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Por un liderazgo con convicciones (II)

Por: Manuel Pinto Moscoso (mpinto@cee.uned.es)

I.

Me preguntaba ¿por qué es importante el liderazgo para el Perú? ¿qué es un líder? A estos dos temas me referiré a lo largo de este artículo. Empezaré señalando que existen muchas clases de liderazgo y de líderes pero me centraré sólo en el liderazgo político y en el líder político. Temas, por cierto, que han preocupado al hombre desde los albores de la humanidad y que tuvieron su máximo apogeo durante la Antigüedad con los griegos y los romanos (origen y fundamento de la civilización occidental a la cual el Perú pertenece) que desarrollaron las categorías conceptuales con las que se han estudiado y abordado estas cuestiones.

Pero tenemos que separar al líder como actor del liderazgo como proceso. En el líder como actor nos fijamos en sus características personales, sus rasgos, su carácter, sus habilidades, su comportamiento, las redes de apoyo que lo sustentan, etc.; y en el liderazgo como proceso en las distintas instituciones, normas, costumbres, las condiciones socioeconómicas de la población, etc. Son, digamos, los factores que influyen en el desarrollo del liderazgo político.

Un líder con convicciones es aquel que sabe lo que hay que hacer en cada situación, especialmente si es de crisis; sabe a dónde tenemos que ir como país, qué tenemos que hacer y cómo tenemos que llegar. Y debe tener unos principios, unos valores, unas ideas claras y estar convencido ─con una seguridad total─ de lo que está pensando hacer. Es decir, no hay nada que lo haga apartarse del camino que ha emprendido con su pueblo para guiar a la patria hacia la concreción de sus grandes objetivos. Pero más que tener ideas lo que debe tener son ideales, entendidos éstos como los que hacen país, lo que comúnmente llamamos “hombres de Estado” y que son los que ayudan a crear la conciencia colectiva y la identidad como país.

El verdadero líder, asimismo, tiene que trabajar para no ser imprescindible, insustituible e impulsar a los demás a desarrollar sus mejores valores y a desplegar sus mejores capacidades. Su virtud está en conducir, guiar, orientar y preparar a quienes lo van a sustituir llegado un determinado momento. Y su horizonte vital es la concreción de sus grandes ideales que son, hay que decirlo claramente, los de su patria o los de su ciudad. Por tanto, el ejercicio del poder, cuando lo ostenta, tiene que ser provisorio, el tiempo que dure su mandato. Y este líder, más allá de la política, hace que sus cualidades intelectuales y humanas trasciendan hacia las personas de su comunidad. Este es el líder que necesitamos, el que como país en construcción tenemos que elegir.

Ahora en cuanto a los tipos de líderes éstos obedecen o bien a lo que se conoce como actuaciones del poder duro, aquel basado en los castigos y recompensas y que el líder utiliza para obligar a los demás a seguirle o a cambiar su actitud frente a él o hacia lo que quiere hacer; o a aquellas basadas en el poder blando que, por el contrario, se dirigen a persuadir a los seguidores, sin amenazas ni recompensas, mediante la atracción, la influencia o la motivación. Podría ser también una mezcla de ambos, difícil realmente pero posible.

Y en cuanto a la valoración del líder, independientemente de la ideología que tuvieran se le debería valorar no por la concentración del poder que tiene o que tuvo, ni por los muchos fuegos artificiales y poder mediático que lo apoya sino por un liderazgo eficaz y bueno. Es cierto que no hay una correlación positiva entre un liderazgo fuerte (de izquierda, de centro o de derecha, da igual) y un liderazgo eficaz. Lo que sí importa, y es fundamental, son los resultados conseguidos.

II.

