Por: Enrique Rivera Salas
Cada tercer domingo de junio se celebra el Día del Padre. En esta fecha próxima regala un beso y un abrazo y siempre respétale, amalé, cuídale y agradécele por todo lo que ha hecho por ti, no esperes que se vaya de tu lado para reconocer sus méritos si lo puedes hacer ahora.
Hijo, cuando sea viejo y no pueda valerme por mí mismo, cuídame como cuando yo lo hice contigo. El día que esté viejo y ya no sea el mismo, ten paciencia y compréndeme. Cuando yo muera, ciérrame los ojos y no me llores. Ayuda a tu madre y hermanos mientras vivan y entiérralos junto a mí.
Amado hijo: Cuando en algún momento, mientras conversamos, me llegue a olvidar de que estamos hablando, dame todo el tiempo que sea necesario hasta que yo recuerde, y si no puedo hacerlo no te impacientes; tal vez no era importante lo que hablaba y lo único que quería era estar contigo y que me escucharas en ese momento. Cuando derrame comida sobre mi camisa y olvide como atarme mis zapatos tenme paciencia. Recuerda las horas que pase enseñándote a hacer las mismas cosas.
Si cuando conversas conmigo, repito y repito las mismas palabras y sabes de sobra como termina, no me interrumpas y escúchame. Cuando eras pequeño para que quedaras dormido, tuve que contarte miles de veces el mismo cuento hasta que cerrabas los ojitos. Cuando estemos reunidos y sin querer, haga mis necesidades, no te avergüences y comprende que no tengo la culpa de ello, pues ya no puedo controlarlas. Piensa cuántas veces cuando niño te ayudé y estuve pacientemente a tu lado esperando a que terminaras lo que estabas haciendo.
No me reproches porque no quiero bañarme, no me regañes por ello. Recuerda los momentos que te perseguí y los mil pretextos que te inventaba para hacerte más agradable tu aseo. Cuando mis piernas me fallen por estar cansadas para andar dame tu mano tierna para apoyarme como lo hice yo, cuando comenzaste a caminar con tus débiles piernitas.
Cuando me veas inútil e ignorante frente a todas las cosas tecnológicas que ya no podré entender, te suplico que me des todo el tiempo que sea necesario para no lastimarme con tu sonrisa burlona. Acuérdate que fui yo quien te enseñó tantas cosas. Comer, vestirte y cómo enfrentar la vida, son productos de mi esfuerzo y perseverancia.
Si alguna vez ya no quiero comer, ya no insistas. Sé cuánto puedo y cuándo no debo. También comprende que, con el tiempo, ya no tengo dientes, para morder, ni gusto para sentir. Por último, cuando algún día me oigas decir que ya no quiero vivir y solo quiero morir, no te enfades. Algún día entenderás que esto no tiene que ver con tu cariño o cuánto te amé. Trata de comprender que ya no vivo, sino que sobrevivo, y eso no es vivir.
No te sientas triste, enojado o impotente por verme así. Dame tu corazón, compréndeme y apóyame como lo hice cuando empezaste a vivir. Te repito no me grites, te respeto menos cuando lo haces, y me enseñas a gritar a mí también, y yo no quiero hacerlo. De la misma manera como te he acompañado en tu sendero, te ruego que me acompañes a terminar el mío. Dame amor y paciencia, que te devolveré gratitud y sonrisas con el inmenso amor que tengo. Si Dios me escucha, algún día sabrás que los padres, no somos perfectos; pero, sobre todo, ojalá que des cuenta de que, pese a todos mis errores, te amo más que a mi vida.
Atentamente, tu padre.
Nota: Condensado del Archivo Especial de L.E.R.S.