POR: DR. ENRIQUE AZOCAR PRADO
Nunca fue fácil para los seres humanos resistir a la tentación que el poder emana. El poder sobre la gente, sobre los demás. El poder para mandar, organizar, transformar, manipular, enriquecerse. El poder para obtener gozos y también para dañar.
Pocos han habido en la historia con la suficiente capacidad moral que impidiera que su corazón y su mente se desviara y se corrompiera cuando estuvieron en el ejercicio del poder. Nelson Mandela es uno de esos raros ejemplos de hombres que no cedieron a la lascivia del poder, al clímax que el poder otorga.
Por eso, a tipos como Mandela, Mújica y otros pocos, la humanidad los admira. En cambio, la humanidad se compadece (y desprecia) a quienes sucumbieron a la tentación del poder, a quienes corrompieron su corazón, a quienes traicionaron sus principios y las esperanzas de sus seguidores, de sus partidarios.
En Tacna hay muchos, quienes, desde el cargo público, permitieron que su débil corazón y su frágil personalidad se rindieran ante los «beneficios “efímeros del poder. Uno de ellos está preso, otros escondidos, otros gastando el dinero robado en caros abogados.
Otros, envejeciendo y gozando impunemente de los nietos. Muchos debieron estar presos, pero los salvó la ineficacia de un sistema judicial frágil o una corrompida prensa. Uno de ellos fue congresista y ahora será procesado.
Ojalá aprendan quienes, por la casualidad, el voto, el dinero, la amistad, etcétera, están en posición de ejercer poder. Asuman que el poder es efímero, pero el respeto y la gratitud de la gente es eterno.