su capacidad de operaciones globales, que implicara caída del rublo y corridas bancarias, con tendencias inflacionarias; distintos Estados ordenaron prohibir la entrada de políticos y altos cargos rusos, incluso el congelamiento de los activos que pudieran tener el presidente ruso y al ministro de Exteriores; en lo comercial, se bloquearon exportaciones de tecnología; asimismo, se cerró el espacio aéreo para vuelos rusos, iniciado por Letonia, Lituania y Estonia.
Las consecuencias económicas son imprevisibles y de dimensión mundial, especialmente en energía, Rusia provee a Europa más de la mitad del gas que consume y algo menos de petróleo, se verán fuentes alternativas, pero tendrán incidencias en las economías estatales por la sobredemanda, el incremento de precios en estos últimos días del petróleo y el gas lo evidencian; agregado a ello, los recursos extraordinarios para contener la pandemia, que no se ha ido.
Un protagonista, que en esta coyuntura juega a un silencio cómplice con ambas partes es China, por un lado Rusia es su aliado estratégico y coyuntural, en las recientes olimpiadas de invierno, sus respectivos jefes de Estado emitieron una declaración conjunta: China declara por primera vez su oposición explícita a la expansión de la OTAN, Rusia declara que Taiwán forma parte del territorio chino; por consiguiente, ante el bloqueo occidental, será la alternativa económica, lo que ya sucedió cuando Rusia anexiono Crimea, China tendió un puente económico a Putin, ante las sanciones internacionales; por otro lado, la Unión Europea se ha constituido como un importante socio comercial.
En este escenario de estrategias y política, China que no renuncia a Taiwán, observa sigilosamente el momento, las reacciones y consecuencias, proyectándose a su escenario futuro, es decir es su “sala de pruebas”; aún más, la proclamada guerra económica impulsada por EEUU contra China, queda relegada, y esta última seguirá en su agresiva y estratégica penetración económico-comercial, en todas las latitudes.
Donde se agota la diplomacia empieza la guerra, reza la premisa en el contexto de una Rusia que nunca jugo con cartas claras, las negociaciones fueron una grosera instrumentalización de los tiempos y un conjunto de intenciones falaces. Las amenazas a Finlandia y Suecia, por su intención de incorporación a la OTAN, no hace más que corroborar, la prepotencia y determinación autoritaria de romper con el orden mundial de la postguerra. La ocupación rusa de Ucrania, por distintos frentes y con aliados esbirros, ya nos es la protección de las repúblicas independentistas que con presura reconoció, sino descabezar su cúpula dirigente-he ahí el llamado a un golpe de Estado-, someter a sus designios a un Estado independiente y soberano, dejar un mensaje al mundo, aquí está la Rusia imperial, nunca se fue.