POR: CÉSAR A. CARO JIMÉNEZ
La política, en su esencia más pura, es una actividad que debería estar impregnada de pensamiento crítico, debate profundo y propuestas concretas para el bienestar de la sociedad. Sin embargo, en la actualidad, tanto en Perú como en el resto del mundo, nos enfrentamos a un fenómeno inquietante: la pobreza intelectual de muchos de nuestros líderes políticos. Este fenómeno se manifiesta a través de la superficialidad de sus propuestas y la tendencia a priorizar el carisma sobre la capacidad intelectual.
En el siglo pasado, aunque había políticos carismáticos, muchos de ellos se distinguían por su erudición y su capacidad para articular ideas complejas. Líderes como Winston Churchill, Franklin D. Roosevelt y Salvador Allende, entre otros, no solo poseían una fuerte presencia carismática, sino que también eran pensadores profundos que abordaban problemáticas sociales y económicas con seriedad. Hoy en día, en contraste, vemos a líderes que a menudo parecen más preocupados por su imagen que por presentar soluciones tangibles a los desafíos que enfrentan sus países.
Este cambio ha sido propiciado, en gran parte, por la evolución de las redes sociales y la cultura del espectáculo. En lugar de debates sustantivos sobre políticas públicas, las campañas políticas actuales parecen centrarse en la creación de contenido viral y en la construcción de una marca personal atractiva. Esto ha llevado a una tendencia a la banalización de la política, donde el entretenimiento supera a la sustancia.
Uno de los casos más emblemáticos de esta pobreza intelectual en la política peruana es el de un personaje que ha ganado notoriedad en las redes sociales, especialmente en TikTok. Este político ha optado por un enfoque que combina el baile, el humor y la interacción ligera, dejando de lado las propuestas concretas y serias que la ciudadanía necesita. Su campaña se basa en lo que está de moda, en lo que puede generar más vistas y comentarios en lugar de ofrecer soluciones reales a problemas como la pobreza, la corrupción o la educación.
Este fenómeno no es exclusivo de Perú, sino que resuena a nivel global. Muchos líderes políticos están utilizando plataformas de redes sociales para comunicarse con el electorado de una manera que a menudo carece de sustancia. El mensaje se convierte en un mero producto de consumo, y los ciudadanos, en lugar de ser informados, se ven atrapados en un ciclo de entretenimiento político.
La personalidad y el carisma son, sin duda, elementos cruciales en la política. Sin embargo, cuando estos atributos se priorizan sobre la competencia y la capacidad intelectual, el resultado puede ser desastroso. La política no debería ser un espectáculo, sino un espacio para el debate serio y la construcción de soluciones.
A menudo, los políticos actuales parecen entender que la apariencia y el entretenimiento son más efectivos que el conocimiento y la experiencia. Esto plantea una pregunta elemental: ¿Qué tipo de líderes estamos eligiendo y me temo que seguiremos haciéndolo y qué tipo de políticas estamos dispuestos a aceptar?
La pobreza intelectual en la política contemporánea, reflejada en la superficialidad de las propuestas y en el uso excesivo del carisma, es un fenómeno preocupante que debe ser abordado. La política debería ser un campo que fomente el pensamiento crítico y la acción informada, no un escenario de entretenimiento. Los ciudadanos tienen la responsabilidad de exigir más a sus líderes, buscando no solo carisma, sino también sustancia en sus propuestas. En un mundo donde la información está al alcance de la mano, es esencial que los políticos se comprometan a ofrecer soluciones reales y concretas a los problemas que enfrentamos. Solo así podremos construir un futuro más brillante para nuestras sociedades.