En el Día Internacional de la Democracia

POR: VICENTE ANTONIO ZEBALLOS SALINAS     

Instituido por las Naciones Unidas, el 15 de septiembre de cada año, a lo que expresaba el Secretario General de la ONU António Guterres: “celebramos la promesa que esta representa para las sociedades, y reconocemos las numerosas amenazas a las que se enfrenta en tiempos tan tensos y turbulentos como los que vivimos”.

¿Y cómo vamos por casa? Nos hemos quedado detenidos en el tiempo, reduciendo nuestra vieja democracia al clásico y reducido concepto de elecciones, autoexcluyéndonos de un proceso dinámico, participativo e inclusivo, cual si no quisiéramos asumir responsabilidades, dejamos que las instituciones y sus actores, evolucionen y se definan como si de feudos privados se trataran; arrecian ideas y mensajes autoritarios, un gobierno distante e indolente, el menosprecio por los derechos ciudadanos se manifiesta en la sistemática impunidad, y como pocas veces manifestado hay un relevo claro e irreductible en la toma de decisiones, encontrándonos con un ejercicio presidencial sometido a los designios del poder sustituto, en medio de esta vorágine acosadora surge la irrenunciable necesidad de reposicionar nuestros principios democráticos y liberarnos de nuestro adormecimiento complaciente.

Frágil nuestra memoria, particularmente nuestra incapacidad de llegar y compartir lo nefasto que significó la más reciente expresión de dictadura de gobierno, como lo fue el régimen de Alberto Fujimori, hoy purgando culpas con su consocio Vladimiro Montesinos, porque ese es el camino que estamos allanando, no fue solamente violación de derechos humanos y corrupción a escalas inimaginables, sino concentración y manipulación de todo vestigio de institucionalidad democrática, no hubo vergüenza alguna para manejar medios de comunicación, crearlo si es que era necesario, y el gran negocio de los titulares de prensa, manipulando opiniones, distorsionando realidades y construyendo un incierto favor ciudadano; cada una de las instituciones autónomas, así enmarcadas bajo la Constitución que forzó el mismo régimen, sometidas y si algún respiro de independencia se expresa, allí estaban los actores secundarios para avasallarlos, cuando tres magistrados del Tribunal Constitucional se opusieron a la “re-reelección” de Alberto Fujimori, fueron destituidos por el Congreso, para más temprano que tarde y vueltos a la senda democrática, fueran restituidos; los otros cuatro magistrados, rechazaron una demanda constitucional, saliendo en defensa del Congreso y no de sus pares, bajo el fundamento que no se pueden judicializar las decisiones autónomas del parlamento, curiosa referencia que acaban de refrescarnos en fallo reciente, los nuevos miembros del Tribunal Constitucional.

Pero desde la propia sociedad civil, hubieron indulgencias con el dictador, un reconocido líder regional como Federico Salas, presidió PCM, al igual que el jurista Javier Valle Riestra, el historiador Pablo Macera, ocupó un espacio congresal y tantos más que pasaron por la “salita del SIN”, para desnudar sus mezquinos intereses y escasos valores, quedaba grabado en la conciencia ciudadana el bochornoso espectáculo cuando un grupo de congresistas accedían a su juramentación, sus colegas les lanzaban monedas acusándolos de tránsfugas por pasarse a la bancada parlamentaria del Gobierno, era el año 2000, pronto se harían públicos los vladivideos, empezando con el del excongresista Alberto Kouri, que podrían en evidencias los graves extremos de corruptela en los más altos niveles de autoridad estatal, nada distante estaban otros sectores, especialmente empresariales que ofertaban su condescendencia con un régimen que les permitía mutuos “favores”. No hay mal que cien años dure, ni pueblo que lo resista, reza el refrán español. La ventura del ocaso de esa dictadura, ya es historia conocida, aunque no tan conocida o en todo caso no hemos aprendido con destreza la dura lección de lo que significó, porque trasladando los acontecimientos de entonces al contexto presente, pareciera una fotografía reiterada, claro con sus propios matices.

Distintos estudios determinan una desafectación ciudadana, y aún más complejo, en permanente crecimiento, no creen en nuestra democracia, sus instituciones, sus principios y valores en los que se soporta, dejándose abierta la posibilidad que cualquier intentona diferente pudiera percibir aceptación, lo que ya nos coloca en un dilema peligroso. Ahonda en este esquema, la cruda realidad que desde la recuperación democrática a comienzos del 2000, casi todos nuestros Presidentes de la República estuvieron relacionados a graves denuncias de corrupción, tres de ellos se encuentran privados de su libertad en el fundo “Barbadillo”; más aún, en la difíciles circunstancias de la pandemia, se evidenció un Estado limitado, con escasas posibilidades de cobertura para las múltiples demandas de atención que con legítimo derecho exigían los ciudadanos, era evidente la distancia entre el Estado y los imprescindibles servicios públicos que le correspondían asumir, era un abandono crónico, que se venía arrastrando gobierno tras gobierno, distraídos por el crecimiento pero renunciando imprudentemente al desarrollo. No falló nuestra democracia, falló la clase dirigente; nuestra institución democrática aún con todas las carencias que pueda mostrar, no deja de ser la forma más adecuada para proteger nuestras libertades, nuestros derechos y nuestras expectativas de progreso humano. Diferenciemos la paja del trigo, separemos la democracia de sus gestores, hagamos que la democracia retorne por su esencia, decía Lincoln “gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”.

No somos una isla, hay una ola autoritaria por el mundo, no hablamos de los auto definidos estados socialistas, que no lo son y son autoritarios por excelencia, Europa tiene a Hungría, Polonia, Turquía, los retornados golpes de estado -a la vieja usanza- en el África, Trump y Bolsonaro hasta hace poco, eran su manifestación; no se trata de asimilar las perspectivas políticas ajenas y distantes, se trata de reconducir nuestra flaca democracia, empezando por proteger los derechos ciudadanos, darle amparo al principio de separación de poderes, piedra angular de nuestro estado constitucional, respetando la autonomía e independencia de nuestros distintos órganos constitucionales.

Si somos redundantes, la oportunidad lo amerita, la presidencia de gobierno y su gabinete ministerial están sojuzgados por el parlamento, que a pesar de su variopinta composición, mantiene un cierra filas-unidad- por su propia sobrevivencia y prepotencia; el Tribunal Constitucional, dice el adagio a los jueces por sus fallos los conoces y vaya que ya los conocemos; del Ministerio Público, a confesión de parte, relevo de prueba; del Poder Judicial, su silencio lo hace cómplice de este desbarajuste institucional; la Defensoría, consecuencia de extraños contubernios; ya está la cancha marcada, sobre el carga montón que le viene desde el Congreso al sistema electoral(JNE,ONPE y RENIEC) y no era de mucho razonar, pues en la lista de espera estaba la Junta Nacional de Justicia. Hay un autoritarismo parlamentario, un menoscabo de la independencia de poderes y un desprecio descarado por solventar nuestras instituciones democráticas.

Nunca es tarde, la dirección que esta tomado nuestro destino democrático es hacia posiciones extremistas, centralizadas y remedo de institucionalidad, advertidos de las experiencias pasadas, despertados de nuestro letargo o desinterés, nos corresponde defendernos, defender nuestra democracia, desde todos los frentes, empezando por asumir posiciones critico-constructivas dialogantes y comprometidas que perfilen nuestra necesidad de vivir en armonía, con seguridad y paz, bajo una democracia, como atributo indisoluble de nosotros los ciudadanos.

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