Extractos de “El Perfil del Lagarto”: la roca en tu zapato

Hay una anécdota que parece ser banal, pero es la mejor metáfora de su conducta pública. Martín Vizcarra tiene el cabello lacio, tanto que sus amigos de infancia y adolescencia le decían «pitas», que es el equivalente moqueguano de «trinchudo». A él le enojaba mucho. Desde que pudo, a los diecisiete años, cada dos meses viajaba a Arequipa a ondularse el cabello, eso que las estilistas llaman «hacerse la permanente». Lo hacía en Arequipa porque nadie en Moquegua debía enterarse. Ese es el personaje que tenemos ante nosotros: un hombre que se esfuerza por mostrarnos, permanentemente, una imagen distinta a su naturaleza.

POR KAREN ROCA LUQUE      

“El Perfil del Lagarto” es un extracto de todos los sucesos, relatos que se han dado a conocer en la época de Martín Vizcarra, un libro de investigación escrito por el reconocido periodista y abogado Carlos Paredes, ambos trabajamos con los vicepresidentes, aunque sólo nos conocimos de vista, tenemos algo en común, fuimos testigos de cómo se iba acabando la amistad entre Mercedes Aráoz y Martín Vizcarra, simplemente porque MV quiso tener poder absoluto, poco a poco rodeándose de personas que iban cerrando su círculo, y alejando a otras que le podrían haber estorbado en su objetivo.

Este nuevo círculo visualizó a Vizcarra como la mina de oro que no podían dejar escapar, Vizcarra para mantenerse en el poder y gozar de alta aceptación, no dudó en usar sus mejores cartas el “populismo y las mentiras”.

EL TEXTO DE “EL PERFIL DEL LAGARTO” DICE:

Conocí personalmente a Martín Vizcarra en el 2016, cuando aún era el primer vicepresidente y ministro de Transportes y Comunicaciones de Pedro Pablo Kuczynski. En esa época, yo asesoraba a la segunda vicepresidenta Mercedes Araoz. Por entonces él llegaba a la oficina de la vicepresidencia todos los miércoles después del Consejo de Ministros para conversar con su socia política y aún entrañable amiga.

Martín, como le decíamos, era un ingeniero de buenas maneras, algo parco y con una voz grave de locutor de radio que, como tal, parecía recubierto por una pátina de timidez cuando por fin estaba delante de alguien. Hombre inteligente, pero nada cultivado; leer un libro debe ser su prioridad diez.

El prestigio de su supuesto buen desempeño como gobernante de Moquegua lo enorgullecía sobremanera, y no dudaba en mencionarlo cada vez que tenía la oportunidad. Entonces se fue convirtiendo en el político que el resto del país empezó a conocer.

Como ministro de Transportes, Martín se preocupaba por verse siempre en acción, preferentemente en el campo, revisando puentes, carreteras o intentando destrabar obras de infraestructura. Estaba interesado sobre todo en las apariencias, en la percepción que se tenía de su figura pública como político, y eso demandaba gran parte de sus esfuerzos.

Tan pronto como se le presentó un dilema para definir su posición como ministro, prefirió la medianía, la poca claridad, y, finalmente, la renuncia ante la amenaza fujimorista de censurarlo. Le dijo a su cerrado círculo de colaboradores moqueguanos que lo había hecho porque querían imponerle algo en lo que él no estaba de acuerdo: el proyecto del aeropuerto de Chinchero, en el Cusco.

Pero esta aparente derrota terminaría por ponerlo en la vereda del frente, haciendo el papel de alfil de sus antiguos adversarios, quienes complotaban una y otra vez para seguir desestabilizando al gobierno de Pedro Pablo Kuczynski sin aceptar el triunfo que este había conseguido en las urnas. Martín necesitaba tiempo para pensar; tiempo y distancia para decidir qué posición debía adoptar para capitalizar su incursión en la política de las grandes ligas, y por eso pidió que lo enviaran a Canadá como embajador.

En su cuartel de invierno, esperó paciente mientras analizaba cuál sería su siguiente jugada. A partir de ese momento, asistí, desde dentro del Ejecutivo, a la crisis política aguda que terminó con la renuncia del presidente Pedro Pablo Kuczynski y la asunción de Martín Vizcarra; quien regresó de Canadá después de actuar en sociedad con el fujimorismo para ceñirse la banda presidencial y asumir el mando con un encendido discurso que fue aplaudido efusivamente por sus socios naranjas.

