Por: Lic. Mario Cruz Velarde
No hace mucho se puso en el tapete, a través de las redes sociales, una controversia acerca del proyecto Tía María. Hay quienes sostienen que es una bendición para el valle de Tambo; y para otros que es una maldición. Defiende la primera tesis Freddy Gutiérrez y la segunda Máximo Miranda Delgado.
El abogado Freddy Gutiérrez enfocó su análisis en torno a dos pilares de crecimiento que por obra de la naturaleza los ubicó en terrenos colindantes, la mina de cobre y a la agricultura, que al parecer de unos bendice a la provincia de Islay, porque explotar paralelamente ambos, los beneficios de esa simbiosis se materializarían en desarrollo continuo, sostenido; y el otro parecer es la maldición porque podría sentenciar un apocalíptico fin del valle de Tambo.
Máximo Miranda Delgado tiene una posición claramente opuesta a la visión del Sr. Freddy Gutiérrez por su concepción política abiertamente comunista. En su análisis sale del enfoque maldición-bendición y esboza su percepción macrorregional desde los proyectos como el megapuerto de Corío, el gaseoducto del sur, etc., hasta la añoranza de los años de gloria de las empresas estatales, donde los sindicatos creados para defender los intereses laborales de los trabajadores, se desvirtuaron pasando a ser agentes de ineficiencia y de trabas para el desarrollo de esas empresas estatales, con gollerías individuales para los dirigentes y ventajas oportunistas para sus partidos políticos.
Pero efectivamente tiene razón y compartimos la idea de que el manejo nefasto en la venta de empresas estatales fue deplorable porque no solo fueron a precios ridículos, sino que dejaron en desamparo abusivo a varios millones de trabajadores a nivel nacional y además se enriquecieron, y enriquecieron a grupos económicos con esas ventas que deberían ser materia de investigación y sanción; entre otros argumentos para consumar ese delito fue la ineficiencia y pésima rentabilidad de la empresa estatal ocasionada por la burocracia asfixiante y el lastre sindical que las hacían ineficientes; los sindicatos están para proteger y reivindicar los derechos laborales del trabajador ante los abusos patronales y no para ser herramientas de gestión empresarial; el Estado se tiene que reservar el sector salud, educación para garantizar estos derechos universales del hombre y ser el que cautele los intereses nacionales y ser además ente rector de las otras actividades económicas en favor del bienestar común.
Pero estos arrebatos de añoranza por la vuelta de empresas estatales son seguramente sueños de opio para los apetitos de confort personal de muchos dirigentes, que ven en el erario nacional la oportunidad de su “rubicón” para retomar el protagonismo que quedó hace mucho tiempo encaramado en el muro de Berlín y derribado por el garrote certero y contundente del espíritu libertario y natural del ser humano.
El neoliberalismo que señala con el dedo índice hacia el norte no se da cuenta que con su pulgar también alude a los imperios de oriente y con el dedo meñique de paso también apunta el desastroso desenlace de Venezuela y el atraso de Cuba. Regresar al manejo estatal de las empresas, es como querer remplazar en el surco al tractor, por el rastrillo de cuatro dientes o por un apero halado por bueyes y arengados por su gañán, en vez de aspirar a poseer una máquina con accesorios del tractor pero con un motor eléctrico con recarga de paneles solares compatibles con la naturaleza. El bienestar común y la justicia social está en el acondicionamiento de leyes equitativas, la libertad del individuo y en la visión futurista de soluciones que beneficien por igual a los agentes generadores de riqueza; avanzar es mirar hacia adelante y no voltear a ver el pasado, para pretender imponer nuevamente la carreta cuando las máquinas supersónicas ya son historia.
La controversia bendición-maldición, inclina la balanza del raciocinio y del sentido común hacia un análisis desapasionado y no a la necedad intencional de querer permanecer rezagados por la mezquindad de caprichos; porque nadie negará que la productividad del valle de Tambo es notoriamente inferior a la de Camaná, La Joya, Majes, Siguas o con quien lo comparemos en calidad y cantidad. Otro indicador es el crecimiento poblacional que se aglutina en torno a economías prósperas y la población del valle de Tambo crece a un ritmo paquidérmico a diferencia de otras como las de Camaná o de Ilo que crecen en forma constante; revertir la pobreza del valle en prosperidad es la bendición que todos esperamos, los vaticinios de hecatombe para los tambeños, son maldiciones medioevales que en sus estribillos dogmáticos, creen descubrir la alquimia que curará al valle enfermo; los afectados directos por las taras del valle son los propietarios de los predios rurales y los llamados a rechazar o aceptar soluciones y finalmente son quienes con títulos de propiedad en mano, deberían participar en las mesas de diálogo y no dirigentes que no representan a nadie sino a sus partidos políticos y a sus intereses personales. Los dueños de las tierras son los que saben que necesitan para trabajar y no requieren de dirigentes a los que nunca les delegaron representatividad.
Los recursos financieros son la bendición para crecer ordenadamente; y la convivencia de la mina y el agro es el matrimonio que necesitamos para que la matriz de la tierra sea regada por la virilidad de un río sano, y el milagro de la fertilidad prolija sea el regalo esperado por los legítimos propietarios.