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Dime dónde firmo

Por: Mauricio Aguirre Corvalán      

Tres encuestas publicadas esta última semana nos dan la misma lectura de cómo se está moviendo la intención de voto en la segunda vuelta electoral. Pedro Castillo no ha crecido y Keiko Fujimori ha logrado reducir considerablemente la distancia entre ambos candidatos. Si la tendencia se mantiene, lo más probable es que llegaremos al día de la elección con un empate técnico y un desenlace de pronóstico reservado. A menos de un mes del día de la elección, cualquiera puede ganar, y eso pone los pelos de punta a muchos y, como cada cinco años, ha vuelto a dividir el país en dos.

Pero más allá de los números que arrojan las encuestas y las histerias colectivas in crescendo, en esta segunda vuelta electoral nos enfrentamos a la paradoja de tener que decidir entre dos candidatos que juntos sólo obtuvieron un respaldo del 26% de los votos. El 74% restante de peruanos que fueron a votar el 11 de abril, escogieron otras opciones, dejaron la cédula en blanco o tacharon su voto.

Y es aquí donde empiezan los peligros de esta segunda vuelta que pueden terminar, gane quien gane, llevándonos a un desastre peor, y quizá sin retorno, al que hemos vivido en los últimos cinco años.

Los dos candidatos saben que para ganar necesitan conquistar la mayor cantidad de votos de ese 74% que no votó por ellos y para eso están dispuestos a hacer lo que sea necesario para convencer a esos electores. Y por el otro lado están, justamente, muchos de ese 74% que empiezan a exigirle cambios y compromisos a ambos candidatos para que empiecen a parecerse cada vez más a lo que ellos quisieran como presidente.

Es aquí, entonces, cuando entra en juego la realpolitik, y sin ningún roche. No importan ideologías, planes de gobiernos, socios políticos y mucho menos consideraciones éticas. Se trata de convencer, y para convencer, sobre todo en política, sabemos que todo vale.

Los candidatos necesitan transformarse, mutar, en especial en una elección como esta con dos opciones absolutamente polarizantes. Los electores, por su lado, necesitan que los candidatos cambien para empezar a verlos con otros ojos y así poder dormir con la conciencia tranquila después de ir a votar.

Pero ese es en realidad el principio de nuestros males. Queremos que los candidatos sean lo que no son, y ellos están dispuestos a hacerlo para después volver a ser lo que en realidad son. Es verdad que siempre se puede cambiar y adoptar un viraje político por convicción, pero hasta ahora resulta poco creíble en esta crucial elección. Quizá si podamos rescatar el caso del expresidente Ollanta Humala, que cambió La Gran Transformación por la Hoja de Ruta y la mantuvo en sus cinco años de gobierno.

Pedro Castillo busca distanciarse de su mentor Vladimir Cerrón y del ideario del partido con el que llegó a la segunda vuelta. Perú Libre reivindica el comunismo como el eje central de su propuesta política, pero su candidato proclama en calles y plazas que no es comunista.

Keiko Fujimori busca convencernos de que el fujimorismo dejará la intolerancia y respetará la democracia y las libertades, pero no es capaz de condenar las palabras de Rafael López Aliaga pidiendo la muerte de Pedro Castillo y Vladimir Cerrón.

Sería mejor que cada candidato no se traicione a sí mismo por un puñado de votos, y que cada elector pueda decidir observando lo que es realmente cada candidato, por más duro que eso sea. Porque ahora estamos entrando peligrosamente a la carrera de los compromisos como cancha, a la gana gana de quién se compromete más. Dime dónde firmo, parece ser la voz para Castillo y Fujimori en una campaña donde la credibilidad de ambos candidatos está varios grados bajo cero.

El papel aguanta todo, por eso más que compromisos, lo que se debe exigir son acciones concretas antes de ser elegidos. Ver para creer, es la voz donde ya no se cree en nadie.

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