Como asesor de Mercedes Araoz, fui testigo en primera fila del deterioro progresivo e insalvable de su relación con el entonces presidente Vizcarra, debido a que ella se deslindó de su gobierno. Pero la historia la escriben los vencedores, y su decisión de reemplazarlo tras la vacancia que orquestó el Congreso y la respuesta, por parte de Vizcarra, de cerrar el parlamento a través de una «disolución fáctica» que fue aprobada por la ciudadanía, la puso como carne de cañón de una guerra que jamás inició.

Desde entonces ha recibido estoicamente los más duros golpes, casi siempre bajos, por parte de la clase política que abrazó al advenedizo Vizcarra, al menos mientras estuvo en el poder. Pero el tiempo le está dando la razón a ella. Lo digo abiertamente porque sé todos los detalles de esta relación que no está incluida en este libro, porque no tengo ni la distancia ni la imparcialidad suficiente para contarla.

También es cierto que se ha dicho y escrito mucho de Martín Vizcarra Cornejo en los últimos tres años, tiempo en el que se convirtió en actor principal de la política peruana. Hay dos libros sobre él, escritos por dos experimentados periodistas. Uno es la biografía autorizada de Martín Vizcarra. El otro, el de Martin Riepl, tiene el acierto de habernos revelado prematuramente algunos patrones de conducta de un político que empezábamos a conocer.

Desde que se escribieron ambos libros han pasado dos años, un tiempo largo para la escena política peruana. Suficiente para desenmascarar al personaje más agazapado.

Vizcarra ha sido objeto de defensas apasionadas, también de acusaciones acaloradas: aupado en las calles, quizá con más fanatismo en algunos medios y en las redes sociales; delatado por sus antiguos socios que resultaron ser sus cómplices, por sus ex mujeres y hombres de confianza, y también por un fiscal incansable, que antes él felicitaba y hoy sataniza. Algunos políticos y periodistas, que ayer fueron sus promotores y defensores, y lo aplaudieron efusivamente, hoy son sus más encarnizados detractores y no se guardan ningún epíteto para referirse a sus inconsistencias.

Puede ser héroe o villano, dependiendo de con qué cristal lo miren. Ante semejante polarización, generada por el personaje, para escribir este libro, solo hice lo que los periodistas de investigación solemos hacer: indagar en fuentes de todo tipo; acercarme, lo más que pude, a la realidad de los hechos que perfilan a un personaje tan enigmático como evasivo. Esta vez partí con una hipótesis de trabajo, sobre la base de mi experiencia privilegiada dentro de Palacio de Gobierno.

Este libro, más que un relato de casos concretos —de los cuales Vizcarra debe explicaciones a su pueblo, al país y a la justicia—, pretende mostrar patrones de conducta de un gobernante que ha hecho de la irresponsabilidad, improvisación, traición y mentira una forma de gestión. Las historias que reconstruí muestran que su prioridad siempre ha sido cuidar su imagen pública; que su interés personal siempre estará por encima del bien común y que su principal política pública es hacer lo que la gente dice querer. Todo siempre con un manto de opacidad que el tiempo normaliza, que el doble rasero olvida.

Hay una anécdota que parece ser banal, pero es la mejor metáfora de su conducta pública. Martín Vizcarra tiene el cabello lacio, tanto que sus amigos de infancia y adolescencia le decían «pitas», que es el equivalente moqueguano de «trinchudo». A él le enojaba mucho. Desde que pudo, a los diecisiete años, cada dos meses viajaba a Arequipa a ondularse el cabello, eso que las estilistas llaman «hacerse la permanente». Lo hacía en Arequipa porque nadie en Moquegua debía enterarse. Ese es el personaje que tenemos ante nosotros: un hombre que se esfuerza por mostrarnos, permanentemente, una imagen distinta a su naturaleza.

Mi esfuerzo de honestidad profesional ha consistido en presentarles hechos, pruebas, testimonios atribuibles y evidencias. Más que convicciones, en este libro se impone la primacía de la realidad. No he desarrollado ni teorías ni suposiciones, solo he seguido rastros hasta conseguir evidencias.

