BLGO. JOSÉ J. GUERRERO-ROJAS
CONSULTOR EN PROYECTOS AMBIENTALES
En sus inicios, el ser humano convivía en estrecha armonía y sublime vinculación con su medio ambiente, aprovechando sólo lo necesario y protegiéndolo para el futuro. Los tiempos han cambiado y en ese vertiginoso proceso evolutivo nos preguntamos ¿cuándo se comenzó a perder ese nexo con la naturaleza, que ha obligado a que en las últimas décadas en casi todos los niveles económicos, sociales, empresariales y políticos se estén tomando una serie de medidas en procura de restablecer el equilibrio ecológico?
Preocupación mundial que se inicia, allá por los años 60 y principios del 70, gracias en gran parte a la publicación de un libro escrito por la destacada bióloga Rachel Louise Carson, la Primavera silenciosa, (1962), donde narra sus vivencias en los campos de cultivo de Maryland (USA) en los que observó los devastadores efectos que los pesticidas, sobre todo el DDT, tenían sobre la vida silvestre. Este libro tuvo una enorme influencia, proporcionando unidad y fuerza a lo que hasta entonces era una conciencia incipiente y dispersa, ayudando a que se cristalizara el movimiento ecologista.
Carson, lamentablemente murió víctima de un cáncer de seno, antes de poder ver como su actividad intelectual y científica permitieron cambios cualitativos en la legislación ambiental y en la conciencia pública. Podríamos decir entonces, que el respeto y la conservación de la naturaleza “tiene aroma a mujer”. Porque su obra marca el momento en que socialmente se comprende que la naturaleza es un todo complejo, cuyas partes están correlacionadas y vinculadas estrechamente y que las consecuencias directas u indirectas también son componentes del accionar humano, por lo que es importante vigilar y monitorear la misma continuamente.
Sin embargo, este proceso no es simple. Implica comprender y comprometerse con una serie de etapas y metas, que deberán crear un engranaje no solo para tener conciencia el riesgo que corre la humanidad, sino también forjar nuevas actitudes y aptitudes, tanto a nivel individual como colectivo, a nivel empresarial como estatal, en beneficio de la protección y cuidado del medio ambiente.
Aspectos que fueron enfatizados en la Conferencia de Estocolmo (1972), en que se recomendó la necesidad imperiosa de desarrollar una educación en labores ambientales, dirigida tanto a las nuevas generaciones como a la de los adultos, prestando máxima atención a los sectores menos privilegiados en acceso a la educación y a la información, para ensanchar las bases de la opinión pública, para lograr que tanto la conducta de los individuos, de las empresas y de las colectividades, esté inspirada por el sentido de su responsabilidad en cuanto a la protección y mejoramiento del medio en toda su dimensión humana.
Nuestro país trabaja en el desarrollo de una cultura ambiental en nuestros conciudadanos. En tal sentido, tanto el Ministerio de Educación como el Ministerio del Ambiente, tienen la obligatoriedad de articular y coordinar con los diferentes estamentos del Estado y la Sociedad Civil, las políticas de educación ambiental, considerando la transversalidad y su integración en todas las expresiones y situaciones de la vida diaria, en todos los niveles educativos, teniendo carácter obligatorio su cumplimiento.
En este contexto se presenta ante nosotros un nuevo reto: diseñar estrategias, planes, programas y proyectos, que permitan incidir en la sensibilización y concientización, en procura de tener una ciudadanía ambientalmente responsable.
Papel fundamental les toca jugar a los jóvenes universitarios, quienes desde los claustros universitarios con el apoyo de un profesorado comprometido y capaz, deben contribuir a crear un nueva generación y/o conciencia ambientalista que coadyuve a la búsqueda de la unidad del trinomio básico para el desarrollo de cualquier sociedad prospera y equitativa en un ambiente sostenible y sustentable: el Estado, la Sociedad Civil y la Empresa Privada.