Tal vez un título más apropiado lo acuñó el ileño Yero Chuquicaña al publicar su libro en el 2016 “¿Qué carajo es el amor?”. Porque la pregunta aparenta tener una respuesta simple, cuando en realidad es una vorágine de más interrogantes.
Quien escribe, no piensa que la gente le de poca importancia al amor; todo lo contrario, es quizá la pasión más humana y más buscada por la raza. Por tal caso, requiere conocimiento y esfuerzo, pero, aparentemente, todavía es visto como un campo netamente empírico. Quizá Erich Fromm tenía razón al plantear que el primer problema del amor consistía fundamentalmente en buscar ser amado y no en amar, en la propia capacidad de amar.
Para alcanzar dicha empresa, el ser humano busca desde pequeño el camino de la aprobación hasta llegar al amor; sea cual sea: dinero, poder, imagen o posición social. Al mencionar el verbo rector “amar”, nos referimos a la capacidad desigualmente distribuida de sentir amor y enamorarse. El tamaño y la promesa de una historia cualquiera dependen siempre de nuestro propio tamaño.
En su mayoría, el amor depende del desarrollo integral de la persona; si esta se ha desarrollado escasamente, entonces su amor será escaso como su desarrollo. El difunto Marco Aurelio Denegri lo decía bien: “el amor no es desligable de la personalidad, es una función de esta, y debe ser practicado y acrecentado diariamente y siempre”.
El segundo problema de Fromm acerca del amor era el de verlo como objeto y no como facultad, pues a partir del siglo veinte, en la era victoriana, así como en muchas culturas tradicionales, el matrimonio se efectuaba por acuerdo sobre la base de consideraciones sociales – económicas, esperando que el amor surja después de llevar a cabo el casamiento. En las últimas generaciones, con el nacimiento del amor romántico, ha nacido otro rasgo característico, estrechamente vinculado con el consumismo.
“Atractivo” es mutable, pero significa habitualmente un conjunto de cualidades específicas que son populares en el mercado de personalidad; teniendo en cuenta las mercaderías humanas que están dentro de las posibilidades de intercambio, claro está. Entonces, dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado, dentro de los límites impuestos por sus propios valores de intercambio.
Ahora bien, ¿qué es el amor? En 7 estudios sobre el amor, Ortega y Gasset empezaba diciendo lo que no era el amor: (1) posesión. Pues es lo que lo desliga del deseo. Cuando el deseo se satisface, muere, tal vez para renovarse con otra cosa; el amor, en cambio, es un eterno insatisfecho; (2) es estar ontológicamente con el amado: como si el médico tomara una muestra del alma de tu amado y te la inyectara; (3) el enamoramiento es un fenómeno de la atención; el amor, un privilegio, pues distingue amor de enamoramiento, el primero como un estado inferior de espíritu, una especie de imbecilidad transitoria; el segundo, el amor, está reservado para unas pocas almas sensibles y preparadas, “es un hecho poco frecuente y un sentimiento que solo ciertas almas pueden llegar a sentir”.
Y para cerrar este libro, Ortega y Gasset obsequia: “Amar una cosa es estar empeñado en que exista; no admitir, en lo que depende a uno, la posibilidad de un universo donde aquel objeto esté ausente”.
He fallado definiendo al amor, y creo que es porque de los autores citados, ninguno, con los ciento cincuenta años en suma que me llevan, ha logrado comprenderlo en la medida que ha querido. A pesar de ello, el arrepentimiento de amar no pesa sobre uno solo.
Es necesario decir que conviven el amor y el odio, día a día. La comprensión constantemente cruza con la intransigencia; lamentablemente, es más cómodo preferir odiar, que darse la labor de cultivar el amor.