Viajé a Moquegua e Ilo para reconstruir su gestión como presidente de esa región en el pasado reciente. Pude hablar con decenas de personas que estuvieron cerca de él, bajo sus órdenes o que fueron sus socios en algún proyecto político o empresarial. Hablé con sus mejores amigos, también con sus detractores, los moderados y los más encarnizados. Hurgué en todo tipo de archivos: administrativos, judiciales, periodísticos y hasta académicos. Conversé con periodistas locales, fiscales, jueces, procuradores y consejeros regionales.

Mientras escribía este libro lo contacté para entrevistarlo. No tuve suerte. Lo que tengo es una lista de preguntas que he venido preparando desde que lo conocí, y otras más específicas después de investigar su vida pública de manera exhaustiva. La más importante de todas es también la más simple: ¿por qué miente tanto? Tampoco tuve suerte cuando pedí entrevistar a su círculo de principales colaboradores, protagonistas de reparto en esta historia.

Las fuentes más importantes y reveladoras en mi investigación han sido tres integrantes de la llamada «Muralla Moqueguana», esa barrera infranqueable que Vizcarra construyó a su alrededor, hasta que su incorregible naturaleza se impuso. Aunque Martín Vizcarra no aceptó declarar para este libro, su versión ha sido recogida de las innumerables entrevistas periodísticas que ha dado a lo largo del último tramo de su agitada carrera política, incluso ya como candidato, en dupla con su socio político Daniel Salaverry. Entre ellas se incluyen, también, sus descargos después de ser descubierto como un clandestino vacunado VIP. Todo lo que he escrito en estas páginas lo puedo probar. Como periodista profesional, con tres décadas de trabajo, solo he usado las técnicas, herramientas y alertas de mi oficio para reconstruir el perfil de este inescrutable y exitoso político provinciano.

El libro lleva la palabra «lagarto» en el título, no con la intención de imprimirle una carga peyorativa al personaje desde el saque, sino porque es el apodo que le pusieron sus hermanos por ser el émulo de su padre. Me lo explicó en su tierra uno de sus primos hermanos tan aprista como lo era su padre. Martín es el «lagarto» de la familia Vizcarra Cornejo, por frío y calculador. Ese apelativo se convirtió en el «lagarto Juan» dentro del Gobierno Regional de Moquegua.

Después de leer este perfil, usted decidirá si alguna de las doce acepciones que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española ha desarrollado para la palabra lagarto le calza a Martín Vizcarra. Por mi parte, estoy convencido de que tenía la obligación de escribir este libro para no traicionar el derecho de saber de la gente, el pilar fundamental de mi profesión. Pongo a su consideración todo lo que sé e investigué de un personaje gravitante para la coyuntura actual del país. Usted sacará sus propias conclusiones. Mi tarea solo consistió en reconstruir el pasado como funcionario público del expresidente, sobre la base de evidencia.

………

Lo que puedo concluir en esta breve presentación y análisis que hace Carlos Paredes, es la siguiente: Habiendo trabajado junto a Martín Vizcarra muchos años, lo pude conocer de cerca.

He analizado la manera cómo puede mentir mirándote a los ojos, sólo pensando primero en él, segundo en él y tercero en él; coincido con muchos ex amigos que lo describen como un ser frío y calculador.

Jamás lo vi agarrando un libro, porque no le gusta leer. Sobre la anécdota de su cabello lacio, lo pude visualizar cuando cada cierto tiempo miraba sus pequeñas ondas, era que ondulaba su cabello, alguna vez me quedé observando y me pescó la mirada y con voz fuerte me dijo: ¡Qué miras! Luego sólo sonreíamos, y continuar trabajando. Sobre la manera cómo puede negar amigos de acuerdo a sus conveniencias, lo corroboro, y si eres una “ROCA en su camino”, se pasará la vida hablando de traición y deslealtad.

Cómo le dije al ex SPR en un momento: “la lealtad es de ida y vuelta”.

La verdad por más incómoda que sea, se va abriendo camino” … hasta la próxima semana.

Fuente: El diario de Curwen

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