Carta a los escritores: “los nuevos lectores están en los medios digitales”

Si la literatura moqueguana va a sobrevivir, debemos adaptarnos. Agradezco a Giovanni, Vicente y Gustavo por escribir de la manera que escriben; de parte de un muchacho de dieciocho años, aficionado a la escritura y la música, ustedes también fueron parte de mi formación.

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POR: ALEJANDRO FLORES COHAILA

Volver a leer un libro es una práctica que siempre causa estupor; no solo porque hay algunos que marcan hitos en nuestras vidas y nos evocan a lugares totalmente ajenos a la literatura, sino también porque la madurez cambia la intención de las frases y las palabras como cambia la tinta de una impresora cuando se gasta. Hace poco, curioseando la biblioteca de mi mamá –que está compuesta toda por textos de derecho–, encontré un libro que había adquirido en la secundaria.

Nada más ver la portada, una hermosa pintura de Vincent Van Gogh, retrocedí tres años en mi vida, que no parece mucho, pero desde mi perspectiva es demasiado. Recordé cuando jugaba en el patio del colegio, las largas caminatas con mis amigos, los partidos de fulbito en donde daba vergüenza como arquero, pero me divertía insultando a mis defensas, el primer llanto por amor, la primera pelea… Así estuve, de pie, en silencio, durante quién sabe cuántos minutos, viendo la portada de un libro nuevo pero viejo, inmerso en mis memorias.

Cursaba el cuarto grado de secundaria, estaba sentado en la última carpeta de mi salón tarareando alguna canción de Cat Stevens, cuando entraron dos jóvenes: el primero, despeinado, camisa a cuadros, jean oscuro y lentes grandes, parecía ser el escritor; el segundo, bien peinado, camisa amarilla y pantalón café, un poco menor que el primero. El primero era Giovanni Barletti, el segundo era Franky Flores. Habían llegado a mi salón para promocionar la casa amarilla, un libro de Giovanni que publicó la Editorial Baluarte. Tenía un billete de veinte soles en mi bolsillo, mi mamá me lo había dado para que comprara comida en el recreo, pero lo use para comprar el libro, esa tarde no comí. Al día siguiente no bajé a la formación, me quedé en el segundo piso, en mi salón, leyendo. El mismo año vería a Giovanni en una de mis presentaciones, moviendo su cabeza al ritmo de mi guitarra.

El estridente ladrido de mis perros me devolvió a la realidad, seguía sosteniendo el libro en mis manos, lo abrí con mucha delicadeza y empecé. Luego de unas horas lo terminé, volví a la biblioteca y me despedí del mismo, dejándolo como si fuera un portal hacia el pasado, uno al que siempre volveré, pero que luego de unos años percibiré distinto.  Hace poco, cuando recién ingresé a la universidad, tuve la dicha de leer la suerte del feo de Vicente Zeballos, del cual recordare siempre “vallejín”. Del mismo modo a Gustavo Pino, a quien debo dejar de comparar con Santiago Roncagliolo, de quien tengo pendiente terminar Un asunto frío y vulgar.

A todos los autores mencionados les tengo una admiración inmensa, no hace falta decir respeto. Pero si me permitieran darles una recomendación, a ellos y todos los autores moqueguanos que no mencioné, sería que hagan el esfuerzo de moverse a donde están los lectores jóvenes, que poco a poco dejan de ser las páginas impresas y comienzan a ser los medios digitales. Si la literatura moqueguana va a sobrevivir, debemos adaptarnos. Agradezco a Giovanni, Vicente y Gustavo por escribir de la manera que escriben; de parte de un muchacho de dieciocho años, aficionado a la escritura y la música, ustedes también fueron parte de mi formación.

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