Y ¿cómo valorar estos resultados? Por decirlo de una manera rápida, cuando solucionan los problemas que sufre el pueblo. Sólo el uso de este criterio del liderazgo, para empezar, nos sería útil en el Perú y sería de agradecer. ¿Y el carisma que a veces se confunde con efectividad? ¿qué papel juega en el liderazgo? El carisma es neutral en cuanto a valores importantes pues depende de los objetivos que persiga. Casos históricos los podemos ver en Hitler, Mussolini o Stalin muy carismáticos, es cierto, pero ya vemos las tragedias que trajeron a sus pueblos; a diferencia de otros líderes históricos como Mandela, Gandhi, Churchill, etc.  que, por el contrario, trajeron bienestar a los suyos.

Por otra parte, el liderazgo es un proceso que nos incluye a todos y que se va construyendo poco a poco dentro de las distintas instituciones y colectivos de la sociedad, con la movilización de los diferentes recursos políticos o psicológicos y con la identificación de los objetivos que quieren los ciudadanos.

Si ambos son importantes, líderes y liderazgo, me parece que en nuestras circunstancias actuales y según el nivel de desarrollo de nuestro país deberíamos poner el acento en el liderazgo como proceso. Es aquí donde realmente vamos a sentar las bases para que surjan los líderes que construyan el Perú que queremos, el país que soñaron nuestros padres y el que deseamos dejar a nuestros hijos. Es, digámoslo así, la tierra abonada en la que echaremos las semillas de los nuevos líderes y que como árboles fuertes y robustos brotarán y darán sus frutos. ¿Y el contexto es importante para el liderazgo que proponemos? Sin duda porque él forma parte indesligable de la cultura política que tenemos formada, entre otros, por las costumbres y los valores sociopolíticos de los ciudadanos; de la Constitución y de las leyes políticas que nos hemos dado; de las instituciones públicas y de las reglas previsibles que hemos aprobado para resolver los conflictos; de los partidos políticos y del sistema electoral con sus pautas de selección; y de cómo ha evolucionado el sistema político, etc.

¿Y cuál es la importancia de los líderes? Son relevantes porque pueden causar un bien al país o a su ciudad; o, por el contrario, ser un gran obstáculo a su desarrollo y eternizar sus grandes males condenándolo a un atraso por siglos. Por eso la sociedad debe protegerse frente a los malos dirigentes cuyo único objetivo es conservar el poder y aprovecharse de él en su propio beneficio. Y ese daño no tiene nada que ver con el tipo de pensamiento o ideología; peor aún, a veces ni tienen ni obedecen a ideología o pensamiento alguno como lo hemos visto en los últimos años; sino que tiene que ver fundamentalmente con su catadura moral, con sus valores éticos, con su decencia personal.

Ningún liderazgo con convicciones se puede construir si no está hecho de objetivos mayores, como decía, de esos objetivos que conforman país, que “hacen patria” y que dejan a un lado ambiciones personales; eso que los antiguos griegos conocían como los “propósitos morales” y que salía a relucir entre sus ciudadanos cuando en circunstancias difíciles surgían dirigentes para engrandecer las vidas y las oportunidades de los demás miembros de la comunidad, engrandeciendo de esta manera a su patria. Ejemplos destacados de estos hombres los tenemos en Alejandro Magno, Pericles, Sócrates, Platón, Aristóteles, Demóstenes, Tucídides, Jenofonte, etc.

En este sentido, nuestros líderes deben poseer un carácter y una integridad excepcionales y han de estar dotados de un valor, de una capacidad y de una resolución notables, y estos verdaderos líderes anteponen SIEMPRE los intereses de su patria o de su ciudad a los suyos propios. Y debemos recordar en este momento que la corrupción destruye a un país pues la malversación de los recursos públicos, el enriquecimiento ilícito, el caciquismo, el nepotismo, los sobornos, el fraude, la evasión fiscal, las extorsiones y el tráfico de influencias han debilitado al Estado peruano desde el interior a tal punto que lo han hecho vulnerable, como amargamente estamos comprobando ahora con el COVID. ¿Así, cómo vamos a emprender las acciones ─y con qué recursos─ para transformar el país dando a nuestra gente los bienes y servicios públicos, las infraestructuras, los hospitales, los colegios, las mejoras en los salarios, etc. que tanta falta les hacen?

