POR: VICENTE ANTONIO ZEBALLOS SALINAS
Los meses avanzan, estamos a quincena de febrero, e inadvertidamente el cronograma electoral se muestra impertérrito; no se encuentra circunstancia alguna que pueda alterarlo ni avizorarlo en el futuro inmediato; la prepotencia y mezquindad parlamentaria no llama la atención, avalando la torpeza e ineficiencia del Gobierno, con su manifiesta exclusión al control político; el Ejecutivo, adueñado de la escena política, con nula legitimidad, acompaña el acontecer nacional con tibia incidencia para no sentirse más responsable o, mejor aún, pasar desapercibido. Los otros poderes, unos distraídos en exceso ante las arremetidas por su avasallamiento, otros esmerados en la renuncia a su independencia, como equilibrio al poder. Es decir, desde el Estado, todo encarrilado para las elecciones generales del 2026.
No menos significativa es la participación ciudadana, abstraída en un extraño silencio sísmico y complementada con acciones aisladas y clásicos oportunismos. Un último gesto de protesta ciudadana fue canalizado por los transportistas que, sostenidos en un justo reclamo frente a la agresiva violencia, el crimen, la extorsión, recogieron una masiva convocatoria de gremios nacionales, para pronto agregarle a su pliego de reclamos la renuncia de Boluarte y el adelanto de elecciones, pero pronto naufragó. Los líderes regionales, alarmados por la posibilidad de desaparecer los movimientos regionales, urgentemente se incorporaron a partidos políticos, desmereciendo su cuota descentralista y del Perú profundo, relegando la dinámica participación ciudadana en esos espacios, para que finalmente la propuesta de ley no prospere.
Lo que no debe entenderse como complacencia ciudadana está dando paso a un estado de la necesidad, de la sobrevivencia económica-social confundida con el desencanto con la clase política en general. La indignación, atributo del amor propio, está latente; faltan auténticos liderazgos confiables, decentes, honestos, que puedan recoger tras de sí ese cúmulo de esperanzas frustradas.
La formalidad del JNE nos permite encontrarnos con 42 organizaciones políticas inscritas y aún más, 31 en proceso de concretar su inscripción; una atomización partidaria en la ya compleja escena electoral, para elecciones presidenciales, parlamentarias—esta vez dos cámaras— y representación andina en el mes de abril y en octubre, elecciones municipales y regionales. Esta fragmentación pudiera leerse como interés ciudadano en su participación política; más realista es entenderla como protagonismos individuales, intereses subalternos de manipulación desde la política, bosquejar “vientres de alquiler”. Sin embargo, la norma es clara: al no obtener representación parlamentaria y superar la valla electoral, las agrupaciones serán depuradas del registro correspondiente, lo que deberá forzar a instituir alianzas electorales; asimismo, el panorama nos describe que esta vez tendremos un parlamento aún más fragmentado y quien salga elegido presidente no tendrá un suficiente espaldarazo en cuanto a representación parlamentaria que le facilite impulsar sus políticas de gobierno. No, no nos equivoquemos, el hecho de que tengamos un Senado con 60 nuevos integrantes no garantiza en lo mínimo que se tenga una mejor calidad en nuestra representación política; tampoco que esta segunda cámara venga a solventar la diversidad de problemas, especialmente políticos, porque no hemos sabido acudir al abordaje de nuestros problemas estructurales en lo que se ha llamado “la sala de máquinas”.
No se han instituido filtros idóneos que garanticen en una u otra cámara contar con parlamentarios probos, competentes y con compromiso democrático; por consiguiente, elegiremos más de lo mismo y si nos colocamos en el momento de la elección, será una enorme vitrina de candidatos, dentro de los cuales tendrán que elegir los ciudadanos. ¿Alcanzarán a conocer a todos los candidatos? ¿Se tomará el tiempo necesario para analizar y contrastar sus propuestas? Otra vez se elegirá a más de lo mismo. El marketing político será el gran ganador; las ideas, los programas políticos quedarán en el rezago de la aspiración.
Las últimas encuestas sobre posibles candidaturas presidenciales nos permiten visualizar caras conocidas en su mayoría, en expectativa algunos; lo cierto es que no hemos asumido con prudencia y responsabilidad las críticas circunstancias políticas en las que se encuentra nuestro país. Desde una perspectiva institucional, pareciera que no les importara a nuestra clase política y ello resulta bastante peligroso: puede llevar a decidir sobre extremos que profundicen más nuestra brecha democrática.
«La política es para los políticos», nos señalaba un descontento ciudadano, buscando y señalando culpables, pero autoexcluyéndose de responsabilidades. Todos los ciudadanos hacemos ejercicio de la política: el acto del voto, el que decide sobre nuestras autoridades, es la base de nuestro sistema representativo y allí decidió el ciudadano. Por ello, tenemos que asumir un rol más activo, dinámico, opinando, aportando, construyendo. Nuestra pasividad u omisión deja el terreno de la política a los de siempre, a quienes instrumentalizan la política para sus intereses subalternos. Son momentos determinantes en nuestro acontecer histórico, que llama a las puertas de nuestra conciencia cívica, para saber decidir y saber elegir, lo que implica necesariamente un mayor involucramiento.
Cuán saludable resulta encontrarnos con los reiterados pronunciamientos del Colegio de Abogados de Lima, que deben marcar la pauta para que distintos gremios profesionales y sociales no solo llamen la atención, sino que sean referentes en la contención de esta barrida antidemocrática, donde el establishment trata por todos los medios posibles de no alterar el estado de cosas, a sabiendas de que repercutirá en su propio beneficio.