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19 marzo, 2025 6:11 pm

Y nos vamos pa’l Cusco – La llegada (Parte I)

POR: CÉSAR (UVAS) GUILLÉN VALLEJO (PROMOCIÓN 1986 «HALLEY»)

Llegamos como a las 3:00 de la tarde al apreciado y enigmático Cusco, y todos estábamos con la adrenalina al 100 %; no nos despegábamos de las ventanas del bus para poder ver todo lo que se podía apreciar de nuestro afamado destino. Como ya era clásico en todas las promociones, llegamos a la Plaza de Armas del Cusco.

El profe encargado de la promo (que es un padre de familia de mi promo y de quien tengo mis mejores recuerdos) subió a los buses y nos pidió que no bajáramos hasta que supiéramos en qué hotel nos alojaríamos (primer error).

Apenas desapareció, todos estábamos saltando como conejos por toda la plaza del Cusco.

Algo que me llamó mucho la atención fue que lo primero que hicieron mis compañeros (yo no, yo no) fue comprarse una cajetilla de cigarros y ponerse a fumar, jejeje. Desde el más chancón hasta la más deportista, todos con su pucho en la boca (hacíamos más humo que la antigua fundición de Ilo).

Unas dos horas después llegó el profe diciendo que el guía de turismo con quien se había contactado nos encontró un hotel muy cerca de la plaza: el mítico Hotel Samary, a una cuadra, al costado de una discoteca de moda (para nosotros, el sueño dorado).

Nos indicaron que sacáramos nuestras maletas y formáramos una fila para dirigirnos hacia el hotel. Íbamos animados con nuestras cosas y, antes de empezar a sudar un poco, nos gritaron: “¡Ya llegamos!”.

Buscamos con la mirada la puerta de algún hotel de cinco estrellas, revisamos por todos lados, de arriba a abajo… Y grande fue nuestra sorpresa cuando nos señalaron una pequeña puerta de un café-restaurante folclórico.

Sorpresa. Se trataba de un hotel a media cuadra de la plaza, con una famosa peña de turistas al frente (conocida como Kamikaze). Nos dijeron que era un hostal de mochileros, con un restaurante en el primer piso por donde teníamos que pasar cada noche. Era de cuatro pisos, de madera, y con la mitad de los cuartos que necesitábamos.

Los primeros en ponerse en contra del hotel fueron (como siempre) los que nunca iban a las reuniones de coordinación y algunas chicas que querían un hotel con baños propios. Este tenía baños compartidos, o como lo conocíamos en esos tiempos, “baños comunes”.

Era cómico ver cómo sacaban a los mochileros para meternos a nosotros, y por ahí algunos decían que algunas prostitutas se quedaron sin lugar de trabajo.

Y empezó la pelea por los cuartos. Todos querían dormir con sus amigos, no solo del salón, sino también del grupo o “mancha”, como le decíamos. Los más zanahorias quedaban rezagados, ya que terminarían durmiendo con los demás tranquilos, y los más avispados con los más traviesos. Ni hablar de los más ranqueados de la promoción.

Mis amigos y yo encontramos justo un cuarto con seis camas, exacto para que ningún aburrido se infiltrara, y nos acomodamos lo más rápido posible.

Pero de pronto se corrió el rumor de que todos los hombres tenían que subir al cuarto piso y todas las chicas al tercero, por cuestiones de privacidad y por miedo a que algún avezado (como los que siempre hay en todos los colegios, como en el mío) intentara gatear en la noche.

La cosa es que, cargando otra vez nuestras maletas, subimos un piso más y encontramos que todos los hombres teníamos que dormir de a dos en la misma cama, porque no cabíamos todos en el hotel.

Como estudiaba junto con mi primo, nos juntamos al toque para compartir cama, pero a los otros les tocó acompañarse de amigos y compañeros que, aunque lo eran, tenían ciertas malas reputaciones. Se rumoreaba que en ciertas noches de borrachera se les había visto con jóvenes de masculinidad muy dudosa, y ese fue el chiste de toda la estadía.

Si en plena noche alguien se pegaba un poco más a su compañero (sin querer o por molestar), el otro saltaba y le increpaba: «¡¿Qué te pasa, huevo?! ¡Somos patas!».

Y empezó el correteo para meterse al baño. Había dos baños por piso y cada uno tenía una cola de casi diez personas (éramos casi 80 muchachos). Mientras esperabas tu turno para ducharte, los de la cola te robaban la ropa y la ponían en los balcones para que tuvieras que ir a buscarla en calzoncillos. Y si te descuidabas mucho, en toalla.

Primera orden del profe: «Solo tienen permiso hasta las 10 de la noche» (otro gran error), ya que no hubo nadie que llegara antes de las 12 de la noche.

Ya instalados (más o menos), salimos a conocer el Cusco, obviamente dejándole una pequeña propina al guardián de la puerta para que nos dejara entrar en la madrugada…

Continuará…

Análisis & Opinión