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22 noviembre, 2024 6:33 pm

Ilo en su 51° aniversario: entre sueños y nostalgias

Los mejores amigos, que perdí y los de ahora, también me los brindó esta tierra generosa. Gente desprendida y con propósito de vida de las que aprendí y sigo aprendiendo cómo ser una mejor persona.

POR: JULIO FAILOC RIVAS     

Tengo varias razones que me hacen sentir una conexión mágica con Ilo. Es tan grande la atracción que siento por esta ciudad que no he cambiado mi DNI solo para tener motivos para regresar —por lo menos cada cuatro o cinco años— aunque sea para sufragar en elecciones.

Sigo de cerca lo que acontece en Ilo y escribo semanalmente temas de coyuntura desde hace muchos años para La Prensa Regional de mi amigo Rogger Baylón. De vez en cuando nos escapamos a Ilo para pasar el verano junto a mis hijas y a mi esposa, a disfrutar de sus playas y de los amigos que veo que he ido perdiendo inexorablemente con el tiempo y muchos, al igual que yo, por su alejamiento físico de Ilo.

Reconozco que esta ciudad me dio todo lo que tengo y soy; mi esposa, una de mis dos hijas, mi primer auto —un VW escarabajo del ochenta y dos que tuve que vender en quinientos dólares a un arequipeño por falta de liquidez, la recesión y el desempleo de ese tiempo— y mucho de mi crecimiento personal y profesional. Todo ello me hace sentir más ileño que el ileño más antiguo y ranqueado de Ilo, aunque se ufane de ser el ileño más ileño de todos los ileños.

Conocí y me enamoré en Ilo de la chica que tiene los ojos de café, cuya la mirada no me deja hasta ahora dormir. La conquisté por cansancio y me casé con ella luego de seis años de haberla conocido y perseguido. Tenemos dos hijas, de las cuales una, la mayor, nació en Ilo. Nos juramos amor a perpetuidad en Ilo, cosa que pienso cumplir, salvo uno de los dos por el azar de la muerte tenga que partir primero desde otra ciudad.

Debo de confesar que mi relativo éxito personal —si es el caso— también se lo debo a esta gran ciudad. Ilo fue un laboratorio de procesos sociales y de desarrollo urbano planificado; lo que sé en materia planificación, liderazgo, gestión concertada y participativa lo aprendí de manera práctica y experimental en esta ciudad.

A Ilo, de la misma forma, le debo mi tesis de maestría en que sintetizo los factores claves que explican a mi manera el desarrollo local y la gobernabilidad que se dio en esta ciudad durante treinta años, de manera consecutiva.

La mejor definición que tuve de una “visión compartida” la tuve en una conversación con Ernesto Herrera, ex alcalde de Ilo por cuatro veces, y con José Luis López Follegatti. El primero le decía al segundo —… no son los Planes de Desarrollo, las Plataformas de Acción y los Programas, de eso tuvimos mucho y fueron importantes, pero esa no es la sustancia de una visión. La suma de intereses y deseos producidos y escritos en reuniones no alcanzan esta definición. No es expresión de necesidades, aunque se nutra de las mismas. Una visión que se propone perdurar, no las fugaces, no nace de una polarización social, es más bien un diseño abierto y detallado en la cual todos participan —.

Los mejores amigos, que perdí y los de ahora, también me los brindó esta tierra generosa. Gente desprendida y con propósito de vida de las que aprendí y sigo aprendiendo cómo ser una mejor persona. Estoy seguro de que en los lugares donde están seguimos luchando por una patria más justa.

En fin, son tantas las cosas que debo a Ilo que siento una gran alegría en su aniversario. Ilo siempre será, como lo decía el gran poeta Juan Gonzalo Rose –Nudo de inquietudes, plaza de victorias–. ¡Salud por eso!

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