III.

Necesitamos, por eso, líderes como dice NYE, Joseph (Las cualidades del líder, 2011) hablando sobre el poder duro asociado a lo que él llama líderes transformacionales o poder blando asociado a lo que denomina líderes transaccionales o negociadores, desarrollen liderazgos contextuales; es decir, que tengan inteligencia contextual y sepan leer correctamente la situación que atraviesa el país y estén dotados de los atributos básicos a los que me he referido anteriormente con el fin de impulsar y llevar adelante las transformaciones que el Perú necesita. La situación actual es grave pues a la crisis sanitaria, que tantas muertes está causando, se suman ahora las crisis política, económica y social; y el hecho de que todas estas crisis hayan explotado en los últimos años ha agravado aún más las cosas.

De esos grandes objetivos que tenían dirigentes como Manuel González Prada, Francisco García-Calderón Rey, José de la Riva Agüero y Osma, Víctor Andrés Belaúnde, José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre, entre otros, líderes que pensaron de manera integral el Perú y crearon categorías de pensamiento útiles para los peruanos y lo hacían con el propósito de encontrar las respuestas a los problemas que nuestro país padecía. Y padece, desgraciadamente. ¡Y han pasado más de cien años desde entonces!

Volveré sobre ellos y sobre su importancia histórica en próximos artículos. Ahora sólo apuntaré que necesitamos gente así, líderes capaces de construir plataformas políticas y a la vez culturales que integren a los peruanos, independientemente de su credo político; que formen, que enseñen, que piensen con tolerancia y respeto sobre el Perú y sobre sus adversarios. Y digo adversarios y no enemigos porque enemigos no debe haber entre peruanos; en todo caso, son opositores a nuestras ideas políticas pero tan legítimos son los unos como los otros. Viene muy bien recordar las palabras de González Prada en momentos críticos como los que ahora vivimos “Rencor y odio que deberíamos reservar para el enemigo de todos, los atizamos contra nosotros mismos.” (en Páginas Libres, Discurso titulado Perú y Chile, 1888, en Volumen XIV de la Biblioteca Ayacucho, 1985, p. 50). Bastante sufrimiento hay ya en nuestro pueblo como para que, además, vengan dirigentes a añadir dosis crecientes de odio. Ese es el líder al que me estoy refiriendo: el que busca unir al país y a los peruanos y no al que busca dividirlo y encima lo polariza y lo enfrenta sin darle nada a cambio.

En el artículo anterior hablaba de cómo Basadre veía lo que es comandar un país. Pues ahora debo decir que se adelantó por años a lo que hoy los principales expertos en liderazgo señalan: que los procesos de democratización y la revolución de las tecnologías de la información y comunicación han influido en el cambio en el estilo de liderazgo, que ha pasado del basado en el mando al basado en la influencia, en la persuasión y que ha convertido el yo y el ustedes en nosotros; y quieren hacer política no por nosotros sino con nosotros. Esto último constituye lo que distingue a los nuevos líderes que para ser buenos deben ser eficaces y éticos. Y para ser eficaces, además, necesitan dos cosas: capacidad de gestión y capacidad de organización. Y para ser éticos deben armonizar su conciencia con las reglas morales comunes.

Por todo lo antes señalado, tenemos que hacer que la política peruana atraiga al talento y que nuestros mejores hombres y mujeres, y especialmente los jóvenes, encuentren un espacio y una posibilidad para su conversión en líderes, que lo son en potencia. Y para que esto sea posible debemos desterrar ya del Perú el oportunismo, el transfuguismo, el aventurerismo, la indolencia, la mediocridad, la traición y, especialmente, el sectarismo que son la estructura ─pero que caerá, caerá─ sobre la que ha descansado y descansa nuestra lamentable política en los últimos años. ¡Que es, como hemos visto, todo menos liderazgo político!

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