POR: MIGUEL ARTURO SEMINARIO OJEDA (DIRECTOR DEL MUSEO ELECTORAL Y DE LA DEMOCRACIA DE LA DNEF DEL JURADO NACIONAL DE ELECCIONES)
El 29 de agosto pasado, al mediodía, se llevó a cabo una sesión solemne en la Casa Castilla de Lima, ubicada en la calle Carabaya, sede del Instituto Libertador Ramón Castilla, que preside el general Herrmann Hamann Carrillo. Se evidenció que este personaje es uno de los que está presente en la memoria colectiva de los peruanos; él y Miguel Grau son los peruanos a quienes se les reconoce la mayor trascendencia en el siglo XIX.
Ramón Castilla y Marquezado protagonizó una serie de sucesos asociados a la gesta de la independencia nacional, a la consolidación de la República, al orden constitucional y a la administración pública vinculada a la presidencia de la República. No hay pueblo y ciudad en el Perú donde no haya una calle, colegio o institución pública con el nombre de Ramón Castilla. Inclusive, hay equipos deportivos locales y regionales que llevan su nombre, en evidente aceptación de popularidad y existencia en la memoria nacional.
TRAYECTORIA
Castilla nació en Tarapacá, entonces parte del virreinato del Perú, el 31 de agosto de 1797, y murió en Tiviliche, casi 70 años después, el 30 de mayo de 1867. Sus biógrafos lo registran como militar y político peruano que fue en dos ocasiones presidente de la República (1845-1851 y 1855-1862). Castilla fue hijo del bonaerense Pedro de Castilla y de Juana Marquezado.
En ese tiempo, los criollos habían estado postergados muchos años de participar en cargos públicos clave dentro de la administración virreinal, a pesar de demostrar gran capacidad. Igualmente, los mestizos sufrían la misma postergación, y era necesario terminar con todo esto, lo que solo se lograría con un cambio de autoridades, sustituyendo a las existentes por patriotas que postulaban un mundo de igualdad. Todo esto, con seguridad, habrá influido en Castilla y en su posterior decisión de militar a favor de la patria.
Nuestro biografiado comenzó su carrera militar en las filas del ejército español, algo común entre los criollos de ese momento, en lucha contra las fuerzas independentistas comandadas por el general argentino José de San Martín. Esta experiencia fue vivida por otros patriotas que, aunque al principio fueron realistas, posteriormente protagonizaron páginas inmortales en la gesta de la independencia y en el posterior proceso histórico republicano.
En 1817, Castilla fue hecho prisionero por el ejército patriota después de la batalla de Chacabuco y fue enviado a Buenos Aires. Se había enfrentado al ejército patriota al mando del general José de San Martín, pero consiguió escapar y regresó al Perú después de un itinerario que lo llevó a Montevideo y a Río de Janeiro. Desde allí, en unión con el teniente coronel Fernando Cacho, atravesó las selvas de Mato Grosso hasta llegar a Santa Cruz (Bolivia) e ingresar de nuevo al Perú en 1818.
En tierra peruana, y hasta entonces con el espíritu realista, con el grado de alférez se incorporó al regimiento de Dragones de la Unión en Arequipa. Tras ser destacado a los acantonamientos de Pampas, decidió servir a la causa de la independencia. En Lima, tomó contacto con el general José de San Martín en febrero de 1822 y fue incorporado a un escuadrón de Húsares de la Legión Peruana de la Guardia, destinado a Trujillo y Lambayeque.
En 1824, ya era teniente coronel e ingresó en el ejército del Libertador Simón Bolívar, participando en la batalla de Ayacucho, por la cual Perú consiguió la independencia. No estuvo en la batalla de Junín. En Ayacucho, estuvo como ayudante del Estado Mayor General del regimiento Húsares de Junín. Su prestigio en esta batalla lo señala como el primer combatiente que penetró en el campo realista, sufriendo heridas de bala y lanza, por lo que el mariscal Antonio José de Sucre lo elogió en el parte de guerra.
Como teniente coronel efectivo, en 1825 Castilla fue nombrado gobernador de la provincia de Tarapacá, su tierra de nacimiento, cargo desde el que impulsó una política de talante conservador, opuesta a los criterios más progresistas de Bolívar y en consonancia con los reclamos de la élite criolla. Tarapacá fue la única provincia peruana que no aprobó la Constitución Vitalicia de Bolívar de 1826.
Después de algunos episodios de 1829, ligados a su defensa por la integridad territorial, cuando se intentó desmembrar algunos departamentos del sur peruano por obra del general Santa Cruz y sus partidarios, Castilla actuó como fiscal en la causa contra ellos. En 1830 pasó a Lima, actuando como edecán del presidente Agustín Gamarra, con quien fue hasta Cusco para combatir la revolución federalista motivada por el coronel Gregorio Escobedo. Acusado de conspiración contra Gamarra, fue recluido primero en el Real Felipe y luego en un pontón anclado en el puerto del Callao, donde enfermó y fue trasladado al hospital, desde el cual fugó a Chile.
En 1833, lo encontramos apoyando la proclamación de Luis José de Orbegoso como presidente provisorio del Perú y luego vinculado a episodios militares con el general Felipe Santiago Salaverry, Santa Cruz, Diego Portales y Agustín Gamarra. Durante la segunda presidencia del general Agustín Gamarra (1839-1841), se le encomendó organizar las primeras exportaciones de guano, fertilizante muy cotizado en los mercados internacionales.
Mientras tanto, entre 1839 y 1845, se le ve como protagonista en Arequipa, Cuevillas, Ingavi y Oruro. De vuelta al Perú, se estableció en Tacna en 1842 y al año siguiente, con los generales Domingo Nieto y José Félix Iguaín, integró en Cusco una Junta de gobierno, que presidió tras la muerte del mariscal Domingo Nieto, quien no había sido partidario de la Confederación Perú-Bolivia. Posteriormente, venció a las fuerzas del presidente Vivanco en Carmen Alto.
GOBIERNOS
A partir de 1840, bajo la dirección de estadistas como Ramón Castilla, el país conoció una etapa de prosperidad económica, transformaciones sociales y estabilidad política, originada por la explotación del salitre de Tarapacá, la extracción del guano y el cultivo de la caña de azúcar. Durante el primer gobierno de Ramón Castilla (1845-1851), la situación política se caracterizó por la estabilidad y el restablecimiento de la vida parlamentaria. La exportación de guano potenció el surgimiento de una nueva clase burguesa de consignatarios y proveyó de recursos al Estado, aunque también acabó hipotecando la economía peruana al Reino Unido, principal importadora de guano.
En su segunda etapa como presidente (1855-1862), Castilla abolió el tributo a los indígenas y la esclavitud, episodio que ha sido estudiado con detalles y nuevos hallazgos al respecto por el historiador francés Pierre Tardieu, cuya obra “El decreto de Huancayo” es de un análisis riguroso y lleno de información inédita sobre este peruano, que puede ser considerado uno de los precursores de la inclusión social si miramos su accionar desde el siglo XXI.
En la sesión solemne del jueves pasado, adelantándose dos días a la fecha del natalicio, se constató una vez más la admiración que se siente por quien fuera gobernante del Perú, tanto en el Discurso de Orden como en la reiteración del Credo a Ramón Castilla.