POR: FRANCISCO DIEZ CANSECO T.
La prevista victoria (en primera vuelta) del exguerrillero Gustavo Petro en las elecciones presidenciales de Colombia es una demostración adicional de cómo la democracia puede incubar a quienes, ideológicamente, profesan ideas contradictorias al sistema labrando de esta manera su propia destrucción.
Está claro que son los actores y no el propio sistema los responsables de semejante debacle, tal como viene ocurriendo en el Perú y pasa en otros países de América Latina, clamorosamente en el caso de Chile.
Se habla de la desigualdad de ingresos existente en nuestras naciones, tal como la refleja el clásico índice de Gini, pese a que, en Colombia, por ejemplo, el ingreso per cápita subió de US$ 1900 a US$ 6700 entre 1990 y el 2018. Dos años antes el gobierno llegó al acuerdo de paz con las FARC después de años de enfrentamientos.
Entretanto, y con altos índices de pobreza y de corrupción, el régimen comunista de Cuba se mantiene en el poder desde 1959 por obra y gracia de un sistema totalitario que combina la eliminación de las libertades fundamentales con la desinformación, el sometimiento a través del subsidio y la implacable persecución y encarcelamiento de opositores.
Lo cual, en realidad, nada tiene que ver con la utopía comunista y sí goza de una sólida conexión fáctica con autocracias como la que ejercen Vladímir Putin en Rusia o Víctor Orban en Hungría, bajo una careta democrática.