POR: UMBERTO JARA
Una legión de mentecatos —escaso juicio o entendimiento, exige “No al terruqueo”. Se obstinan en negar que el país está sacudido por actores ilegales y violentos que han reformulado el método senderista: a un lado la ideología y vigente la idea del asalto al poder a través de la violencia para instalar, ya no un gobierno maoísta, sino un régimen con esta fachada: “nacido de una Asamblea Constituyente”.
Es indignante ver cómo personas que, se supone, tienen un mínimo de formación eligen aparecer como ignorantes. Es imposible no darse cuenta de que el Perú está sometido a un ataque concertado por diferentes actores. Desde el exterior, los gobiernos de López Obrador, Petro y Boric junto a la injerencia de Evo Morales y su proyecto de “Nación aymara” que tanto entusiasma a los líderes violentos de Puno.
En el ámbito interno, la actual asonada carece de ideología y no tiene una propuesta coherente. Se basa apenas en tres frases: renuncia de Dina Boluarte, adelanto de elecciones y Asamblea Constituyente. En realidad, han encontrado el momento que desde por lo menos el año 2012 estuvo buscando el neo-senderismo. Los que claman “No al terruqueo” no entienden que los herederos de Abimael Guzmán se agruparon bajo el Movadef, quisieron inscribirse como partido político y fracasaron luego del valiente trabajo de la DIRCOTE y el Plan Perseo que los puso al descubierto. Luego, con Castillo, apenas a los dos días de asumir el mando y con un ministro pro-senderista, legalizaron el sindicato Fenatep, el nuevo rostro del Movadef. Todo esto es realidad comprobable y documentada. ¿A qué viene la tontera del “No al terruqueo”?
Hay otro elemento que no se quiere entender. En su etapa final Abimael Guzmán empezó a recibir el aporte del narcotráfico. ¿Con qué dinero alquilaba las casas en barrios como Chacarilla para esconderse y financiar toda su logística? Tras la caída de Guzmán, lo que se llamó “remanentes del senderismo” se aliaron directamente con el narcotráfico del VRAEM, olvidaron la revolución maoísta y se convirtieron en mercenarios que atacan al ejército y a la policía para que los narcotraficantes hagan su negocio. Los que claman “No al terruqueo” ¿por qué no se dan una vuelta por ciudades como San Francisco, Vizcatán, Llochegua, Pichari?
¿Con qué dinero creen que sobreviven todos los violentos que van de una ciudad a otra, quién paga los buses que los movilizan? ¿Alguien cree que lo hacen por principios, por una ideología, por un proyecto político? ¿Cuál proyecto? ¿Cuál es su líder? No existe. Es el asalto de la marginalidad, la corrupción, los ilegales. Los herederos de Abimael Guzmán hoy están financiados por el narcotráfico, la minería ilegal y el contrabando. Es una alianza de delincuencia diversa que usa un falso ropaje político. Si el país informal, el que no tiene ni quiere leyes, captura el poder, entonces, podrá operar con tranquilidad. Ya Pedro Castillo les mostró la miel del dinero estatal que se puede robar y la impunidad en que se puede vivir.
Aquellos que afirman que las protestas de estos días se originan en largas demandas sociales nunca atendidas, están usando una excusa. Por supuesto que existe la inmensa infamia de no haber atendido a la pobreza en el Perú, pero la historia nos muestra que los peruanos no reclaman desde la violencia quemando policías, expedientes judiciales y entidades estatales. Ese fue el accionar de la guerrilla de 1965, de Sendero Luminoso en los ochenta y, esta vez, el de la asonada violenta que soportamos mientras desde la comodidad de sus casas y pulsando sus iPhone una colección de bobos dice: “No al terruqueo”.
En 1980, de manera similar empezó el crecimiento de Sendero Luminoso porque se cometió el gravísimo error de no tomar acciones concretas. El gobernante Fernando Belaunde Terry y su ministro del interior José María de la Jara y Ureta, dos señoritos ajenos al país, dijeron que no había terrorismo, que Sendero Luminoso no era más que un grupo de abigeos (ladrones de ganado). Al igual que hoy, aquella vez no respaldaron a la Policía Nacional. Cuando el director general de la Guardia Civil, general Juan Balaguer Morales, terminó pidiendo públicamente medidas enérgicas para combatir al terrorismo, de inmediato, Belaunde y De la Jara lo sacaron del cargo.
Lo que vino después fue una década de espantosos asesinatos (hoy va un policía quemado vivo y decenas heridos); incendios de comisarías y entidades públicas (lo estamos viendo en la televisión); destrucción de puentes y carreteras (bloqueos por todo lado); asesinatos selectivos de autoridades (el ataque a la casa del gobernador de Madre de Dios). Decir “No al terruqueo” es un acto imprudente.
La diferencia con la década de los ochenta es que hoy se trata de una mezcolanza de ilegales violentos en pos de capturar el país y eso es mucho más grave. Ahora quieren usar “las boludeces democráticas” que definió Guillermo Bermejo, implicado en terrorismo y hoy congresista. Abimael Guzmán pedía la captura del poder por la violencia. Los de hoy usan la violencia para tratar de imponer una Asamblea Constituyente, la fachada para capturar el poder y desarmar el país, especialmente en su régimen económico. Lo que sigue es inflación, devaluación, pobreza y autoritarismo y hay necios que chillan “No al terruqueo” y destaca, otra vez, la majadería de los caviares: piensan que apoyando la violencia y clamando porque haya muertos van a llegar a la presidencia como lo hicieron trayendo abajo a Merino.
Los griegos inventaron la palabra idiota para referirse a aquellos que ven todo desde su propia óptica y juzgan todo e interpretan todo como si su insignificante visión del mundo fuese una visión universal, la única válida y, sobre todo, indiscutible. La atroz soberbia del necio.
¿No tienen hijos? ¿No tienen familia? ¿No han logrado nada? ¿Su resentimiento es tan inmenso como para apoyar la violencia? ¿O creen que así defienden su quincena? El primer efecto de esta barbarie será la crisis económica y esos que claman “No al terruqueo”, que le llaman manifestantes a las hordas que incendian locales; bloquean carreteras; toman aeropuertos; se cubren el rostro; esos defensores de la violencia, son los que mañana, cuando ocurran las consecuencias de su insensatez, van a decir como idiotas —en el sentido griego— “Me equivoqué” y van a decir “La calle está dura, no me alcanza la plata”.
Son tan idiotas —en el sentido griego— que no aprenden. Hace apenas 18 meses llevaron al poder a Pedro Castillo y su infame turba. ¿Qué nos dejaron? La más alta inflación en una década, corrupción desde el primer día y la gestación de la actual crisis. ¿No entienden que los violentos de hoy son sapos del mismo pozo? Pero dicen, como el tonto del pueblo, “No al terruqueo” hasta que vean que a ellos también se les incendiará el quiosco. [Lima Gris]