POR: MAURICIO AGUIRRE CORVALÁN
Dadas las actuales circunstancias políticas, es muy probable que la vacancia presidencial sea como una espada de Damocles que persiga a Pedro Castillo durante todo su mandato, con el riesgo alto, además, de que no pueda terminar sus cinco años de gobierno.
Según las últimas sumas de votos, y después de los desinflados audios que prometían impulsar la salida de Castillo de Palacio de Gobierno, la vacancia parece perder fuerza y corre el riesgo de no ser admitida, aunque el Congreso es impredecible y habrá que esperar la votación de hoy. Sin embargo, más allá de lo que parece será un frustrado intento de vacancia, lo cierto es que ante la precariedad del régimen, cualquier nuevo escándalo podría gatillar otros pedidos de vacancia, sobre todo si consideramos que en sólo cuatro meses el presidente ha tirado por la borda el escaso capital político con el que inició su gobierno.
Es verdad que la gestión del presidente Pedro Castillo es desordenada, contradictoria y ahora envuelta en acusaciones de corrupción, pero muchos analistas consideran que forzar la salida del mandatario a sólo unos meses de haber asumido llevaría a enfrentamientos políticos y sociales aún más complicados de los que existen hoy en día.
La pregunta, sin embargo, es ¿cuánto más resiste un gobierno que parece no estar dispuesto a ver sus propios errores y carencias para así poder enmendar rumbos? Es difícil saberlo ahora, aunque lo que está claro es que los tiempos para el presidente Castillo son cortos y seguramente con pocas posibilidades de tener un tiempo extra.
En estos cuatro meses el gobierno ha demostrado pocos reflejos políticos ante las crisis que ya ha enfrentado, además de tardías reacciones que han sido poco convincentes. Es más, en la reciente por las visitas a la casa del pasaje Sarratea en Breña donde vive el presidente, Castillo optó por un mensaje a la Nación donde prefirió victimizarse y no dar explicaciones claras sobre el tema. Recién un día después la Premier Mirtha Vásquez hizo de “intérprete presidencial” y no tuvo más remedio que hacerse cargo del mea culpa.
Es cierto que el propio Pedro Castillo es hincha de los autogoles y que parece gustarle caminar al borde del precipicio, pero no puede perderse de vista el hecho de que incluso antes de que jurara como presidente, los actuales promotores de la vacancia tenían claro que su principal objetivo era que el mandatario permanezca el menor tiempo posible en Palacio de Gobierno. Primero fue la estrategia del fraude y luego el impulso de la vacancia. Se trata de una visión de muy corto plazo que no necesariamente está midiendo las consecuencias, como si destituir a Castillo fuera el fin de todos los males. Es un misterio si se buscaría sostener a la vicepresidenta Dina Boluarte o forzarían su renuncia para que asuma la presidencia el presidente o presidenta del Congreso. En ese sentido, nada garantiza que en una eventual nueva elección presidencial la derecha pueda hacerse del poder, sobre todo si tenemos en cuenta el desprestigio político de la mayoría de sus líderes. La aparición de un nuevo outsider incluso más radical que Pedro Castillo, es una posibilidad que no debería descartarse.
En toda esta situación es imprescindible recordar la principal razón por la que Pedro Castillo ganó las elecciones. No lo hizo por ser profesor, menos por ser campesino ni por ser de izquierda. Lo hizo por la promesa de cambio que representó para grandes sectores excluidos de los beneficios del crecimiento económico de los últimos 30 años. En sólo cuatro meses de gobierno esos votantes empiezan a perder la ilusión y en caso de nuevas elecciones tras una potencial pronta vacancia, lo más probable es que busquen un candidato que radicalice el discurso de cambio. Y eso si puede ser una bomba de tiempo.