POR: CESAR CARO
Cada cierto tiempo, producto de ciertos avances o descubrimientos en el campo de la ciencia que repercuten en las tendencias ideológicas, económicas y sociales e incluso religiosas, la organización o estructura de los países entran en crisis, la cual de una u otra forma lleva en algunos casos a cambios significativos.
Citemos un par de ejemplos: la revolución industrial que es como se denomina al período histórico de transformaciones económicas y sociales, que se da entre 1760 y 1840, que desencadenó cambios sin precedentes para las sociedades de todo el mundo a partir de la invención de la máquina de vapor, cuyo combustible era el carbón mineral, que permite el desarrollo de nuevas industrias como la textil, la siderúrgica (metales) o la minera, aparte de posibilitar tras duras luchas la jornada laboral de ocho horas. Cabe señalar también que, en esos años, se impone el dominio de la burguesía sobre la economía y la política, sustituyendo el poder absoluto de la nobleza y dando origen a la clase social del proletariado.
Y el otro ejemplo que cabe señalar, –y que dicho sea de paso, posibilitó que las industrias de EE.UU. recuperarán su primacía económica puesta en duda por la competitividad del Mercado Común Europeo y Japón que gracias al Plan Marshall habían superado a la industria norteamericana al tener infraestructura y maquinarias más modernas, dado que es más difícil cambiar lo existente—, son los descubrimientos en el campo de la informática e inteligencia artificial (Silicon-Valley) que permitió a Norteamérica recuperar el liderazgo económico e industrial.
Y en tanto se producían dichos hechos en el mundo, en el Perú merced al gobierno de primero Velazco y después Morales, se destruían a los incipientes partidos políticos y a sus principales personajes cuyas consecuencias vivimos en el presente, a tal punto que no tenemos, –salvo raras excepciones–, ni partidos ni referentes políticos dado que los mismos en su gran mayoría son caricaturas muchas veces tragicómicas. Como para darle la razón a Karl Marx cuando expresa que las relaciones de producción determinan la superestructuras o instituciones de una sociedad…y si en el caso nuestro, ellas son 70% informales, es imposible esperar que no sean “chichas” el poder judicial, educativo, político, económico, etcétera.
Y si a todo lo anterior, agregamos la pandemia del Covid-19 el panorama es trágico. Y al momento no hay luz que nos indique el final del túnel, aparte que no se conoce a ciencia cierta cuán validas y constantes en el tiempo y en efectos secundarios son las vacunas que se están aplicando a nivel mundial.
Como tampoco hay luz en el túnel en lo que respecta al fin del trabajo (leer a Forrester, Fromm, Rifkin, etcétera.)
Y todo ello se da en lo que respecta al Perú, en un ambiente que de no ser trágico y muchas veces letal, podría ser motivo del argumento de una película mexicana de la década del 60.
Aquí se pierde el tiempo, — ¿será por falta de ideas, intereses económicos o estolidez social y política? –, en hacer elecciones absurdas en donde los “partidos y líderes de los mismos” sin exponer ideas o proyectos razonables, aparte de haber “candidatos” para todos los gustos y colores y lo que es peor, con el silencio cómplice de la intelectualidad y las grandes empresas, que se refugian los primeros en sus aposentos y los segundos en su constante ganancias y status legal-económico que los hace por el actual status legal, prácticamente intocables, lo que dicho sea de paso también es razonable, pero como dice el dicho, “…está bien culantro pero no tanto”.
Y lamentablemente, en tanto continúen las actuales reglas económicas y políticas, seguiremos “cuesta abajo en la rodada” sin entender, tal como lo señaló Barnechea en “La República Embrujada” que “la pobreza de las naciones es gratuita. No hay nada que la haga inevitable. La riqueza puede crearse”.
Y para ello es vital e imprescindible votar antes que por personajes limitados y muchas veces “lagartos” por programas y propuestas, los cuales deben ser analizados y enriquecidos en la discusión interna de los partidos políticos, que deben tener una constante discusión programática e ideológica entre sus afiliados, los cuales escogerían entre sus dirigentes a quienes tengan más capacidad para conducir el Estado al cual se debe acceder como institución política, antes que por la voluntad muchas veces errática y limitada de ciertos personajes, como por ejemplo nuestros últimos presidentes que encaran serios problemas tanto por su corrupción como por su incapacidad.