POR: CESAR A. CARO JIMÉNEZ
En el intrincado entramado de las relaciones internacionales y locales, las ficciones y los autismos geopolíticos se presentan como fenómenos recurrentes. Aunque estos términos puedan parecer abstractos, representan realidades palpables en el ámbito político tanto moqueguano como nacional, donde proyectos que inicialmente despiertan promesas y entusiasmo colectivo tienden a desvanecerse y caer en el olvido.
Hagamos un ejercicio de memoria selectiva: ¿acaso no nos dejamos, en términos populares, “almorzar” durante el denominado moqueguazo, tanto por la forma en que se cometió el abuso como por el incumplimiento de lo estipulado en el acta que se firmó respecto a las compensaciones? ¿Hemos reclamado en alguna ocasión sobre la forma ilegítima en que aparece la laguna Suche en Tacna en los mapas, a pesar de que en el contrato de Cuajone se especifica que se encuentra en el distrito de Carumas, provincia de Mariscal Nieto, departamento de Moquegua? ¿El Proyecto Especial Pasto Grande ha logrado llevar de manera racional y técnica el agua a las Lomas de Ilo? ¿Qué hay del juicio de esta entidad por la ocupación ilegítima de Quebrada Honda, donde la SPCC deposita sus relaves?
La realidad es que, hasta ahora, nuestras autoridades parecen estar ancladas en el pasado, repitiendo ciclos sin avanzar, recordando, entre bocados y cócteles, a personajes como Mariano Lino Urquieta, Mercedes Cabello de Carbonera o José Carlos Mariátegui, cuya obra muchos desconocen y que, posiblemente, motivó la migración de algunos de ellos hacia Arequipa y Lima.
El autismo geopolítico nos lleva a olvidar aspiraciones que, en un principio, parecieron viables. Pensemos, por ejemplo, en los esfuerzos y sueños frustrados en torno a proyectos como el Gaseoducto, la Petroquímica, el Ferrocarril Bioceánico Central y la modernización del puerto de Ilo, entre otros. En este contexto, tanto las actuales autoridades como las del pasado parecen desafiar la vergüenza, aferrándose a ficciones geopolíticas, como la que se ha construido en torno al puerto de Chancay. Este se presenta como un proyecto grandioso destinado a convertir al Perú en un eje principal del comercio en la cuenca del Océano Pacífico, pero en realidad responde a los intereses hegemónicos de China y su “Ruta de la Seda”, lanzada en 2013, que busca expandir su influencia en diversas regiones.
Esta ambición puede dejar en la sombra los buenos deseos sin un soporte técnico adecuado, tales como el convenio firmado entre el GORE y la APN para diseñar un plan maestro para el desarrollo del puerto de Ilo. Lamentablemente, temo que, como muchos de los casos que he mencionado, este esfuerzo termine siendo un “mero saludo a la bandera”, ante la limitada capacidad de las instituciones involucradas y los intereses en juego.
En este escenario, mientras China busca aumentar su influencia en países como Perú, EE. UU. también intentará mantener su propia presencia. Esto podría alterar el equilibrio de poder en ciertas áreas y generar tensiones. Por ello, no podemos descartar que EE. UU. tome medidas para conservar su influencia y acceso a recursos, como el cobre, cuya importancia sigue creciendo, dada la rica cantidad de reservas en nuestra región.
Una de estas posibles medidas podría incluir la construcción de una base militar en Corío, así como la celebración de un convenio de cooperación para la defensa entre Perú y los Estados Unidos. Esta colaboración permitiría al país destinar fondos para mejorar la educación, la salud, el acceso a agua potable y otros servicios para las comunidades, en vez de destinar dichos recursos a la compra de armamento, como los aviones. Armamento que, como lo demuestra la guerra entre Rusia y Ucrania, podría resultar poco efectivo ante la evolución de los conflictos modernos. ¿Quién sería la verdadera amenaza contra la cual se emplearían los aviones que se pretende adquirir?
No en vano, Georges Clemenceau afirmó que los asuntos de guerra son demasiado graves como para dejarlos únicamente en manos de los militares.
(Continuará)