POR: GUSTAVO VALCÁRCEL SALAS
Una de las viejas costumbres cristianas que trajeron los españoles cuando formaban sus pueblos, era ponerlos bajo la protección de uno o más santos. Es el caso cuando se establecieron en Moquegua. Era una buena razón implorar el amparo divino ante las calamidades que con frecuencia azotaban el país porque así lo disponía Natura, o era la implacable ira de Dios que buscaba castigar a los que no eran dignos de su misericordia.
Al santo patrón se le dedicaba un templo, se construía un altar en su honor, se le representaba con una imagen que se sacaba en procesión, y los fieles gustosos le asignaban una renta para hacerle una fiesta, con el voto que debía ser eterna.
VIRGEN Y MÁRTIR SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA
Sabemos por antigua tradición que nuestro pueblo estuvo desde el primer momento bajo la advocación de la virgen y mártir santa Catalina de Alejandría. La primera alusión documentada a esta advocación la ubicamos en 1594¸ cuando se le menciona como «pueblo de santa Catarina (sic) de Moquegua», es seguro que sea muy anterior a esta fecha.
La razón para invocar su santa protección es varia. Tal vez porque se inició la construcción del templo el día dedicado a la virgen; o, como lo indica Antonio Vásquez de Espinoza cuando nos visitó en 1618, se buscó el amparo de «santa Catalina por los temblores», que los hubo, y vaya si no eran destructivos; si bien la hagiografía señala que ella tenía como el más preciado de sus dones una apabullante, docta y precoz ilustración, capaz de conducir por la senda del Señor a los más recalcitrantes de sus paganos perseguidores, por muy sabios que estos fueran.
Su fiesta era de las más importantes en el calendario religioso local; el templo principal y la parroquia llevaban su nombre; la villa se funda como Santa Catalina de Guadalcázar… Aunque su imagen se conserva hoy en el altar mayor, al lado del Altísimo, la trascendencia de su conmemoración se fue diluyendo con el tiempo en beneficio de otros santos y advocaciones. Se le celebra el 25 de noviembre, por eso se especuló que la villa de Moquegua había sido fundada en esta fecha.
SAN BERNABÉ
Al desarrollarse la industria del vino, hacia 1600 en la cima del cerrillo que se encuentra en la vera de la población, entonces frecuentada huaca precolombina, el ermitaño sin voto Gaspar Fernández de Lugo, con el fin de desterrar el culto pagano que los indígenas practicaban desde tiempos remotos en honor a sus apus, construyó una ermita dedicada a san Bernabé. El santo era conocido por sus prédicas persuasivas para convertir a los gentiles.
Desde entonces al cerro se le conoce con el nombre de San Bernabé. Como la mayoría de los pobladores se dedicaba al cultivo de la vid, pronto fue asumido como el patrón de los viñateros, que se tradujo como santo protector de Moquegua. Con tan buen suceso que fuimos el primer productor de vinos y aguardientes y de la mejor calidad en el sur del virreinato.
Aquí el santo nunca pasó por las horcas caudinas a las que lo sometían en España los afligidos fieles en las temporadas de sequía: «San Bernabé,/ a los tres días ha de llover./ Mas si no llueve/ chapuzón con él». Si llovía, igual lo zambullían, «¡para que sepa lo que le aguarda, si otra vez retarda el agua!».
Los hacendados se turnaban para hacerle la fiesta el 11 de junio; le hacían una ostentosa procesión que culminaba en la cima del cerro donde tenía su altar; los sacrificios y oraciones fueron tan gratos que, en reciprocidad, desde lo más alto, el santo esparcía su bendición urbi et orbi.
Fue así como se repletaron las vides, se colmaron las bodegas y al compás de los ruegos se incrementaron las limosnas. Un largo tiempo san Bernabé fue el santo más festejado en la bendecida villa de Santa Catalina de Guadalcázar del valle de Moquegua.