- Clasificados -

Semana Santa: semana de reflexión

POR: ENRIQUE RIVERA SALAS   

En un país donde la violencia, marchas, movilizaciones son cotidianas, comienzo a pensar, dónde está la buena noticia del Evangelio, y me pregunto si lo que debe centrar nuestra reflexión en estos días no será lo que dijo San Pedro: Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe.

La vida de Jesús no fue una exaltación del dolor, sino de amor. Si la cruz es el símbolo de nuestra fe, es porque ella nos recuerda el combate victorioso del amor contra el pecado, el desamor. Jesús vino a anunciarnos nuestro origen y nuestro destino común: Nacimos del amor, somos hijos de un mismo Padre y estamos llamados a vivir como verdaderos hermanos.

Pero el amor es, incómodo, desinstalador, subversivo. No acepta barreras ni fronteras. Pone en cuestión las normas y desnuda las apariencias. Nada hay más poderoso ni más fuerte. Por eso mataron a Jesús; porque no pudieron soportar su mensaje. Porque sus palabras y sus obras planteaban profundas y radicales exigencias para todos. Por eso hoy, lo que en nosotros hay, es desamor. Es por eso que resulta escandaloso hablar de paz y de perdón en un mundo por la violencia como el nuestro.

Es incómodo sentirse señalado con el dedo: Tuve hambre y no me diste de comer, estuve enfermo y preso y no me visitaste.

¿Cómo aceptar a un Dios que se juega por los pequeños y por los pobres en una sociedad que, conscientemente o no, los condena a una muerte lenta? ¿Cómo no considerar subversivo a aquel que dijo que la ley está hecha para el hombre y no al revés? ¿Cómo no sentirse desenmascarado por ese Nazareno que nos dice que, si estamos sin pecado, tiremos la primera piedra y que afirma que los publicanos y las prostitutas estarán delante de nosotros en el reino de los cielos? Porque fue coherente, porque quiso vivir el amor hasta el fin, lo condenamos: “Ese hombre debe morir”.

Pero la justicia divina, que se rige por otros criterios, lo absolvió “en última instancia” y lo resucitó. Para que no quede ninguna duda de que el amor es más fuerte que la muerte, que el desamor y que el pecado.

Desde entonces la primera y la última palabra de la historia es esta: “Jesús vive, la vida vencerá”.

Es este, pues el Ministerio central que en estas Fiestas Pascuales celebramos.

Esta es la buena noticia de Jesús para todos los momentos transcendentes como los que se viven actualmente en el país en medio de zozobras que continúan.

La revelación de un Dios que se hizo hombre, que vivió entre los pobres, y que nos amó hasta el extremo; la certeza de que la muerte, el sufrimiento y el desamor hoy demasiado presente fueron vencidos por Cristo y siguen en jaque a través de la historia en cada hombre que intenta hacer carne su mensaje.

Es por eso que, en estos días de Semana Santa, se me ocurre pensar que lo más grande que puede aportar le fe a nuestra sociedad, es el amor a la vida y su defensa, la alegría, la esperanza.

Que por el contrario nada hay menos cristiano que el desamor, el escepticismo, la evasión, el tirar la toalla, el pensar que esto no lo cambia nadie. Porque si los problemas son fuertes, el dolor y la violencia agobiantes y las injusticias abismales, más fuerte, muchísimo más fuerte debe de ser nuestra solidaridad con los que sufren, mucho más fuerte nuestro amor con los más necesitados y los más pobres de nuestro país, nuestra confianza en nuestro empeño por contribuir a que la vida triunfe en nuestro país.

Solo así afirmaremos nuestra condición de cristianos verdaderos que no solo se congojan en “ocasiones especiales” sino que hacen del amor y la fe una constitución de una tarea permanente a través del tiempo.

Análisis & Opinión

ANÁLISIS Y OPINIÓN